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Percepción y realidad

A muchas personas les gusta responder cuestionarios sobre todo tipo de temas, estén o no bien informadas al respecto.

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Escrito en OPINIÓN el

Hace unos días buscaba información sobre los índices de violencia en distintas ciudades de nuestro país. Encontré varios documentos y artículos detallados, pero a medida que avanzaba en la lectura, me percataba de que se basaban en encuestas de percepción de la violencia. No obstante, a partir de estas encuestas y no de datos duros ni constatación de hechos, se había construido una lista comparativa de “las ciudades más violentas/seguras” del país.

 

De manera similar, hace un par de meses encontré una gráfica comparativa de “los políticos más corruptos”, un tema que siempre llama la atención. Al leer el documento, me sorprendió ver que, también en ese caso, la fuente era una encuesta de percepción hecha entre el público en general. Pero sin importar la naturaleza dudosa de la fuente de información para el objetivo que se buscaba, el documento concluía y calificaba de forma categórica a un grupo de personas como los “políticos más corruptos”.

 

Cada vez son más frecuentes las encuestas de opinión sobre todo tipo de tema, levantadas entre el público en general. Aunque en muchos temas es útil e interesante conocer la opinión pública, lo que estamos observando es que en muchos casos la búsqueda de la verdad ya no pasa por la investigación y ponderación de elementos fundados, sino por el camino más fácil de preguntar a cualquier audiencia su parecer sobre cualquier tema, independientemente de que ese público no se encuentre en condición de formular una opinión fundada.

 

Aunque hay sucesos o situaciones sobre los cuales es relevante conocer la opinión pública, frecuentemente las encuestas son utilizadas para valorar fenómenos que son directamente medibles a través de variables objetivas y comparables.

 

Así, se pregunta a las personas si creen que algún sospechoso es culpable de una imputación, con lo cual la investigación, las pruebas y el debido proceso se vuelven irrelevantes; se inquiere si la localidad en la que la gente habita es más segura que antes, ante lo cual las estadísticas sobre robos, secuestros y homicidios pierden significado, pues generalmente son desconocidas para la población en general.

 

Lo cierto es que en la mayor parte de estos ejercicios, al no contar con los elementos pertinentes para hacer un juicio informado, los encuestados inconscientemente responden al carisma e imagen de las figuras públicas a quienes se refiere la encuesta o bien utilizan la oportunidad que se les presenta como un ejercicio catártico para expresar su malestar y frustración, que pueden estar o no relacionados con el tema que se cuestiona.

 

Actualmente resulta muy sencillo, rápido y económico levantar encuestas. El internet y las redes sociales han contribuido a facilitar estos ejercicios. Por otro lado, a muchas personas les gusta responder cuestionarios sobre todo tipo de temas, estén o no bien informadas al respecto.

 

Sin duda es más simple levantar una encuesta telefónica o por internet sobre cualquier asunto, que construir indicadores y medir fenómenos de una forma regular, comparable y verificable.

 

Es más fácil realizar campañas de medios que influyan en la percepción del público, que llevar a cabo acciones que incidan en los fenómenos que pretendemos modificar, ya sea que se trate de corrupción, medio ambiente, seguridad, crecimiento económico, educación, etc.

 

Asimismo, es más sencillo referirse a las opiniones de un grupo elegido al azar para fundar cualquier análisis de algún fenómeno, o para justificar cualquier preconcepción sobre un tema, que identificar datos relevantes, realizar una investigación de contexto y acudir a los expertos con un cuestionario coherente que ayude a generar conclusiones medianamente sustentadas.

 

Pero estamos inmersos en la cultura de lo inmediato, que se vuelve superficial, efímero y, finalmente, intrascendente.

 

Por otro lado, preocupa constatar que la opinión pública es manipulable, que la forma y el orden en que se hacen las preguntas pueden inducir el sentido de las respuestas, que las personas no siempre dicen lo que piensan y que no todas cuentan con acceso a información relevante o con la preparación y herramienta para procesar e interpretar los datos disponibles.

 

El momento en el que se mide la opinión pública influye también en los resultados. Al inicio de un proyecto, sobre todo si promete lograr grandes cambios, las perspectivas de la población suelen ser optimistas. Ese optimismo beneficia y puede ayudar a obtener los objetivos planteados, si involucra la colaboración de la sociedad, lo que constituye una especie de “profecía autogenerada” (self-fulfilling prophecy), pero es importante tener presente que estas expectativas no necesariamente están fundadas en la realidad sino que generalmente reflejan sólo buenos deseos.

 

La opción de realizar encuestas de opinión para todo tipo de asunto, sean o no pertinentes, genera fuertes incentivos para que los actores políticos, económicos y sociales se enfoquen en las apariencias, lo que implica invertir en campañas de publicidad y construcción de imagen, así como a dar prioridad a los resultados efectistas de corto plazo, dejando al lado el esfuerzo continuo para medir resultados, evaluar decisiones y corregir el rumbo para lograr mejoras permanentes en el largo plazo.

 

Generar opinión tiene consecuencias y por lo tanto no debe hacerse con ligereza. Existe una propensión de las personas a adaptarse a lo que piensa la mayoría. De allí que la difusión de los resultados de encuestas levantadas entre la población desinformada contribuye a la desinformación, al convertirse en una potente cámara de resonancia. En palabras del terrible Goebbels: una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad.

 

@elenaestavillo 

*Comisionada del IFT. Las opiniones expresadas son a título personal y no deben entenderse como una posición institucional.

 

@OpinionLSR

 

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