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Quedó a deber

Peña Nieto nos vuelve a comprobar que no sabe trabajar más que con los suyos.

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Escrito en OPINIÓN el

Videgaray no salió por el affair Trump, sino por sus secuelas. Pareciera lo mismo pero no lo es.

 

Para el equipo de Peña Nieto no hubo error alguno en la invitación, recepción y defensa de la visita de Trump. Sostienen contra viento y marea que hicieron lo correcto y que el tiempo les dará la razón. Poco vivirá el que no vea el desenlace. Por lo pronto, sostienen, debiéramos felicitarlos.

 

Si el affair Trump estuvo bien, sus secuelas no, pues terminaron por debilitar a Videgaray para llevar a buen puerto el presupuesto 2017 y pusieron al propio Presidente en una encrucijada mediática de la que no supo ni pudo salir airoso.

 

La salida de Videgaray le da así un respiro al Presidente y libera de presiones la que de suyo se aprecia homérica negociación del presupuesto.

 

Videgaray, si bien golpeado, no queda fuera del ánimo presidencial y seguramente será un ministro sin cartera con mucho poder y plenipotenciaria ingerencia. No obstante, algunos costos habrá de pagar, sobre todo ante los muchos enemigos que hizo en el gobierno y en los sectores propios de su cartera. De igual forma, si bien conservará poder, el golpe habrá de cobrársele en sus hasta ayer férreas lealtades y en el descobijo de sus alfiles estratégicamente colocados en toda la administración pública federal y partidista.

 

Churchill decía que la gente se olvida de uno en dos meses. Veremos cómo aplica esta máxima en el caso de Videgaray, pero auguro que el personaje subsistirá actuante el resto del sexenio, trascenderá éste y seguirá presente como pieza clave en las áreas financieras con los soportes (internos y externos), y sus respectivos intereses, que hasta hoy en día lo cobijan y seguirán haciéndolo. Salvo, claro, que el modelo de desarrollo y la injerencia de los organismos económicos extranjeros cambien.

 

La tacita ratificación de Osorio responde a no regalarle su cabeza a la CNTE. Ello, no porque su mafia fuese o pudiera haber sido la causante de su posible cambio de posición, sino porque (al igual que el lenguaraz Trump con la salida de Videgaray) reclamaría y festejaría su salida como triunfo propio. Osorio, sin embargo, se queda en descampado. Siendo el priísta mejor posicionado en la adelantada carrera sucesoria y con fuegos descontrolados en seguridad y negociaciones políticas, habrá de acusar, mejor dicho, seguirá acusando, recibo de golpeteos de propios y extraños. Golpeteos que han mermado su ánimo y presencia pública de manera ostensible.

 

La llegada de Meade era obligada. Tranquiliza a los mercados, manda una señal de control y continuidad; es un hombre conocido, respetado y apreciado en el medio y su trato es más dúctil y terso que el de su antecesor. Su tarea, como sea, no será fácil, la economía no puede pintar para peor y su inclusión en la carrera presidencial, debido a su anterior nombramiento en SEDESOL, lo coloca en situación de blanco para los de casa y allende.

 

Siendo del mismo corral y barrio que Videgaray, los detalles caseros de la Secretaría, las formas y los estilos, y los inevitables pleitos de lavaderos de los equipos habrán de pesar pronto sobre sus espaldas. Lo mismo es válido para con las dos Secretarías por las que ha pasado, Relaciones Exteriores y Desarrollo Social. Tanto cambio, aún sin quererlo, lo pone en tesitura de difícil tránsito con los equipos de Videgaray, Ruiz Massieu y Miranda.

 

Miranda arriba a SEDESOL por la amistad, compadrazgo y confianza presidencial. No quiere ello decir que carezca de calidades para la tarea, pero a estas alturas del sexenio la cercanía presidencial llega a achicharrar hasta a los mismos diamantes. Su llegada es para asegurar al presidente control absoluto en el ejercicio de los programas y no abrir más la baraja y (des)equilibrios sucesorios, además de liberarlo de las negociaciones en Bucareli que lo tenían enfrentado prácticamente con todo el gobierno y buena parte de la sociedad civil. Sin duda será también un pararrayos y operador político en las elecciones del Estado de México. No creo que vaya a ser un actor principal y directo, pero sí brújula, mano amiga y garrote implacable.

 

Peña Nieto pierde su brazo derecho. La amputación le ha de haber sido extremadamente dolorosa, más cuando es alérgico a todo cambio de su entorno cercano, lo que explica que en lugar de aprovechar la oportunidad para mandar una señal de cambio, haya optado por otra de enconchamiento. Su equipo, de suyo muy venido a menos, al cerrarse más, no llena huecos sino ahonda desencuentros y desconfianzas.

 

Lo peor, sin embargo, es que el control de daños quedó pequeño y no pasó de lo anecdótico. “Quedó a deber”, es el parecer que he recogido por doquier.

 

El mensaje pareciera decir que no hay problema, que todo camina de maravilla y que los cielos son abiertos y sin amenazas de tormenta. Una renuncia táctica e inexplicada del hombre fuerte que se salda con un reagrupamiento del equipo compacto y todos felices y contentos.

 

Peña Nieto nos vuelve a comprobar que no sabe trabajar más que con los suyos. No me atrevería a decir que sea una tara mexiquense, pero sí, al menos, una práctica muy generalizada en esos Lares, de sólo confiar y trabajar con los de casa. Cual tribus nómadas beduinas en el desierto, los equipos mexiquenses son como pequeñas ciudades amuralladas con ruedas que permiten trasplantárseles geográfica y funcionalmente, pero que operan cerrada, desconfiada y endogámicamente. A donde llegan no echan raíces, no tejen lazos de solidaridad, no se mezclan. Ciudades amuralladas de clanes que premian la lealtad y la pertenencia por sobre la capacidad y la experiencia; que desconfían de todo extraño, al que bien pueden llamar infiel y, por ende, digno de exclusión y persecución; que, acordes a su prototipo, desconfían entre ellas mismas y terminan por sólo platicar con el espejo y predicar en el desierto.

 

Mientras tanto la vida pública sigue; lo triste es que ya a pocos entusiasma.

 

@LUISFARIASM

@OpinionLSR

 

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