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El espejo de los villanos

A López Obrador hay que cambiarle el espejo de sus villanos por el de él mismo. | Luis Farías

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Escrito en OPINIÓN el

Andrés Manuel, así se llamaba el muchacho, acudió a sacar su licencia de manejo y lo primero que dijo fue que él no manejaba como las señoras gordas en tubos y bata que, en histeria mañanera, llevan a sus hijos a la escuela.

Aquí, le contestaron, no se trata de cómo no manejas, chavo, sino de cómo manejas.

De chico, cada vez que su mamá lo increpaba, Andrés Manuel solía contestar que a Juan nunca le decían nada. No es lo que otros hagan, le decía su paciente madre; sino lo que haces tú.

Pues bien, el recurso discursivo de otro Andrés Manuel, éste apellidado López Obrador, es siempre referenciar a sus villanos favoritos: “ahora no habrá manipulación de la consulta, sostiene, porque ya no es lo mismo que antes”. No soy corrupto ni autoritario, porque no soy Peña; soy honesto porque no soy fifí; no somos iguales, contraviene a los que llama conservadores.

Siempre se define negativamente, por lo que no es; pero decir lo que no sé es, no dice lo que sé es; lo oculta.

No es solo un problema de definición, es todo un método de gobierno. Cualquier acto de autoridad que impulsa o defiende, cualquier decisión que toma, cualquier opinión que sostiene, cualquier denuesto que endereza, cualquier narrativa que impone, se expresa en lo que no es, en su contraste; siempre referenciado a aquellos eventos o actores negativos de su relato político.

Por su parábola (narración de un suceso fingido de que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral), López Obrador ha logrado imponer un relato de malos y buenos; en función de ello, su método es invocar en su auxilio a los malos para acreditar, discursivamente, que él es diferente, dejando fuera de la ecuación, ocultando a la vista, sacando del escrutinio y discusión públicos lo que hace y cómo lo hace. Si observamos bien, su discurso no es tanto sobre lo que él hace y su valor intrínseco, cuanto referencias a lo hecho por otros. Los otros, sus adversarios, según su siempre genérica e inasible calificación, tienen más peso y presencia en su discurrir cotidiano que él mismo, que su gobierno, proyecto y programas. Las mañaneras no seducen programática ni ideológicamente, cautivan sus camorras y rounds de sombra.

Ahora bien, ser diferente a los malos (de su parábola), no lo hace intrínsecamente bueno. ¿No hacer las cosas como Peña, las hace en sí y forzosamente buenas, honestas, eficaces, legales, legítimas, éticas; o hay que acreditar cada una en sus virtudes?

¿No ser como algo o alguien acredita ser correcto, justo, eficaz y verdadero, o simplemente no ser similar a lo que se compara?

Más aún, se puede no ser corrupto y actuar ilegal, ineficaz, absurda y hasta nefastamente. Nada más inocente e inofensivo que un niño, pero nadie le confiaría el obturador nuclear de los Estados Unidos por ello, precisamente.

Su método discursivo puede ser popular, mediático y demoscópicamente eficaz, más no suficiente y menos políticamente sano (en su connotación de “libre de error o vicio, recto, saludable moral o psicológicamente”). Decir lo que no sé es, no acredita lo que sé es. Ser popular no es en sí ser eficaz y ser eficiente; ser veraz y justo; ser legal y recto. Ahora que sostiene que el asunto de los exfuncionarios del sector energético puede ser legal, más no moral; con independencia de definir moral, la expresión admite su lectura al revés: se puede ser moral y no legal; con el agravante que el funcionario público solo puede hacer aquello que la ley expresamente lo faculta.

Decir que ya no es como antes es una verdad de Perogrullo, nada lo es; sostener que no es Peña raya en el absurdo, es una obviedad aplastante, responde al principio de contradicción aristotélico: no se puede ser y no ser al mismo tiempo; así que no pasa de ser un engaño con la verdad. No aporta nada al hoy y aquí, al temario propio de López Obrador, a sus tiempos, responsabilidades, gobierno. Definirse negativamente, definirse por lo que no sé es, no es definirse; es abstraerse, borrarse, ocultarse tras la otredad. Mostrar otra cara, encubriendo la propia.

No se puede ser honesto por definición

No es la única muletilla en su haber, la tautología es también moneda de su uso común. Se dice honesto, no porque haya obrado honestamente en un caso concreto y valuable, sino porque es honesto: soy honesto porque soy honesto. No se puede ser honesto por definición, por lo que se dice ser o se cree ser, sino por lo que se hace y acredita en los hechos. No sé es, al menos honesto, de entrada y por etiquetación; sé es de salida y “por sus frutos los conoceréis”.

Bajo su razonamiento, la causa de lo honesto es la honestidad. Veamos qué dice Nietzsche: “no sabemos nada en absoluto de la cualidad esencial, denominada ‘honestidad’, pero sí de una serie numerosa de acciones individuales (honestas), por lo tanto desemejantes, que igualamos olvidando las desemejanzas, y, entonces, las denominamos acciones honestas; al final formulamos a partir de ellas una qualitas oculta con el nombre de honestidad”. De allí que no pase de ser una falacia asumirse honesto invocando honestidad; lo que hace a la honestidad son los actos honestos, no al revés. ¿Se puede ser honesto siempre y en todo lugar por abrazar la honestidad? ¿Cuántas injusticias se cometen en nombre de la justicia; cuántas corruptelas se esconden tras el combate a la corrupción; de qué está empedrado el camino al infierno? ¿Sé es honesto por esencia, o más bien hay actos concretos, diferenciados, circunstanciados que deben analizarse en su honestidad?

Sostiene Arendt que la acción solo revela la plenitud de su significado cuando ha terminado; en tanto continué no es aún algo acabado, sino algo que está siendo y haciéndose. Por eso el significado de la acción suele ser objeto del historiador, no del actor. Podemos saber si alguien es o no honesto, si es corrupto o no, acción por acción, una vez que éstas hayan concluido; o bien al final de la vida de su autor. Sostener un juicio final e inapelable en un gobierno que apenas empieza, es adelantar vísperas, comerse el tiempo, humo.

Regresemos a nuestro planteamiento: ¿se es honesto al siempre parapetarse tras acciones de terceros y no asumir las propias? Reclamar que a Salinas el Reforma (y antes El Norte, porque Reforma empezó a circular en noviembre del 93, un año antes del fin de su sexenio) no le tocaba ni con el pétalo de una rosa -ello con relación a una nota sobre un pent house en Houston de ¡Sánchez Cordero! -, no solo es falso y distractor, sino infantil y digno de psicoanálisis.

López Obrador se ve en el espejo de sus villanos y ve reflejada la imagen de Juárez, nunca logra verse en el reflejo, como si careciese de reflexión (en tanto imagen y capacidad cognoscitiva); como si su imagen fuera igual a la honestidad, una abstracción en el mundo de las ideas platónicas, una sombra en la caverna imposible de conocer, una esencia absoluta, una qualitas oculta en el nombre.

A López Obrador no hay que discutirle si es o no como otros, sino cómo es en sus méritos y circunstancias, exigirle que acredite la validez y consistencia de sus actos y decisiones por lo que son, no por lo que no son. Hay que cambiarle el espejo de sus villanos por el de él mismo.

A fin de cuentas, la historia lo juzgará en sus méritos, no en comparación con nadie más.

La divinización del poder ainstitucional

@LUISFARIASM  | @OpinionLSR | @lasillarota