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Trabajo del hogar: Invisible, pero necesario

Defender mis derechos como trabajadora del hogar ha significado un proceso de toma de conciencia, superación y empoderamiento para mí.

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Escrito en OPINIÓN el

El trabajo del hogar remunerado es una labor no reconocida, ni social ni económicamente, en nuestro país. Esta falta de reconocimiento la viven miles de mujeres que lo realizan y la valoración que se tiene de ellas se refleja hasta en la forma en que se les nombra.

 

No existe un término correcto con el que se denomine a las personas que realizan este tipo de trabajo, y los términos que se usan normalmente son peyorativos, por ejemplo, servidumbre, un término que tuvo su origen en el Feudalismo y cuyo significado no corresponde con la noción de trabajadoras sujetas/os a derechos. Por otro lado tenemos a la palabra “doméstica”, que nos evoca al trato con animales que son adiestrados para vivir en hogares.

 

Por estas razones desde hace varios años hemos insistido en que se nos reivindique y se nos llame Trabajadoras del Hogar. Pero el reconocimiento que creemos que debemos tener no sólo está en cómo se nos nombra, sino en que seamos reconocidas como trabajadoras a nivel social y económico. Es decir, que vean a nuestro trabajo como uno más.

 

Yo soy una de las más de dos millones de personas trabajadoras del hogar en nuestro país, que hoy en día representamos al 10 por ciento de las mujeres ocupadas en México, sin prestaciones ni seguridad social. Y hoy, por medio de este texto y de todos los esfuerzos que hacemos, quiero reivindicar mis derechos y los de mis compañeras.

 

Mi historia, tú historia

 

Defender mis derechos como trabajadora del hogar ha significado un proceso de toma de conciencia, superación y empoderamiento para mí.

 

Cuando era niña viví acontecimientos que marcaron mi vida: pobreza, falta de oportunidades y falta de educación, entre otras.  Pero también esos fueron factores que me permitieron tomar importantes decisiones para mi vida futura.

 

A los 10 años mi padre me envió a trabajar con una familia para que pudiera seguir estudiando; sin embargo, trabajaba más de lo que estudiaba y la oportunidad de tener una educación cada día fue más lejana.

 

A los catorce años me fui de Oaxaca, mi estado de origen, a la Ciudad de México, una ciudad tan grande como diversa y discriminatoria. El trabajo en casas era mi única opción ya que era menor de edad y contaba con escasos estudios, como sigue siendo el destino de muchas mujeres en nuestro país. Ese parecía ser mi único destino porque o trabajaba o estudiaba. Mientras abandonaba mis sueños me destinaba a cuidar niños, a mantener limpia y ordenada una casa, a tener listo el desayuno y esperar a mis patrones con la mesa puesta y comida recién hecha, así fueron todos mis días durante muchos años; atendí a abogados, a legisladores a maestros y feministas, a funcionarios públicos, pero nunca conocí con ellos mis derechos, muchos de ellos tenían miedo a que los dejara, decían que yo era como de la familia, pero me apartaban los trastos de la comida o me exigían usar uniforme, se iban de vacaciones pero yo no, porque era cuando había que limpiar a conciencia la casa o sacar el trabajo acumulado.

 

En este trabajo, el vínculo afectivo se confunde con la caridad y es cuando se piensa que el lazo laboral se vuelve familiar, pero no buscamos eso, sino una relación laboral de mutuo respeto.

 

Psicológicamente, muchas de las trabajadoras del hogar somos sometidas con chantajes por nuestros patrones para no dejarlos y más aún si está de por medio el cuidado de niños, pues llegamos a establecer un vínculo muy estrecho con ellos que, a veces, nos hace aguantar hasta los malos tratos de sus padres.

 

No sólo abandoné mis sueños y la seguridad de un entorno, también experimenté la discriminación racial y de clase, así como vivir la explotación y bajos salarios por mi edad.

 

Pero un buen día, siendo aún una adolescente, decidí no dejar mis sueños entre las cuatro paredes de una casa, y no porque el trabajo fuera indecente, sino porque las personas debemos crecer para alcanzar nuestras metas por más pequeñas que sean, muchas de mis compañeras aún siguen viviendo en la marginación, en la explotación por el poco valor que se le da a su trabajo y a ellas mismas. 

 

Me di cuenta que el trabajo del hogar tan desvalorizado e invisible para muchos tiene un valor importante en la vida de cada trabajadora y también para los empleadores. Atenderlos no me restaba dignidad ni derechos como persona ni como trabajadora, ahí supe que debía hacerlos valer, así que lo que aprendí fue a reivindicar esos derechos y dignificar mis condiciones de trabajo, porque el trabajo no es lo indigno, sino lo es la forma en que muchas veces somos tratadas las trabajadoras del hogar.

 

Quería romper todas las barreras y convencer a otras trabajadoras del hogar, a los mismos empleadores y al gobierno de que el trabajo digno y la formalidad es compromiso de todos y debemos contar con el respaldo de una ley justa.

 

Así decidí y me convertí en activista de los Derechos Humanos, luego de haber sido discriminada, maltratada y explotada como trabajadora del hogar por más de 20 años.

 

Una lucha de todas

 

Hace casi 16 años fundé el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar (CACEH) y actualmente soy Coordinadora Regional para Latinoamérica de la Federación Internacional de Trabajadoras del Hogar (La FITH).

 

Un proceso que no ha sido nada fácil y que ha significado el gran reto de poner en la agenda pública la problemática de las trabajadoras del hogar, ya que mientras el espacio público está destinado a los hombres, el espacio privado suele ser el destino de las mujeres, muchas veces con problemas de discriminación, maltrato, abuso, explotación que conlleva también al trabajo infantil.

 

Tuve la enorme posibilidad de representar a las trabajadoras del hogar en los debates que se dieron en la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra Suiza para la creación del convenio 189, aprobado el 16 de junio de 2011 y cuya ratificación en México actualmente sigue siendo una promesa del gobierno.

 

¿Qué es y para qué sirve esta norma o convenio 189? Es el instrumento jurídico internacional que establece los mínimos derechos humanos laborales de las trabajadoras del hogar, y su objetivo es garantizarles a las y los trabajadores del hogar un trabajo digno como a cualquier otro trabajador.

 

Ahora somos una lucha colectiva nacional, al constituirnos como el primer sindicato de trabajadores y trabajadoras del hogar en la historia de México, que representa un avance histórico para que las trabajadoras puedan ejercer sus derechos colectivos, incluidos la autonomía, la contratación colectiva y el derecho a llamar a huelga cuando a un trabajador o trabajadora les sean violados sus derechos humanos como el despido injustificado o a la explotación laboral o trata de personas. Este es resultado de más de 15 años de lucha de nuestro sector, que ha vivido en la invisibilidad a nivel laboral y social.

 

Buscamos dignificar el trabajo de más de dos millones de trabajadoras del hogar y estamos convencidas de que nos haremos escuchar, por lo que promovemos la ratificación del Convenio 189 que permitirá que millones de trabajadoras y trabajadores del hogar salgan de la informalidad y tengan vías de aplicación a sus derechos laborales, reconocimiento de su trabajo y acceso a la justicia.

 

Queremos que ninguna trabajadora del hogar viva injusticias y que ninguna empleadora pase por trámites engorrosos si quiere asegurar a la trabajadora de su casa, porque actualmente en el IMSS no hay las vías adecuadas para hacerlo.

 

Ante la falta de legislación en México a favor del sector y como apoyo a la ratificación del Convenio 189, llevamos a cabo la campaña permanente: “¡Ponte los guantes por los derechos de las trabajadoras del hogar!”.

 

Nuestra lucha trascendió a nivel internacional y las trabajadoras del hogar de Latinoamérica, Asia, África, y Europa hoy estamos unidas a través de la Federación internacional de Trabajadoras del Hogar (FITH), para hacer realidad nuestros derechos.

 

Durante todo este proceso de creación del Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar (SINACTRAHO), ha sido fundamental el respaldo y acompañamiento de otros sindicatos, organizaciones feministas y de derechos humanos, así como el colectivo de empleadores Hogar Justo Hogar, una organización recién formada que se ha sensibilizado y entendido que la mejora en las condiciones de trabajo y vida de las trabajadoras del hogar se da en beneficio también de los empleadores y de la sociedad en general.  

 

Muchas y muchos de ustedes son empleadoras o empleadores de muchachas, criadas, domésticas, sirvientas o servidumbre y no de trabajadoras del hogar que deben estar sujetas a derechos. Hoy, en estas líneas busco que después de leerme asuman el compromiso de nombrarnos TRABAJADORAS DEL HOGAR SUJETAS DE DERECHOS. Y quiero invitarlos a reflexionar sobre este trabajo que tal vez hasta hoy les era invisible, y que debe visibilizarse a través de la lucha de todos.

 

 

Hacer visible lo invisible, por un trabajo digno.

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