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PRI, fracaso histórico

El PRI no nació como partido democrático ni para contender entre partidos.

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Escrito en OPINIÓN el

El PRI no habrá de morir a manos de sus opositores, tampoco por senectud. Morirá asesinado y por los suyos. Será su muerte un fracaso histórico, porque fenecerá ante las fuerzas que justificaron su origen.

 

México salía de la primera Revolución social y el mundo de la primera conflagración del orbe, en la que mal se dirimió la hegemonía del siglo XX e incubó la Segunda Guerra Mundial y con ella el orden de injusticia y desigualdad que hasta hoy priva. Pero ése es otro tema.

 

En el suelo mexicano la sangre aún no secaba y los tiros no cesaban. La Revolución había terminado por salvarse de sus salvadores; asesinados todos: Madero, Zapata, Villa, Carranza, Obregón. Pero en cada región había un jefe armado y todas las condiciones para el surgimiento de su propia antítesis. Toda elección terminaba en levantamiento; no había líder político sin capacidad de fuego, ni deliberación ciudadana sin balas. La perspectiva, en un mundo que amenazaba con devorar a quien consumiese su días y recursos en guerras intestinas e interminables, eran de extinción. El chico malo del vecindario americano sabía que desde otros barrios pronto vendrían a poner a prueba sus fuerzas y consistencia, y urgía de orden y control en la zona de su influencia, seguridad sobre sus recursos y accesibilidad a su mano de obra importable.

 

En México fuerzas centrifugas amenazaban con desgarrar el neonato tejido social postrevolucionario, romper su endeble equilibrio político y auspiciar la voracidad del elefante que a nuestro lado duerme y de otros que en su contra compiten.

 

Solemos juzgar al PRI original con ojos modernos e instrumentos de una democracia abstracta y formal que en el México entonces no existía. De Revolución salimos con derechos y nueva estructura de poder, pero los instrumentos de ella no eran las urnas, los partidos ni la participación ciudadana; lo fueron las armas y los levantamientos sociales. En cada región había un jefe político con visión patrimonialista, cortoplacista y provinciana; las bondades del federalismo se confrontaban con una realidad sin perspectiva ni aliento federal.

 

Calles diseñó un instrumento de gobierno, el PRI no fue en esencia un partido político; de haberlo sido hubiese corrido la suerte de una monja en un burdel. El México de entonces no estaba preparado para una democracia de partidos; éstos no existían y todo brote partidista concluía en grupo armado y jefe político. AMLO, entre paréntesis, es expresión de ese México de caudillos, no del de nuestras circunstancias y necesidades. Ante esa realidad centrífuga, Calles diseñó un instrumento político de gobierno para dar cabida y cauce a todas las expresiones, pero bajo una institucionalidad que hasta entonces no existía. Podríamos aventurar que Calles buscaba encausar institucionalmente la lucha política postrevolucionaria, no darle rumbo al juego democrático, porque en ese entonces se jugaba con fuego. Meter al orden a esas fuerzas nunca ha sido fácil, los poderes fácticos jamás han dejado de tensar la cuerda con el poder, ni de medrar de sus debilidades, ni de prostituir sus estructuras. Hoy es fácil criticar a Calles juzgando que se equivocó y que debió apostar por la democracia y no por la institucionalidad, pero ese criterio hace abstracción de la realidad entonces imperante.

 

Es cierto, el PRI no nació como partido democrático ni para contender entre partidos; su diseño es de instrumento del poder para procesar institucionalmente las expresiones centrífugas de un México violento y balcanizado que amenazaba con desgarrar la República.

 

Ese México, nos guste o no, permitió la paz social, la consistencia política y el desarrollo nacional del siglo XX; pero todo ello derivó en reclamo democrático que devino en apertura y concluyó en miserable partidocracia. La alternancia tuvo claro el déficit en democracia, pero ignoró el pasado que condicionaba su circunstancia. Su desconocimiento histórico la condenó a omisión política que provocó un libertinaje de poderes fácticos; entre ellos descollaron los políticos locales hasta entonces bajo control presidencial.

 

El poder descontrolado de los gobernadores medró con un Presidente sin idea de País y arrinconó a un PRI, derrotado en las urnas y burocratizado en sus liderazgos, a aceptar las imposiciones y torpezas de estos virreyesuelos. La CONAPO nació como pacto de pandilla contra Fox, el TUCOM, hace once años, fue una rebelión de gobernadores priístas contra un PRI manejado a Madrazos, mientras que el peñismo mexiquense se hizo de la candidatura hace cinco sobre otro PRI operado a billetazos. En ese contexto, sin perspectiva nacional y menos política, cada gobernador impuso a su delfín y construyó su feudo. Surgieron así botargas por candidatos y nulidades por políticos que lograron en los Medinas, Duartes y Borges su epítome. Éstos soñaron con perpetuar sus desgobiernos de rapiña, pero toparon con una realidad que nunca supieron leer.

 

Hoy, ante sus descalabros, el PRI festina como suyo y grande el triunfo de los Murat en Oaxaca. Se equivoca, en Oaxaca no gana el PRI, gana un cacicazgo letal que para reasentarse prostituyó al PRI y al PRD en Oaxaca, y empeñó su futuro a un pacto diabólico con Morena.

 

Murat y su botarga son el fracaso histórico del PRI, representan las fuerzas centrífugas que originaron su creación; fuerza ésta que se asienta en el corazón de una región desde hace años exenta de gobernabilidad. Agente destacado de está ausencia de Estado es la CNTE que, curiosamente, es un monstruo que creció al cuidado de Pepé Murat.

 

No era necesario conocer las razones que dieron origen al PRI para evitar sacrificar el sureste del País al cacicazgo deMurat, bastaba con conocerlo.