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Un mundo raro

Habrá personas que lean la película casi casi hasta de una manera como si estuviera presenciando un reportaje o un documental, porque la película tiene muchos referentes de un país y un tiempo, y el país es este y el tiempo es este: Luis Estrada, director.

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Escrito en OPINIÓN el

La gran mayoría de los mexicanos crecimos aprendiendo que “como México no hay dos” y  reforzamos el principio patriotero con una pléyade de conceptos, algunos rayando en lo ridículo e increíble. Nos consideramos especiales o raros en casi todos los aspectos y hemos creado leyendas y “verdades” sobre nosotros mismos que no son comprobables, algunas ni probables siquiera, pero en las que todos creemos pie a juntillas.

 

En el cine esto genera todo tipo de personajes, situaciones e historias que terminan permeando en la conciencia de la gente y se convierten en referentes absolutos. Para prueba un botón: en algunas partes de provincia me han preguntado por qué no hablo como el Pepe el Toro si soy chilango; muchas personas creen de verdad que los mirreyes son exactamente como se describe en Nosotros los Nobles (Alazraky, 2013) y muchos creen que México es exactamente como lo pinta el director Luis Estrada.

 

 

Y es que desde hace quince años, Estrada ha dedicado su quehacer cinematográfico a la realización de filmes tragicómicos salpicados de humor negro en los que se deleita reorganizando y recreando la realidad mexicana más escandalosa y sórdida: corrupción rampante de las autoridades, cinismo de los poderosos, impunidad ante masacres y asesinatos; enriquecimiento sin moral ni límite y complicidad de todos los mexicanos en todo lo anterior sería una lista corta e incompleta de las temáticas básicas.

 

Estos tres lustros de sátira por parte de Estrada se ven coronados con el reciente estreno de su película La Dictadura Perfecta, la cual conforma la cuarta entrega de su saga sobre México. Una saga que no tiene un hilo argumental único sino que se conforma de cuatro piezas que abordan momentos, lugares y temáticas diferentes pero siempre tan impactantes.

 

Algo que debemos decir sobre el trabajo de Estrada en estas cuatro entregas es que es riesgoso. No lo digo porque en el pasado ha recibido intentos de censura para la Ley de Herodes (1999), o amenazas de diferentes tipos al estrenar El Infierno (2010), sino porque ha logrado generar credibilidad con sus trabajos como pocos directores nacionales y él mismo lo sabe.

 

Pero vamos paso por paso y revisemos primero los riesgos creativos. El primero y más evidente es, sin duda,  el de convertirse en su propio cliché ya que ahora los espectadores que hemos visto sus anteriores tres filmes tenemos claro su estilo y temática por lo que se debe esforzar aún más y más en generar esa sensación de desazón y hartazgo que sus historias producen al tiempo que nos provocan una carcajada nerviosa. Revisemos.

 

En la Ley de Herodes, nos acercó al tema de la corrupción política y cómo el poder transforma a las personas al punto de volverse irreconocibles en su forma de actuar y ver el mundo. Sin embrago, esta película nos coloca temporalmente alejados de la realidad de 1996, año de su estreno. Aunque menciona a presidentes, partidos políticos y políticos por su nombre son figuras del pasado histórico.

 

En su “secuela”, Un Mundo Maravilloso (2006) nos acercó a nuestros tiempos y momentos de actualidad, retomó la frase famosa de los “mitos geniales” y las actitudes y jerga de los tecnócratas que han gobernado México sin mucho éxito ni escrúpulos. Y en esta ocasión, aunque la crítica se volvió más cercana a nuestra realidad cotidiana, el escenario general era un México del futuro. Es decir una ficción que servía para darle distancia y seguridad a la película ante enojos oficialistas.

 

 

Finalmente, El Infierno (2010) parecía romper todas las barreras que antes había colocado Estrada con discreción alrededor de sus historias y aparecía el México bronco en toda su  extensión acompañado de una explosión de violencia, autoridades coludidas, personajes sin salida del hades en el que vivían y la desesperanza social que acompañaba todo esto.

 

Sí, pero no, diría un clásico. La verdad es que Estrada continuó dentro de su línea en esta tercera parte de la llamada “Saga de México” y a pesar de que muestra la violencia, impunidad y corrupción en la que han sumido el narco y las autoridades a muchas poblaciones de nuestro país, no tenemos claros muchos detalles y se sigue creando un universo personal dónde desarrollar sus historias. Algo así como su Comala, Tierra Media o Macondo, personal que le sirve para mostrar parte del México real.

 

Y ahora, la cuarta entrega, La Dictadura Perfecta (2014) es la prueba de que Estrada se encuentra condenado a estirar más y más la cuerda para poder hacer un producto vendible, exitoso y taquillero. Ya hablamos del hoy, de nuestra situación diaria, de las maquinaciones de poderes fácticos y políticos sin ninguna moral. Sin embargo, siguiendo su propia línea de riesgo, vuelve a acudir al famoso y reconocido, pro sus colaboraciones anteriores, Damián Alcázar. Él encarnó en las anteriores entregas de la saga a todos los protagonistas: Vargas, Juan Pérez, el Benny y ahora da vida al gober Vargas (¿pariente lejano del anterior personaje?). 

 

 

Todos los referentes nos llevan al universo privado que el director ha compartido con nosotros. Y lo más curioso es que la realidad a veces parece acompañarlo con sincronía impecable… si no lo creen vean lo que pasa con Ayotzinapa, la renuncia de Aguirre y el momento de estreno de La Dictadura Perfecta.

 

El camino andado por Estrada es largo y fructífero, pero su mundo personal construido en la pantalla se encuentra en riesgo por los excesos a los que tendría que recurrir si quiere alargarlo aún más. Finalmente, la línea entre la farsa crítica y la actuación de pastelazo no son muy lejanas, por muy buenas intenciones que se tenga o profundo que sea el tema.

 

Un segundo ingrediente  de riesgo de esta saga, como mencionábamos al principio, es que se ha vuelto entrañable y corremos el riesgo de que nos lo creamos y lo volvamos parte de nosotros. Que como el Pepe el Toro o los Nobles se vuelva un referente obligado, una “verdad” y que en vez de convertirse en crítica y voz social, el mundo raro de Estrada se vuelva fuente de lo mismo que ataca, eso sí que sería una película de miedo vuelta realidad.

 

eduardohiguerabonfil@gmail.com

@HigueraB