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Millennials con Bernie

La elevada cantidad de títulos universitarios es otro de sus rasgos distintivos.

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Escrito en OPINIÓN el

Se les ha tildado de niños malcriados y egocéntricos. Algunos sociólogos los han definido como la generación bumerang, pues siempre regresan a la casa de sus padres. Hay quienes no los bajan de chicos soberbios que creen que pueden aleccionar a sus mayores. Muchosde ellos prefieren el desempleo y el subempleo a estar en un trabajo que odian pero que les garantiza un ingreso estable. Son los Millennials.

 

Esta categoría se ha popularizado en Estados Unidos para referirse a las personas que nacieron entre 1981 y 1997. Se trata de la primera generación que se formó en la era de la comunicación digital y que establece buena parte de sus relaciones cotidianas bajo la intermediación de una pantalla.

 

Más vale que vayamos comprendiéndolos, pues no sólo han llegado para quedarse, sino que además formarán a los futuros ciudadanos. De ellos y de sus hijos dependerá el devenir de las democracias. Tan es así, que en las elecciones presidenciales de Estados Unidos que se celebrarán el próximo noviembre, los Millennials serán la generación más numerosa, representando alrededor del 30 por ciento de los votantes. Aunque será la primera vez que muchos de ellos acudan a las urnas, tienen el peso demográfico suficiente para definir quién será el próximo presidente de la nación más poderosa del planeta.

 

Curiosamente, en la carrera por la nominación presidencial del Partido Demócrata ha sido un veterano de 74 años de edad quien ha despertado las expectativas de una generación a la que le habían prescrito resignación e indiferencia. Con su estilo confrontador y descuidada indumentaria, Bernie Sanders ha aniquilado las leyes del marketing político. Lejos está de parecerse a Enrique Iglesias, lo cual desde luego no está entre sus preocupaciones. Pero más allá de la imagen, lo significativo es que en un país que le rinde culto al consumismo y al individualismo –y que hasta no hace mucho estaba inmerso en la Guerra Fría contra el comunismo–, un político que se proclama socialista democrático le esté pisando los talones a la otrora invencible Hillary Clinton.

 

Tomando por sorpresa al mundo entero, en las redes sociales este fenómeno político es conocido como #FeelTheBern. Que la gente lleve a cabo una revolución en contra del 1% de Wall Street,ya no es la prédica de un puñado de idealistas en el desierto.Lo marginal comienza a volverse mainstream. En buena medida se lo debemos a la generación del milenio.

 

Para responder por qué un político que les lleva hasta cincuenta años cuenta con el 65% de intención de voto entre los electores más jóvenes, es necesario analizar tanto los valores y autopercepciones que comparten como generación, como las características del mundo que heredaron.

 

De acuerdo con estudios del Pew Research Center sobre brechas generacionales, los Millennials se distinguen de la Generación X o los baby boomers por un mayor escepticismo hacia las grandes instituciones, sean seculares –partidos, sindicatos, Estado– o religiosas. A la vez se muestran más abiertos al multiculturalismo y a acoger a inmigrantes. Son en su mayoría partidarios de la equidad de género, de tomar medidas para frenar el cambio climático y del matrimonio entre personas del mismo sexo.

 

En cuanto a la percepción que tiene de sí misma, la generación del milenio en Estados Unidos no se considera tan patriótica, responsable, esmerada en el trabajo, compasiva y dispuesta a sacrificarse como las generaciones que la antecedieron. En cambio, se asume emprendedora, creativa, tolerante e idealista.

 

Los Millennials son los hijos predilectos de la crisis. Muchos de ellos entraron a trabajar luego de la eclosión de la burbuja inmobiliaria en el año 2008, fenómeno que provocó una debacle económica tan solo equiparable a la de 1929. Es una generación a la que le será imposible mantener el nivel de vida y el poder adquisitivo que sus padres gozaron en décadas de bonanza económica y de una distribución de la riqueza más equitativa. A ellos les ha correspondido el papel nada agradable de financiar con su esfuerzo los lujos de unos pocos queacumulan grandes fortunas: mientras los más ricos se hacen millonarios, a la clase media se le exige trabajar más por menos paga.

 

Un alto porcentaje de ellos está en el desempleo o subempleo, así que optan por crear su propio puesto de trabajo a través de la economía colaborativa de Internet: startups, incubadoras y free-lance emergen como jerga cool en un mundo laboral que ofrece precariedad e incertidumbre a los de nuevo ingreso. Los salarios estancados y la carencia de oportunidades han provocado que la transición a la vida adulta se prolongue. Por más que quieran emanciparse de la casa de sus padres, la situación económica se los impide. De ahí que sea injusto y soberbio que otras generaciones que sí tuvieron esa posibilidad los diagnostiquen con el síndrome de Peter Pan o de la eterna infancia.

 

La elevada cantidad de títulos universitarios es otro de sus rasgos distintivos. La paradoja es que siendo la generación con mayores niveles de educación y de acceso a la información en la historia, es la que más ha sufrido el desempleo y el trabajo informal. Además, las deudas contraídas para financiar sus estudios universitarios–con intereses por encima de otros créditos en el mercado–, no hacen sino agravar su panorama.

 

Cuando altos niveles de preparación –y por tanto de expectativas– chocan con puertas cerradas, el resultado es inminente: Indignación. Aquí radica la ruptura generacional con una democracia que ya no representa y una economía que no los incluye. Sanders lo comprendió. Ha logrado expresar en palabras las angustias de toda una generación. Ha catalizado el descontento masivo en propuestas concretas.

 

Sería imposible explicar el éxito del mensaje de Bernie Sanders sin considerar los dramáticos cambios en los hábitos de consumo de información. De acuerdo con el Pew Research Center, para un 61% de los Millennials estadounidenses, Facebook es su principal fuente de noticias, mientras que solo el 37% sigue informándose a través de la televisión. Esto quiere decir que los consorcios mediáticos tradicionales han dejado de ser los cadeneros que deciden quién sí y quién no puede entrar a una carrera presidencial.  Ahora cada individuo tiene literalmente en la palma de su mano la libertad de consumir contenidos en función de sus intereses y afinidades y compartirlos al instante en sus redes.

 

Sea cual fuere el resultado de las primarias,  Sanders ya se hizo de una victoria nada despreciable. Ha logrado ampliar la conversación, colocando los privilegios de unos pocos y las desigualdades abismales como temas centrales en el debate nacional. Con ello, ha forzado el desplazamiento de sus correligionarios a la izquierda.

 

Su discurso ha logrado revivir el idealismo tantas veces triturado por la Realpolitik. Cada vez será más recurrente escuchar propuestas para que las universidades públicas sean financiadas a través de impuestos progresivos, en especial a las grandes fortunas. Hace unos años, cuando el pensamiento conservador estaba en apogeo, posturas a favor de un sistema de salud público sin costo, o de elevar el salario mínimo a 15 dólares la hora, hubieran sido calificadas por las audiencias como soviéticas y totalitarias. En cambio hoy en Estados Unidos se habla abiertamente de los daños a la democracia ocasionados por el financiamiento de los millonarios a las campañas. ¿Será que como afirma el economista Thomas Piketty, en muchos aspectos asistimos al fin del ciclo político-ideológico abierto por Reagan en 1980?

 

@EncinasN