En los pasillos del Congreso de Estados Unidos se presentan escenas singulares. Una de ellas tiene que ver con las colas. No importa lo tediosa o técnica que parezca la audiencia de los comités que suelen reunirse sobre las 10 de la mañana, unas tres horas antes se forma una larga cola con hombres y mujeres, algunos de ellos completamente ajenos a lo que está por ocurrir ahí.
Lucen vestimenta informal, ven películas en sus tabletas o leen revistas. A veces cargan su propia silla. ¿Qué hace el tipo de la gorra de los Yankees un martes de junio a las ocho de la mañana en la comisión de Formación y Empleo? ¿Y la señora con vestido veraniego que juega a Candy Crush? ¿Por qué despierta semejante interés popular el Subcomité de Energía del Comité de Energía y Comercio?
De acuerdo con el diario El País, algunas de las interrogantes pueden resolverse a las 10 menos cuarto. Dos hombres con traje y corbata se acercan al de la gorra de los Yankees, que los saluda afablemente, les deja su sitio y se va. El sujeto se llama Richard y trabaja para Linestanding, una de las empresas que han convertido las colas de Washington en un negocio. Cobran 48 dólares por hora, no importa si de día o de noche, bajo techo o en la calle, y entre sus principales clientes figuran lobbies, sindicatos o cualquier entidad social interesada en lo que se cuece en la Cámara de Representantes o el Tribunal Supremo.
Jennifer Goff, de 34 años, comenzó trabajando sola hace dos, con una tarifa plana de 30 dólares (cerca de 27 euros) la hora: “Pensé que si había tanta gente interesada en algo, seguramente serían capaces de pagar para que alguien esperase por ellos”.
Pero actualmente coordina a un equipo de ocho o 10 personas y tiene su propia marca, Skip the Line (evítese la cola), hace esperas para entrar en sesiones en los tribunales o en el Capitolio, pero hace más caja con el ocio: restaurantes de moda, entradas para espectáculos, etcétera. La cola más larga que ha hecho jamás fue para entrar en un evento de Juego de Tronos: tres días seguidos haciendo turnos.
El artículo original en El País
JGM