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Trump en Siria: ¿farol o póker de ases?

¿Será que de repente sí pintan o más bien los misiles de Trump son una cortina de humo para tapar sus debilidades internas?

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Escrito en OPINIÓN el

Los tres primeros meses de la administración Trump se han caracterizado por una montaña rusa de emociones fuertes, con reveses judiciales y fracasos legislativos sólo compensados en parte por la reciente ratificación de Neil Gorsuch para el Tribunal Supremo, aún a costa de renunciar para siempre a la supermayoría (el llamado filibuster) en nombramientos judiciales. A pesar de que en política exterior el presidente apenas ha balbuceado su programa para los próximos cuatro años, Trump decidió responder a un ataque del gobierno de Bashar al Assad con armas químicas contra zonas rebeldes en la provincia de Idlib, con el lanzamiento de 59 misiles contra una base militar siria desde un portaviones estadunidense anclado en el Mediterráneo.  El interés repentino de Trump por los sucesos de la guerra civil siria supone un cambio radical en su política exterior, ya que durante la campaña electoral el mensaje presidencial fue que los Estados Unidos no pintaban nada en Siria. ¿Será que de repente sí pintan o más bien los misiles de Trump son una cortina de humo para tapar sus debilidades internas?

 

Es demasiado pronto para saber cómo interpretar el gesto militar de Trump, pero por ahora todo apunta hacia la segunda opción: los misiles son un farol que buscan dos objetivos, sin que ninguno de ellos sea nivelar el creciente desequilibrio de fuerzas a favor del presidente Assad en la guerra civil siria. El primer objetivo sería demostrar que Trump es capaz de responder rápidamente a las vicisitudes de la política internacional, al desarrollar tácticas oportunistas que garantizan un éxito cortoplacista de opinión pública y medios de comunicación. Además, al abandonar sus propensiones aislacionistas, Trump se está alineando con figuras destacadas de la doctrina republicana en materia de política exterior, como el senador John McCain. El segundo objetivo buscaría demostrar que Trump no debe nada a los rusos hasta el punto de que es capaz de desafiarlos abiertamente al atacar a sus aliados sirios (conviene recordar que el régimen de Assad es apuntalado por rusos, iraníes y libaneses de Hezbollah). La intromisión rusa en la elección presidencial de Estados Unidos y los vínculos entre agentes rusos y miembros de la campaña de Trump están cobrando cada vez más fuerza en la agenda diaria de los medios en nuestro país vecino. Para desactivar en parte esta discusión, la activación de una disputa sobre Siria más o menos controlada entre ambos países ayudaría a Trump a reclamar que él no es un subordinado de Putin hasta el punto de que está dispuesto a confrontarlo cuando sea necesario.

 

El problema con Trump es que, al igual que en sus diatribas contra México, los musulmanes, Obamacare, o el libre comercio, uno no sabe a priori hasta dónde está dispuesto a llegar el presidente con su intervención en Siria: si se trata de un asunto perteneciente a su agenda más profunda (por lo que cabe pensar que será retomado con propuestas más audaces o cualificadas), o si por el contrario forma parte de la ocurrencia semanal que se llevará el viento para dormir el sueño de los justos. Como es ridículo, al menos por ahora, pensar en Trump como un justiciero del derecho humanitario internacional, no nos queda otra que interpretar el primer gesto de política exterior del presidente como ocurrencia de alcance limitado y que incluso puede acabar volviéndose en su contra: al apuntar sin disparar a Rusia, los reflectores mediáticos volverán a conjeturar si las conexiones entre ambos gobiernos no son lo suficientemente densas como para disuadir a Trump de intervenir en el conflicto sirio.

 

Con o sin conexión rusa, con o sin sentimientos sinceros sobre la catástrofe humanitaria en Siria, Trump difícilmente intervendrá en ese país por los mismos motivos por los que no lo hizo Obama. Para este, la guerra civil siria encerraba un conflicto a tres bandas con dos enemigos de Estados Unidos, y donde debilitar a uno, suponía el reforzamiento del otro. Recordemos que la guerra civil siria comenzó en 2011, cuando la oposición moderada (y relativamente secular) suní salió a las calles para protestar contra la represión y carestías del régimen de Assad, quien pertenece a la minoría alawita (cercana al chiismo dominante en Irán, Iraq y Líbano). La radicalización de la oposición y la financiación exterior proporcionada por Arabia Saudí y sus aliados del Golfo contribuyeron a la creación de milicias yihadistas, con el Frente Al Nusra y el Estado Islámico como grupos dominantes. Pronto la guerra civil se fue cristalizando entre yihadistas patrocinados por los gobiernos suníes de Oriente Medio, contra el régimen de Assad, patrocinado por Hezbollah, Irán y Rusia.

 

Cuando Obama amenazó con intervenir en agosto de 2012 si el régimen empleaba sus arsenales de armas químicas, los rebeldes todavía parecían estar controlados por sus brazos más seculares. Pero un año después, cuando el gobierno decidió usar armas químicas contra las poblaciones rebeldes, tanto Al Nusra como el Estado Islámico ya contaban con zonas liberadas bajo su control. Para Obama, haber cumplido su amenaza habría supuesto empoderar a los grupos yihadistas sin alcanzar ningún objetivo claro para los intereses nacionales de Estados Unidos. Entre perder reputación por no cumplir sus amenazas y ayudar al fortalecimiento de los yihadistas al atacar al régimen sirio, Obama optó por lo primero. Para cubrirse las espaldas, preguntó al Congreso, controlado por los republicanos, si estaba de acuerdo en autorizar ataques contra Siria y este respondió en la negativa. Sin apoyos, Obama se sintió liberado para renunciar a su línea roja y olvidarse del conflicto sirio por el resto de su presidencia.

 

Ahora Trump ha atacado al régimen sirio, sin autorización del Congreso. Aunque no cabe descartar que, como nuestro Calderón, Trump le acabe encontrando el gusto al uniforme, es demasiado pronto para que el presidente se encele con la política internacional. Para salir del avispero sirio, Trump seguramente siga prefiriendo estar a lo que diga Putin que lanzarse a una intervención directa ampliamente rechazada por los estadounidenses.

 

 

 @OpinionLSR