Main logo

Putin y el juego de la gallina

En la política y las relaciones internacionales existen jugadores que son verdaderos adictos al riesgo, actores capaces de obtener lo que quieren maximizando el riesgo o creando conflictos.

Por
Escrito en OPINIÓN el

El juego de la gallina es un famoso dilema de interacción estratégica estudiado por la teoría de juegos, el cual suele ser especialmente útil para comprender la dinámica que caracteriza al conflicto total entre dos partes.

 

El dilema se formula de la siguiente manera: Dos automóviles avanzan a toda velocidad uno contra el otro. Los conductores aceleran su trayectoria retando al adversario. El que se retire o desvíe es un cobarde, quien continúe avanzando será el ganador. Si ambos  mantienen el mismo curso, inevitablemente terminarán por chocar, con la posibilidad de sufrir daños severos o incluso de morir.

 

Cada uno de los conductores mantiene su decisión y avanza porque piensa que será el otro quien se va a desviar. El primer conductor acelera, enviando una señal inequívoca de que no va a detenerse. El segundo conductor responde acelerando para dejar claro que tampoco cederá. Cada uno espera que sea el otro quien se desvíe y se convierta en el “gallina”. Sin embargo, conforme avanza el juego aumenta incrementalmente la probabilidad de alcanzar un punto de no retorno y que la colisión sea inevitable.

 

El modelo presenta tres resultados posibles:

1) Ambos se detienen simultáneamente en tanto se hacen latentes las consecuencias del choque.

2) Nadie cede y al final se estrellan, destruyéndose mutuamente.

3) Uno  de los jugadores decide detenerse al descubrir que su rival no cederá, todo depende de quien tenga un sentido más alto del riesgo o no tenga nada que perder. 

 

Hay un cuarto resultado que no debe perderse de vista. Hay ocasiones en las que ambos pierden porque a pesar de querer cambiar su curso en un momento determinado, resulta imposible porque se ha alcanzado ya un punto de no retorno. En otras palabras, aún cuando los jugadores no se hayan estrellado, existen consecuencias no previstas de la decisión de aferrarse a estrategias de alto riesgo o costos derivados de la prolongación del conflicto.

 

En la política y las relaciones internacionales existen jugadores que son verdaderos adictos al riesgo, actores capaces de obtener lo que quieren maximizando el riesgo o creando conflictos. En especial, cuando no están sujetos a controles democráticos o cuando la opinión pública no puede sancionaros, los líderes pueden recurrir con mayor facilidad o impunidad a estrategias intransigentes sin temor a sufrir consecuencias. El juego de la gallina es un terreno natural para los autócratas y los demócratas de fachada.

 

El juego de la gallina es un modelo relevante para entender el conflicto entre Rusia y Ucrania. A partir de la destitución de Víktor Yanukóvich en febrero pasado, Vladimir Putin  mantiene firme su curso y acelera con decisión ante cualquier retador, sea este el gobierno de Ucrania, la Unión Europea, la ONU o los Norteamericanos. Ha dejado en claro una y otra vez, incluso después del derribo del vuelo MH17 y la muerte de 298 civiles, que para él no hay vuelta atrás. Lo puede hacer porque está convencido de que no hay consecuencias y que tiene todo que ganar.

 

Sus actos han sido son cualquier cosa menos acontecimientos circunstanciales o acciones improvisadas, evidencian una estrategia racional perfectamente calculada. Se ha armado y patrocinado a grupos paramilitares, bajo la fachada de rebeldes independentistas, y a lo largo de este año se creado un ambiente de caos e incertidumbre para desestabilizar al gobierno ucraniano e incorporar nuevos territorios a Rusia. Lo puede hacer porque está convencido de que no hay consecuencias y que tiene todo que ganar.

 

Desde su visión del mundo, aun cuando sus contrapartes advierten que habrá sanciones de continuar el mismo curso de acción, la amenaza no tiene credibilidad: la Unión Europea está dividida, carece de una política exterior común y tiembla ante la posibilidad de que se cierre la llave del gas natural ruso; los norteamericanos advierten con sanciones económicas que difícilmente podrán implementar con efectividad ante las dudas europeas; cualquier decisión en el marco del Consejo de Seguridad puede frenarse a través de veto; y al interior de Rusia no hay contrapesos que pueden suponer un freno a su estrategia regional.

 

El juego puede cambiar drásticamente para Putin en las próximas semanas. La Comisión Europea va a poner a discusión un paquete de sanciones en contra de Rusia por un monto equivalente a 10 mil millones de euros al año, lo cual incluye limitar a bancos rusos acceso a capital europeo, suspender exportación e importación de armas, así como el suministro de bienes para uso civil y militar y tecnología para el sector energético. Otras voces llaman a retirar a Rusia la sede del Mundial 2018 y boicotear actividades culturales, deportivas o políticas con el fin de aislar internacionalmente a Putin. Medidas que, de llegar implementarse, tendrían un fuerte impacto en la economía rusa y podrían generar fuerte presiones internas en contra de la política exterior del gobierno ruso. Sin embargo hay que esperar para ver si los 28 miembros de la comunidad son capaces de ponerse de acuerdo y que las medidas propuestas entren en vigor.

 

El problema de la comunidad internacional es que enfrenta a un amante del riesgo con recursos y proyecto, con armas y sentido de misión trascendente. El dilema no es detener a Putin en el Este de Ucrania, sino redefinir una estrategia económica, política y diplomática coherente ante Rusia en el mediano plazo y hacerlo de tal forma que para le resulte demasiado costoso crear conflictos o incrementar situaciones de riesgo. La comunidad internacional necesita poner sobre la mesa una amenaza creíble para convencer a Putin de que Rusia pagará los costos de provocar un choque. Para obligarlo a negociar desde una lógica distinta al juego de la gallina.

 

@ja_leclercq