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Winchester para Donald Trump

La gente escucha sólo aquello que considera que es importante.

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Escrito en OPINIÓN el

El fin de semana pasado decidí rentar un “zipcar” (es un servicio de renta de automóviles por hora o por día, pagando una cuota determinada). Estos automóviles están por toda la ciudad y –en lugar de llave– utilizan una tarjeta para abrir la cerradura. Es un gran servicio y sumamente cómodo, puesto que nosotros no tenemos carro en Washington. Tenerlo significaría un gasto adicional de $1,000 dólares más al mes (contado el seguro, el “lease”, los estacionamientos, etcétera). Ya habíamos platicado de lo caro que es Washington para vivir y de lo mucho que no vale la pena tener un carro propio para moverse.

 

Nunca, Paulina (mi esposa) y yo habíamos ido a un viñedo tan lejano (a una hora y media; casi 90 millas a las afueras del Distrito de Columbia), pero dado que era “Labor Day” (Día del Trabajo) decidimos hacerlo sin demasiada preocupación. Era un lunes. Y así lo hicimos, y acabamos en un poblado llamado Winchester, cuyo viñedo principal cerró sus puertas a las 5 de la tarde (claro, porque era lunes, y en este país todo es “by the book”, o sea siguen las reglas al pie de la letra, y los lunes los viñedos cierran a las 5pm sin importar si el día es feriado o no). Dado que nosotros, por mal organizados, llegamos a las 4:30pm, no alcanzamos gran cosa y decidimos ir a conocer el pueblito.

 

Llegamos a Winchester y todo estaba cerrado. Parecía un poblado desierto, sin gente y sin negocios. Después de dar varias vueltas por el centro, llegamos a una calle que se veía agradable, así que estacionamos el carro y nos bajamos a caminar. La calle que encontramos era la avenida principal y la habían convertido en una calle peatonal, por lo que resultó sumamente interesante, de no ser porque todos los negocios estaban cerrados. Excepto un restaurante de comida tailandesa, uno “mexicano”, y una pequeña tienda de curiosidades y artesanías en la que, anunciaba un letrero exterior, también vendían café y refrescos. Ante la frustración del viñedo decidí comprar un café y la dueña de la tienda se puso a platicar con nosotros. Lo primero que nos preguntó fue que de dónde éramos. Dijimos: México. Y entonces una cosa llevó a la otra, y la señora terminó hablando de política y elecciones. Allí es donde se puso interesante.

 

La mujer alegaba que Donald Trump –por fin– uniría al país después del enorme daño que le había hecho Barack Obama, y que jamás querría que una persona “corrupta” y de poco fiar como Hillary Clinton llegase a la Presidencia. Fue tal su argumento sobre la “unidad” del país en torno a Trump, que Paulina le cuestionó si ya había escuchado lo que el candidato republicano estaba diciendo de los mexicanos y de los migrantes. Como la señora contestó que no, Paulina le explicó que nos había llamado violadores, criminales y llenos de problemas. Lo que más me sorprendió es que la mujer dijo que jamás había escuchado eso, y que probablemente no sería cierto. Y que en caso que fuera cierto, que no tuviéramos nada de qué preocuparnos, porque solamente era una campaña sin demasiada importancia. Paulina insistió y le dijo que buscara en “Google” lo que Trump dijo de los migrantes, pero ante la negativa de la mujer, le pagamos el café y nos fuimos de la tienda.

 

La primera lección que me quedó es que la gente escucha lo que quiere oír. O más bien, la gente escucha aquello que considera que es importante para ella; y aquello que no le importa, eso no lo escucha o no le presta atención. Nuestra atención y concentración es absolutamente selectiva y está sesgada por aquellas cosas que nos importan más. La segunda lección que aprendí esa tarde es que existe una profunda ignorancia y desconocimiento de lo que realmente Donald Trump propone, dice y menciona como política o plan de gobierno. La gente no vota con argumentos, sino con sentimientos. La gente no se informa racionalmente para emitir su voto, sino que lo hace basado en su “feeling” (sentir/emoción). Por último, la tercera lección que aprendí en ese momento es que verdaderamente Hillary Clinton tiene una enorme desventaja: la gente no confía en ella y la tacha de “corrupta” o de “tramposa”. No sé a ciencia cierta de dónde sacan eso, pero me parece que así es. Sus negativos en la opinión pública han alcanzado picos históricos.

 

Si queremos preguntarnos por qué las cosas están como están y por qué Donald Trump parece que es imparable (hasta CNN le da ventaja en las encuestas) tenemos que retomar estas tres lecciones: la gente escucha aquello que le afecta, pero no aquello que importa; la gente no se informa y toma decisiones –ignorantes quizá– basadas en su sentir; y la gente no confía en Hillary Clinton. Luego entonces, si yo fuera asesor de la señora Clinton, por allí empezaría: hablar de lo que la gente quiere oír (especialmente los indecisos), apelar a los sentimientos (mientras más románticos, mejor) y hablar de sus atributos a través de terceros (como artistas, o incluso republicanos descontentos).                 

                                            

@fedeling

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