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Sierra de los Chimalapas

Los programas sociales en esa parte del sur de México son letra muerta.

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Escrito en OPINIÓN el

Belisario Domínguez es una comunidad enclavada en la sierra de Los Chimalapas, en los límites de Chiapas y Oaxaca. Sus pobladores, campesinos pobres, aún no saben que ese lugar, constituido como municipio por la LXIV Legislatura del Congreso del estado de Chiapas a fines del 2011, no tiene tal categoría.

 

La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) resolvió el 26 de junio del 2013 que queda sin efecto el decreto emitido por los legisladores chiapanecos en una zona donde campea la inconformidad y se han enraizado problemas como el cacicazgo, el trasiego de drogas y la venta ilegal de madera.

 

Unos 30 kilómetros de terracería, de piedras filosas, separan al municipio de Cintalapa, que reclama como suya esa zona, de Belisario Domínguez. Sólo el silbante y gélido viento acompaña a quien se adentre a esos territorios llenos de pino y árboles maderables. Por sus cañadas se aprecian plantíos de maíz, pinabetos, flores y un hermoso y limpio horizonte.

 

Para el gobierno, Belisario Domínguez es uno de los 122 municipios que conforman el estado de Chiapas, y se encuentra al oeste de la entidad. Fue segregado del municipio de Cintalapa en el año 2011, pero una decisión de la SCJN dejó sin efecto la aspiración, al menos en el papel, la intención de conformar un nuevo municipio. En la práctica hay un edificio bello, de fachada blanca y tejas que alberga la Presidencia Municipal, resguardada sólo por dos agentes policiales.

 

No hay una sola calle pavimentada, los pobladores carecen de agua potable, drenaje y varias de las empobrecidas casas carecen de energía eléctrica. Los habitantes de ese poblado no saben si son chiapanecos o oaxaqueños, debido a que están en territorio en disputa y se sienten decepcionados de los políticos que sólo lleguen en época de campaña electoral a pedirles el voto a cambio de solucionarles sus problemas.

 

Ismael Saturnino Robles se queja: “Todos vienen cuando quieren ser diputados, senadores o gobernadores; nos prometen cambios, nos aseguran que pavimentarán las calles y mejoraran los servicios de salud y abrirán una universidad. Eso queda sólo en promesa. Llevamos tiempo escuchándolos. A nosotros nos vienen engañando, creyendo que somos tontos”.

 

El “presidente municipal” de Belisario Domínguez, Oel León Reyes, tiene seis meses que no llega a sus oficinas. Sólo cobra el dinero que le depositan en su cuenta bancaria pero no se acuerda de venir a ver las necesidades y de ese tipo de políticos ya no queremos más, dice a su vez Mario Fuentes.

 

"El ya no viene a este lugar pobre. Está más preocupado en su rancho que compró con un crédito de 3.5 millones de pesos”. Los programas sociales en esa parte del sur de México son letra muerta. La nómina municipal registra 500 empleados. Casi todos son aviadores, no existen, supuestamente hay una lista con nombres inventados. ¿Y el dinero esa nómina? Sólo Oel sabe a dónde va a parar o quienes son porque los habitantes conocen apenas a un contador, un par de policías, un chofer y una decena más de “funcionarios”.

 

La única parte del terreno que tiene cemento es la zona donde se construyó el edificio de la Presidencia Municipal y una pequeña cancha. Todo lo demás es tierra rojiza, y polvo en tiempo de seca y lodazales intransitables en temporada de lluvia.

 

De espaldas a la pequeña escuela que queda en el área perimetral del terreno de la presidencia, un grupo de campesinos exige a gritos que sean escuchados, que alguien haga algo para superar la pobreza y la marginación de que son objeto. No hay servicio médico y sacar a un enfermo de la zona demanda por lo menos una hora y media dando tumbos en una camioneta todo terreno. Aquí la gente no debe enfermarse de gravedad. Saben que no hay forma de librarla por la distancia, la falta de recursos y la distancia de otros municipios.

 

Es un mundo de paradojas: Tiene un extraordinario paisaje, con cerros macizos por donde baja el aire frío que congela el rostro de cualquier persona. Desde lo alto y por la carretera, retornando a Cintalapa, puede verse a la distancia el Océano Pacífico, y poblados costeros de Oaxaca.

 

En la zona indígena las mujeres se cubren, en este mes de marzo, con mantas bordadas con flores moradas y los niños tienen el rostro agrietado por el frío. Los hombres cubren sus cabezas con gorros y mantienen, casi todo el tiempo, las manos dentro de los bolsillos de su pantalón.

 

En esta región misérrima todo duele. Duele el abandono, la nostalgia, la tristeza de quienes siguen pidiendo ayuda al gobierno Federal. Duele la utilización de recursos gubernamentales para canjearlos por votos.

 

No es Oaxaca. No es Chiapas. Es la realidad de México en general. Belisario Domínguez sigue en el limbo. No es del uno ni del otro hasta en tanto no haya una definición política real.

 

Mientras tanto bajo el silbante viendo y los pinos que se hamaquean siguen muriendo niños de hambre, siguen transitando los campesinos por las veredas en busca de plantas y raíces para sobrevivir.

 

En ese empobrecido poblado solo las nubes rojas por el resplandor del sol y el murmullo del mar que llega en la voz del viento es lo único que alienta a la gente.

 

Más… nada.

 

joseluiscastillejos@gmail.com

@jlcastillejos