La mañana del 7 de Julio de 2005 me encontraba caminando por las calles de Londres hacia la estación de metro Russel Square para tomar el tren a la universidad. Llegué a encontrar la estación cerrada, evacuada y resguardada. Había un caos. Me dijeron que había explotado una bomba. Me fui a la escuela a pie.
Poco tiempo después de este acto la ciudad de Londres se enteré que en un acto terrorista cuatro hombres detonaron la misma cantidad de bombas en 3 vagones del metro y en un camión de dos pisos. Murieron 52 civiles y resultaron heridos aproximadamente 700 más. Londres fue más fuerte que los terroristas.
La respuesta de la ciudad fue unidad. No fue una unidad fabricada o forzada. No fue unidad alrededor de un gobernante, ni ante un sistema político. No fue una unidad en contra de del Islam o de los musulmanes. No fue con sed de venganza o con grito de guerra. La ciudad se unió en torno a sí misma. Se unió para consolar a las familias de las víctimas y a los heridos, se unió para despertarse al día siguiente sin miedo a salir a la calle. Se unió sabiendo que no hay mejor sistema de seguridad que confiar en la persona que tienes junto a ti. Londres salió adelante porque juntos transitaron por la pérdida, el enojo y el luto. Juntos lograron la justicia y se sobrepusieron, con importantes aprendizajes, a ese día del terror.
Sé que la comparación entre la situación Londinense y la Mexicana es endeble. Los causantes no se parecen en mucho salvo su salvajismo. Sin embargo, lo que importa es la reacción. Un país que se divide con facilidad nunca logrará sobreponerse a las dificultades o, en su caso, aprovechar oportunidades.
México está lastimado. Su sangre hierve. En vez de enojarnos juntos, nos enojamos los unos con los otros. Cada actor político y social culpa al de a lado. Vemos a nuestros vecinos con sospecha. Lo único que le hemos mostrando al crimen organizado desde que esta guerra comenzó es lo fácil que es dividir una nación.
Divide y vencerás decían. Ellos lo están logrando.
Todos somos cómplices.