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Infierno en home office: trabajo hasta durmiendo, temo que me despidan

Estrés, ansiedad, poco descanso y horas extra son algunas de las palabras que vienen a la mente a trabajadores al preguntarles cómo les ha ido en el home office

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Escrito en DINERO el

Ana es jefa de un área contable de un organismo descentralizado del gobierno federal. Lleva 17 años ahí. Aunque a veces salía tarde de su trabajo, afirma que nunca había sentido trabajar tantas horas.

Como miles de empleados que se han visto obligados a trabajar desde su casa –el home office que algunos le llaman- a causa de la pandemia de covid-19, Ana ha visto incrementar las horas de trabajo, así como el cansancio físico y mental.

“Sí ha habido días en que siento dolor en el cuello, como si alguien me oprimiera los hombros. Otras veces me da dolor de cabeza. Ya es en las noches. Cuando lo siento, mejor paro”.


Pero las secuelas siguen cuando duerme. “Sueño con el trabajo, quizá por la carga, porque mi jefa está mal de salud y la responsabilidad es mía. Sueño que no cumplo”.

Antes iniciaba su jornada laboral en su oficina ubicada en la Ciudad de México a las 9:00 am y la concluía a las 6, máximo 7:00 pm. Pero desde que trabaja en casa aunque comienza a la misma hora termina a las 11:00 pm o 12 de la madrugada.

Son varios factores los que inciden para que eso ocurra. El área que encabeza está compuesta por 11 empleados bajo su mando. Pero dos están de incapacidad por su situación de vulnerabilidad, uno enfermó de neumonía atípica y dos más aseguran que su internet les falla, que cuando los busca su celular falla y cuando Ana les pide que le den el teléfono de su casa, juran que no tienen.

Cuestionada sobre cómo le afecta estar 14 horas al frente de su computadora, ya que su esposo y su hija le ayudan con las labores domésticas, dice que físicamente es agotador.

Además, sabe que la situación financiera no es la mejor y teme que el gobierno federal decida quitarles más prestaciones de las que ya quitó cuando llegó la nueva administración y no descarta haya recortes de compañeros, lo que también le genera intranquilidad.

Con la modificación de los horarios laborales, el home office e incluso la reducción de sueldo que ha habido en miles de centros de trabajo a consecuencia de la covid-19, el equilibrio de la relación laboral se ha roto, consideró el abogado laboralista Manuel Fuentes Muñiz.

“El trabajo a distancia está convirtiéndose en una explotación desmedida que apareció con la covid y este nuevo escenario está creando nuevas enfermedades de postura, de la vista y de la salud mental del trabajador, que no están previstas en la Ley Federal del Trabajo”, explicó en entrevista el especialista.

“Muchos de ellos tienen que estar reportando cada media hora de los avances de trabajos a supervisores. Este control a distancia no está legislado y estos aspectos traen como consecuencia afectaciones en la salud mental del trabajador”, agregó.

Otra situación que se puede presentar es que el trabajador tenga más horas laborales, pero no reciba el pago de horas extras.

“El tiempo extra no se paga de manera automática y debe ser por escrito por parte del patrón y si no el trabajador realiza por su cuenta más jornada de trabajo y esta no la puede hacer legalmente porque no le fue autorizada”.

Sobre las reducciones de salario en el trabajo a distancia, el empleado debe estar de acuerdo, por lo que si le pagan con el porcentaje disminuido y empieza a cobrar o gastar ese dinero y no protestó, se da por consentido que aceptó.

“A nadie le pueden bajar el salario si no es bajo su consentimiento”, sentenció.

Fuentes Muñiz advirtió que además los accidentes de trabajo no están contemplados en la Ley Federal del Trabajo, por lo que sugirió que para estar protegidos tengan un convenio firmado o que guarden comprobantes digitales para que si sufren un accidente o es despedido por abandono de empleo, compruebe que sí trabajaba.

“La legislación dice que puede ser un elemento de prueba ya sea vía correo electrónico, SMS WhatsApp o incluso el Facebook”.

UN MAL NO SÓLO DE LA CAPITAL

“El home office lo hago desde hace como dos meses, cuando comenzó la pandemia, y a estas alturas me siento esclavizada, me duele la espalda y estoy con incertidumbre porque me mocharon la mitad del sueldo y, para colmo, la empresa para la que laboro me dio de baja del Seguro Social para evitar (el pago de) los impuestos”, confiesa Tania, trabajadora chiapaneca que, desde hace como año y medio, emigró a Quintana Roo.

Antes de que se registraran los primeros contagios por covid-19 en donde ahora radica junto a su esposo, la mujer de 38 años confiesa que su horario laboral en la empresa de consultoría era de 8 de la mañana a 5 de la tarde, de lunes a viernes, aunque de por sí, a cada día le invertía al menos una hora más, la situación en la actualidad “es terrible”.

Una vez que se despierta, Tania despide a su pareja que, hasta el momento, no ha dejado de trabajar en una agencia automotriz, y a partir de las 9 o 10 horas comienza una maratónica jornada que, por lo regular, culmina entre las 8 o 9 de la noche.

Tan es así, advierte a La Silla Rota, que cuando su cónyuge retorna de su empleo, ella continúa “enclaustrada” frente a la computadora con la que sufre retrasos a causa de la lentitud del wifi. Y es que con el home office el empleado debe proveer a la empresa de la electricidad, la conexión a internet y la computadora por su cuenta, por lo que el costo muchas veces no son los mismos que cuando están en la oficina y cuentan por la compañía. 

Para colmo, el “castigo” de Tania se extiende los fines de semana, “y a eso le sumo que tengo que hacer la mayor parte del quehacer doméstico; en serio, esto es terrible, no me puedo ni acostar un rato en el sillón, me siento estresada, mal”.

Lo único que la consuela, manifiesta, es que no tiene hijos porque, de lo contrario, “se las vería negras”, y algo que además la “motiva” es que al menos está la promesa de que conservaría su empleo hasta que, si bien les va, la pandemia se difumine de ese estado.

Y es que, actualmente, los trabajadores asalariados viven con miedo ser despedidos, por las decenas de casos que los rodean. Los datos del desempleo del primer trimestre de 2020 no recogen todavía con claridad el impacto de la crisis del coronavirus en México, que empezó a sentirse con fuerza a mediados de marzo.

Según el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), el país perdió 198,033 empleos formales entre el 13 y el 31 de marzo, y 555,247 empleos formales durante el mes de abril, según los datos más recientes. Ante ello, el Bank of America estima que para el cierre de 2020 se pierdan 1.2 millones de empleos en México por los efectos de la pandemia de covid-19.

Aunque se pensaría que la “otra cara de la moneda”, es decir los patrones, muchas veces no se “tocan el corazón” con sus empleados, hay quienes viven una realidad similar a las de sus subordinados, como es el caso de Rafael Ordaz, dueño desde hace nueve años de un despacho de arquitectos en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.

Para él, llevar la chamba a la casa resultó contraproducente, pues prácticamente no le queda tiempo. A su cargo tiene cinco colaboradores, con quienes batalla a diario para checar cada detalle de los proyectos que lograron antes de que el covid-19 les cambiara sus vidas. 

Al principio, acepta, pensó que sería más cómodo laborar en su hogar, empero en estos momentos es agobiante, pues el comedor lo tiene lleno de documentos y otros materiales, “al final tu vida laboral invade tu parte íntima”, confiesa el padre de dos hijos mayores de edad.

Le preocupa, enfatiza, lo que sucederá dentro de al menos tres semanas, cuando prácticamente se queden sin proyectos, pues los que trabajan ahora los obtuvieron antes de que se agudizara la pandemia, “pero por el momento avanzamos con lo que tenemos”.

De acuerdo con el INEGI, de la Población Económicamente Activa (PEA) 63.4% de la población ocupada se concentra en servicios, 27.7% en la industria, 8.2% en el sector primario y 0.7% no especificó su actividad económica.

El 68.6% de los trabajadores mexicanos son asalariados, 22.5% autónomos, 4.9% son empleadores o patrones y 4% son personas sin pago fijo que trabajan en negocios o parcelas familiares.

JEFES, POR FAVOR, CAMBIEN

“Mi horario de oficina era de 9 a 7 en promedio; hoy empiezo a trabajar desde ocho y media de la mañana a ocho y media de la noche, es una jornada de casi 12 horas. Desde enero nuestros jefes determinaron que un día a la semana sería de home office, pero ahora ese día no se compara en nada con el home office actual”, dice Gloria, responsable de una oficina de relaciones públicas.

Desde el inicio de la cuarentena, notó que se perdió la noción de los horarios y aunque sus jefes le dijeron “delimita tus horarios”, sobre la marcha y ante las necesidades laborales, nadie lo hace.

“Eran las nueve de la noche y te siguen mandando mensajes de trabajo, creo que la gente asume que, por hecho de estar en tu casa en cuarentena, aparentemente sin nada que hacer, puedes seguir trabajando sin horarios”.

Ante ello, Gloria comunica con sus compañeros su hora de comida, para que no sea interrumpida e, incluso, trata de no responder el teléfono de inmediato porque en una jornada tan larga, necesita un break para estar con su familia.

“Estoy segura que ya me eché unos kilos más porque ya no camino como en la oficina que vas a las escaleras o el elevador ¿Cuánto puedes caminar hoy entre cuatro paredes? Estar en casa me hace comer a media tarde que las papitas, una galleta, un pastelito, porque mi abuela cocina postres para distraerse y ahí estoy”, confiesa. 

“Para dormir me compré unas gotitas relajantes homeopáticas, me ha funcionado. Las manos, la derecha específicamente, me duele por la computadora porque en ratos uso el escritorio de la casa, pero lo turno con la familia; un rato ahí, otros con la computadora en la cama, la sala. Mi arreglo ha cambiado, no me maquillo a diario, ando en ropa cómoda; pero el contrapeso positivo ha sido la convivencia familiar, por lo que cuando regrese será difícil volverme a adaptar”.

Fernando Márquez, psicólogo con especialidad en temas laborales y gerente de recursos humanos, explica a LA SILLA ROTA que estas condiciones se convierten en un círculo vicioso de estrés, pues la presión del trabajo se suma al estrés de la pandemia y al del distanciamiento social porque ya no hay contacto físico.

“Somos de los países que más trabajan en América Latina de ocho a nueve horas; y ahora estar disponible por celular y computadora ha creado en los jefes la idea de que estamos disponibles 24 por 7, cuando antes de la pandemia había un horario”, afirma.

El especialista señala que estos casos, la mediación debe quedar a cargo del departamento de recursos humanos, pues una empresa no debe perder de vista el valor humano de su personal.

“Hay que erradicar la idea de que los jefes pueden disponer de la totalidad del tiempo del home office porque ese paradigma viene de la cultura mexicana. Y las consecuencias pueden ser desmotivación del equipo. Generalmente las personas renuncian por un mal jefe, no por la empresa en sí. Y esto se puede agudizar en el confinamiento”, señala.

“Hay que poner límites y las reglas del juego desde el home office, porque tras esta cuarentena como práctica, cambiarán mucho los estilos de trabajo. Los jefes deben estar abiertos a que todos los empleados tienen una vida dentro de la misma casa y que cumplen otros roles dentro de la familia. Se debe guardar un equilibro entre esas esferas”. 

Señaló que con la pandemia que azota al país habrá que replantear los objetivos en términos laborales, por lo que recomienda una buena planeación para lograr éxito en la obtención de resultados. “El trabajo a distancia puede ser medido por los resultados más que por la presencia física”.

TRABAJAR SIN PRIVACIDAD

Alejandro Duarte es subgerente de una sucursal bancaria en Hermosillo, Sonora, y aunque alterna una semana en casa y otra presencial, lo más pesado ha sido cuando lo hace desde su hogar.

“Desde que despierto siento estrés. Me levanto muy temprano para desayunar y arreglarme. Tengo que ponerme mi uniforme: pantalón, camisa y saco, porque a las 8:30 en punto tengo una conferencia en Zoom con mis superiores”, relata a La Silla Rota el joven de 30 años.

Como subgerente, todas las mañanas debe comunicarse con sus empleados para monitorear su salud, en caso de que alguien llegue a presentar algún síntoma de coronavirus. En modalidad de home office, Alejandro califica su trabajo como más estresante.

“He sentido mucha ansiedad cuando se presentan problemas, por ejemplo, tengo que checar los cajeros automáticos, y si quedó algo mal, me estreso porque no puedo hacer nada, sino hasta el otro día. A la sucursal no podemos entrar, porque necesitamos autorización y siento ansiedad porque es hasta el otro día en que se puede resolver”, cuenta.

Ahora, Alejando vive “pegado” a su celular y a la computadora, ya que debe ingresar a sistemas bancarios, como bases de datos de los clientes. Por ello, perdió también su privacidad, porque el grupo financiero tiene acceso a su celular personal, con el fin de evitar hackeos.

“Mi celular es una herramienta de trabajo, digamos que se lo presto al banco y tiene acceso porque tengo programas importantes, pueden estar revisando cada que entro. Tengo acceso a correo electrónico del banco, a programas donde puedo ver información de los clientes y esto, realmente afecta mi privacidad porque estoy bajo vigilancia constante en mi propio celular”, explica.

Entre sus responsabilidades también se encuentra mantener una meta de ventas mensuales de los distintos productos que se ofrecen como seguros, tarjetas de crédito y préstamos. Sin embargo, éstas han disminuido hasta en un 80%.

Es por eso, que Alejandro Duarte debe dedicar horas extra o su tiempo libre para buscar clientes por redes o con personas cerca de su colonia para que su sucursal alcance la meta de ventas sino no reciben el pago completo.

“Es bastante estresante porque en esta pandemia no alcanzamos las ventas, nos llaman la atención y tenemos reuniones por Zoom de hasta más de una hora para ver qué pasó, buscar estrategias. Yo lo que he hecho es ofrecer nuestros productos en redes sociales, fuera de mi horario de trabajo. Este mes no alcanzamos y el bono no nos llegó completo”, lamenta el joven.

De acuerdo con la encuesta ‘Covid-19 y Home Office’, elaborada por The Wellness and Productivity Project, un 41% de los mexicanos que trabajan en home office por la pandemia declaró laborar más horas y permanecer más tiempo conectados para atender asuntos profesionales. Mientras que sólo 27% de los 1,039 encuestados dijo que trabaja la misma cantidad de tiempo.

Según el estudio, para la reapertura de las actividades sociales, educativas y económicas, 25% continuaría haciendo home office si así lo solicitan sus empleadores, mientras que 59% estaría dispuesto una o dos veces por semana en la nueva normalidad.

En tanto, la carga de trabajo ha provocado algunos daños a la salud de Alejandro. Al ducharse, ve cómo se le cae más cabello de lo común, tiene falta de sueño, no descansa bien y el estrés le provoca sentir un nudo en el estómago.

Antes, el subgerente se deslindaba del trabajo cuando terminaba su turno o en los días de descanso, ahora debe estar atento a cualquier cosa las 24 horas del día, los 7 días a la semana.

A ello, se suma el miedo a contagiarse cuando requieren que vaya a alguna sucursal a pesar de que va muy protegido. “Yo sí tengo miedo a contagiarme, más porque veo que la gente anda sin cubrebocas, como si nada. No les importa contagiarse o no creen, pero nosotros sí tomamos todas las medidas”, explicó.

Las pocas veces que ha acudido a trabajar de forma presencial, hace todo un ritual en su hora de comida: entra al comedor, tira el cubrebocas y los guantes y limpia con alcohol la careta, también rocía el contenedor donde porta sus alimentos. Cuando regresa a su oficina, hace el mismo procedimiento de limpieza, pero ahora con su escritorio, teclado y teléfono.

Alejandro espera que pronto termine esta contingencia sanitaria, tomar su automóvil, una hielera de cervezas y tomar carretera para ir a disfrutar un día de playa.

EL HOME OFFICE PERDIÓ EL ENCANTO

Dafne tiene un empleo que se acerca al ideal en un país como México: ocho horas diarias de trabajo, descanso los sábados y domingos, todas las prestaciones de ley y un salario que le garantiza la solvencia económica en su posición de mujer soltera, con 35 años y sin hijos.

Ella misma, originaria de Tehuacán, Puebla, reconoce que para ser el trabajo ideal sólo hacía falta que al menos un día de la semana le permitieran el home office, pero para ello era necesario que sus jefes entendieran que trabajar en casa no significa hacer menos o más que cuando se está en una oficina.

La pandemia de coronavirus aceleró en todo el mundo la necesidad del home office y aunque muchos se lo tomaron con optimismo, Dafne luce desencantada: si antes sus horarios laborales difícilmente eran rebasados, ahora hay días en los que le piden algo hasta en su hora de salida.

Maestra en comunicación y medios digitales por la Universidad de las Américas, trabaja como estratega digital en una organización y los sábados por las tardes da clases en una universidad privada de la ciudad de Puebla.

La de Dafne es una historia que parece inverosímil: en abril viajó a Buenos Aires, Argentina, becada para un taller sobre género y cuando regresó al país ya nada era igual: la oficina estaba cerrada y todos sus compañeros trabajaban desde casa. 

Al llegar a Puebla se vio sorprendida primero por la cuarentena, luego por el uso obligatorio de gel antibacterial, el cubre bocas, el Hoy No circula. Ahora trabaja hasta 10 o 12 horas diarias, y sus jefes le llaman en cualquier momento del día para cruzar información o para pedirle cosas que urgen para ayer sin importar que sea sábado o domingo, días que antes tenía como descanso.

Ya no le queda tiempo para ir por despensa o para comer todos los días a las 13:00 horas, ni para preparar durante la noche el desayuno del día siguiente. Asegura, sin dejar de ver el reloj de su iPhone, que gran parte de la sobrecarga de trabajo se debe a que la organización para la que trabaja tiene una responsabilidad en el tema del coronavirus y lo mismo hay que estar pendiente de las redes sociales que de webinar y el análisis de contenidos.

Dafne reconoce que la situación ha generado episodios de ansiedad y de insomnio. Quedarse en casa no es para ella un problema, pero quedarse para trabajar lo cambia todo, más cuando se está lejos de la familia y con la incertidumbre de hasta cuándo podrá retomar su propia normalidad. Lo último que le dijeron sus jefes es que el regreso a la oficina será hasta agosto. 

Ella se define como una persona súper organizada, le gusta leer, escuchar música o desayunar y comer sin estar pendiente del celular, pero, agrega “tal parece que en México el home office se entiende como estar disponible 24 horas para responder mensajes, correos o llamadas”.

Las clases de yoga que tomaba por las tardes se quedaron pagadas y aunque las podrá tomar en la nueva normalidad, sabe que le hacen falta para controlar sus emociones. A Dafne la interrumpe una llamada el día en el que acepta platicar con La Silla Rota. Es su jefa. Le pide estar pendiente de una reunión el viernes a las 18:00 horas. Sí, fuera de horario laboral.