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México debe cambiar (I)

Seamos claros: Sólo a través del Estado de Derecho podremos superar, juntos, los retos de la inseguridad, la corrupción y la impunidad: Enrique Peña Nieto.

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Escrito en OPINIÓN el

Octavio Paz escribió en El laberinto de la soledad: “Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, momento de reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer […]. No importa, pues, que las respuestas que demos a nuestras preguntas sean luego corregidas por el tiempo; también el adolescente ignora las futuras transformaciones de ese rostro que ve en el agua […] Por virtud de esa mirada las facciones se hicieron rostro y, más tarde, máscara, significación, historia”.

 

Parto de esta cita porque coincido con quienes plantean que la energía social que se ha dejado sentir en las últimas semanas, a raíz de los sucesos de Ayotzinapa, debe ser encauzada constructivamente.

 

Sería un grave error para todos los mexicanos dejar que se disipe este ímpetu sin llegar a la concreción de los necesarios cambios que requiere nuestro país.

 

 

Urge una cirugía mayor  y desde abajo, “una reforma del poder” como decía Colosio. Sin embargo, como frecuentemente sucede, resulta difícil visualizar en el mar de consignas los objetivos y los métodos.

 

En este orden de ideas, me parece importante la aportación que hace el Instituto de Estudios para la Transición Democrática (IEDT) al publicar el texto México: las ruinas del futuro (http://www.ietd.org.mx/mexico-las-ruinas-del-futuro/) en donde, además del análisis de los acontecimientos recientes, propone algunos temas para avanzar hacia un “acuerdo político y social urgente”.

 

 

Coincido en que es imposible e infructuoso intentar reconstruir al Estado sin la participación decidida de la sociedad civil, sin embargo, como lo manifiestan los firmantes, “la necesaria, saludable y enorme ola de indignación moral que ha recorrido decenas de ciudades en México tampoco ha encontrado, fuera del rechazo absoluto a la impunidad, un discurso diferencial. Como suele ocurrir con las acciones dictadas por la espontaneidad, sus grandes energías y su decisión de cambio no han construido un cauce ni una fórmula para jerarquizar demandas asequibles y transformaciones precisas”.

 

El presidente Enrique Peña presentó el jueves pasado un decálogo que, además de propuestas orientadas a garantizar la seguridad y la impartición de justicia, anuncia medidas para hacer efectiva la protección de los Derechos Humanos, combatir de manera más agresiva la desigualdad en las regiones del país que más la padecen y poner fin a la corrupción.

 

 

Lo anterior constituye una señal de autocrítica y voluntad de cambio desde el Ejecutivo federal, sin embargo, las propuestas requerirán de un decidido apoyo y exigencia de la ciudadanía para su concreción, incluido un voto de confianza contra resultados.

 

 

Dice el artículo del IEDT: “Muy pocos han intentado elevar la mira y trascender el miedo y la indignación. Ni las fuerzas políticas y las instituciones del Estado ni la sociedad civil ni las movilizaciones en curso, han conseguido abrir un espacio público para restablecer puentes hacia el diálogo, la deliberación, la propuesta y la elaboración de iniciativas y estrategias que den cierto sentido al momento y un horizonte a la nación”.

 

 

¿Cómo recuperar entonces la confianza en las instituciones? ¿Cómo trascender el diálogo de sordos del IPN? ¿Cómo conducir hacia la legalidad las manifestaciones en las calles? ¿Cómo parar a los anarquistas vándalos provocadores?

 

La historia nos dice que la cultura de la legalidad y de la participación social organizada no se establece por decreto; se requieren, entre otras cosas, liderazgos innovadores que desde los núcleos sociales, los municipios y las comunidades, incluso desde las familias, sean capaces de convocar y facilitar a los distintos sectores la definición de los cómos. Para esto, es necesario quitarnos la idea de que las instituciones son intrínsecamente perversas, así como la fijación de que es necesario partir de cero y desechar lo construido.

 

 

Esta toma de conciencia debe ser parte del momento de reposo reflexivo del que habla Octavio Paz, y es indispensable pasar por ella antes de entregarnos al hacer.

 

Dialogar para construir

Fijemos las normas y mecanismos del diálogo y la construcción colectiva, dándole vigencia y presencia a nuestro federalismo, es en los estados y los municipios, y con ellos, desde donde se debe construir la solución, asumiendo junto con los actores sociales lo que a cada nivel corresponde.

Y si usted, lectora, lector querido, no tienen inconveniente, muchas gracias por sus amables comentarios y aportaciones, nos leemos el próximo jueves.

 

 

P.D. México debe cambiar. ¡Tomémosle la palabra al presidente!

 

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