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El último miembro de una familia nómada cruza la frontera

Adrián pasará la reja, unos pasos después será inmigrante de un país que construyó la idea de un sueño

Escrito en ESPECIALES LSR el

CIUDAD DE MÉXICO (La Silla Rota).- Adrián tiene unas pinzas en las manos. Corta, ansioso, una reja. La reja divide dos países y cuando termine, tal vez no se ponga a pensarlo pero será el último nómada de una familia que, ante una crisis constante económica y de violencia, decidió dejar la ciudad que un día eligió para vivir.

 

En la madrugada habrán quedado atrás las horas largas como días de esperar una llamada, acostado en la cama de uno de los peores hoteles en el centro de Ciudad Juárez. El coyote ya habló para decirle que se aliste porque pasa por él. Es el día, la hora indicada, para realizar la maniobra poco usual en el tráfico de migrantes.

 

Pero es que Adrián no es, todavía, al momento de la llamada, un migrante. Adrián Rodríguez está en la ciudad, de sol y frío, desierto que lo vio nacer; primero a él, después a sus dos hijos. Un niño y una niña risueños que, ahora que Adrián está alistándose para ir a cortar una reja, lo esperan junto a una familia nómada casi por obligación o instinto de supervivencia, en una ciudad al noreste de un país que no siente suyo y no importa.

 

Adrián es un juarense que, después de pasar el Río Bravo, que a la altura de la zona en que lo hará no lleva agua, río que es lodo para incomodar, apenas, lo pasos determinantes que da quien ve al norte con la determinación de no volver, Adrián pasará la reja y entonces será migrante y unos pasos después, tal vez uno, tal vez diez, después del limbo en que no sabes si es México o Estados Unidos, sólo metros después de ser migrante pasará a ser inmigrante de un país que construyó la idea de un sueño que vale la pena perseguir.

 

Corta la reja y corre. El lugar que el coyote eligió para que Adrián, junto a dos desconocidos, penetrara, violento, como es cortar y romper, la frontera, es lo que cualquiera llamaría la boca del lobo. Como un criminal pidiendo informes en una comandancia o un ateo fumando en una iglesia. Adrián corre, atraviesa el canal del otro lado, se cuelga de una reja sin ver atrás y brinca al otro lado, literalmente “Al Otro Lado”, por la zona más vigilada de Ciudad Juárez-El Paso, junto al puente internacional Córdova de las Américas.

 

Adrián cuenta que el coyote cuenta, o que contó, porque el coyote quedó atrás, en la comodidad que da estar en su país, contó que hay una hora, siempre difícil de entender porque es móvil como persona animada, un cambio de turno que da una ventana de uno o dos minutos para correr como desquiciado a través de la frontera por la parte más vigilada, después de cortar una reja que a las horas será reparada.

 

Es importante decir, en este punto, que si Adrián hubiera podido evitar ese momento de atravesar una frontera, una ley, una política que lo impide o eso intenta, lo hubiera hecho. Si hubiera existido la opción de quedarse en esa parte del desierto en que creció, donde dejó una casa, si hubiera ganado lo suficiente para mantener a los dos hijos con los que se quedó después de una separación, si hubiera los medios para quedarse, lo hubiera hecho. Pero el hubiera no existe y su familia estaba en otro país.

 

Adrián corre sobre arena fina que deja el vestigio de su tránsito violento en las huellas de su calzado. Él lo sabe porque apenas un mes antes Adrián hizo lo mismo, y vio a los elementos de la Patrulla Fronteriza buscarlo siguiendo las huellas que esa tierra fina marcó para delatarlo. No fueron las huellas, fue un taxista el que lo entregó aquella madrugada de agosto. Dos semanas estuvo detenido antes de ser deportado por el puente Santa Fe en la misma Ciudad Juárez, a unos metros del hotel en que esperaría la llamada del segundo intento, el 27 de septiembre.

 

Ahora atraviesa la autopista que deja de llamarse así para ser “freeway”, pero el camino no es libre o no es la sensación de Adrián cuando lo atraviesa, cerca, muy cerca las primeras casas y casi lejos el Monumento a la Mexicanidad, construido en Ciudad Juárez, en el filo de la frontera, una X gigantesca y roja que representa la letra x de la palabra México, sentimiento indígena plasmado en la escritura.

 

Llega a las primeras casas y se esconde atrás de un contenedor de basura. Sabe que lo buscan, ve las luces de las lámparas y escucha el ruido de las camionetas rondar el lugar, sabe que alguien intenta armar un camino entre huellas borrosas. No sabe hacia dónde corrieron los otros dos, ni siquiera sabe si alcanzaron a brincar la reja. Los sentidos enfocados en sentir la presencia del otro, ese que lo busca para expulsarlo de su país. Pasan horas y amanece, sale el sol y se van los ruidos. Ya no lo buscan, aunque en realidad, y eso lo entenderá después, no lo dejarán de buscar nunca. Adrián llama al coyote y le dice que ya está todo tranquilo. El coyote le indica a dónde debe acercarse, ahí lo recogerá un taxi, que, asegura, no lo va a entregar.

 

Luego, más espera, el 29 de septiembre celebra su cumpleaños 32 en un país extraño y en una especie de exilio auto inducido. Un día después, otro desconocido lo llevará hasta Oklahoma. La misión de esta persona es atravesar el retén que está unas millas al norte, justo donde se acaba el radio de permiso para entrar con visa de turista y sin permiso de ir más allá. Llegan, los detienen, les preguntan que a dónde van. El hombre que conduce es el que habla, con su inglés fluido y la autoridad que siente por ser ciudadano estadounidense, le cuenta que son primos y van a la casa que una tía de ambos tiene en Ruidoso. El oficial sonríe. El vehículo avanza y Adrián sabe que lo más duro del viaje se quedó ahí atrás con la sonrisa de un oficial.

 

Se calcula que hay alrededor de 11 millones de inmigrantes en Estados Unidos, se considera que poco más de la mitad son mexicanos, según un estudio de Pew. Y aunque el viaje de Adrián no fue lo mismo que el de un migrante que sale desde El Salvador para atravesar un país salvaje como trampa para migrantes. El de Adrián fueron más de mil 200 kilómetros para llegar a Indianápolis, Indiana, para reunirse con su familia, estar con sus hijos, y darse cuenta que la tensión no terminó, en realidad, en aquel retén lejano del sur del país norteamericano.

 

Hace 15 días, cuando Adrián se disponía para irse a trabajar, notó que alguien rondaba afuera de su casa. Desde las 7 de la mañana elementos del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) estaban afuera de su casa. Caminaban por entre casas, buscando algo, a alguien. Adrián hizo lo que hace siempre en estos casos, avisó a sus familiares para que no salieran de sus casas y esperó. Ese día no fue a su trabajo en la construcción.

 

 

Las redadas de agentes de migración, cuenta Adrián, se han vuelto más constantes desde la llegada a la Presidencia de los Estados de Donald Trump, quien prometió en campaña y firmó una orden ejecutiva apenas unos días después de su toma de protesta para construir un muro que divida la frontera entre México y Estados Unidos, y México pagará por él, asegura.

 

La actual administración se ha visto envuelta en polémica por incrementar los índices de deportación añadiendo casos polémicos, como el de Daniel Ramírez Medina, dreamer mexicano con permiso de trabajo y acusado de nexos con grupos criminales a pesar de no contar con antecedentes. O el caso de Guadalupe García, quien fue indultada por el gobierno de Obama luego de haber sido detenida con papeles falsos, la mujer acudió a las oficinas de migración para firmar como regularmente lo hacía y fue detenida y deportada, separada de sus hijos sin la oportunidad de defenderse ni despedirse.

 

Si hay una ciudad fuera de Estados Unidos que recienta una crisis del país norteamericano, en el plano de la inmediatez y en grandes dimensiones es Ciudad Juárez. Después de la crisis que vivió Estados Unidos en 2008, por la quiebra inmobiliaria luego que en 2002 George Bush anunció un programa para que todos adquirieran casas, que después no pudieron pagar, poco, muy poco tiempo tuvo que pasar para que en 2009 Ciudad Juárez se sumiera en una cruda crisis económica luego de la salida de gran parte de las maquiladoras estadounidenses que trabajan en la ciudad fronteriza. Se estima que 250 mil personas abandonaron la ciudad entre 2009 y 2012, de acuerdo con datos del Inegi. Las maquiladoras empleaban a alrededor de 350 mil personas.

 

En ese contexto, a partir de 2009 la familia de Adrián comenzó a abandonar la ciudad en ese y los próximos años. Primero su mamá, luego su papá, luego un hermano y una hermana, después sus dos hijos. Al final él, el último nómada de una familia inmigrante que si algo tiene incierto, es su estancia en el país al que decidieron partir en busca de mejores condiciones.

 

mlr