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Marguerite Duras: para decir lo indecible

¿Quién como ella? Para hablar de la relación dolida, feroz, intransigente, implacable… ¿Quién como ella? Para hablar de la relación dolida, feroz, intransigente, implacable…

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Escrito en OPINIÓN el

“Sé que cuando escribo, hay algo que se hace. Dejo actuar en mí ese algo que sin duda procede de la feminidad. Como si regresara a un jardín salvaje”.



El 4 de abril Marguerite Duras cumpliría 103 años. Quizá aún los cumple, para quienes una y otra vez regresamos hacia sus palabras. Las habitamos. Y nos habitan. ¿Quién como ella? Me digo, cuando regreso hacia sus novelas, su teatro, sus películas. Sus personajes femeninos a la búsqueda de algún absoluto, que por supuesto, se les escapa cada vez. ¿Quién como ella? Para hablar de la relación dolida, feroz, intransigente, implacable…de una madre con su hija. Esa madre viuda y loca ofrecida a su humillación y su sufrimiento. El amor de la madre hacia el hijo mayor, el desamparo del hermanito pequeño. Esa familia de “blancos pobres” en la Indochina Francesa. La madre “estafada” por las autoridades coloniales, la que invirtió todos sus ahorros en una propiedad para sembrar, sin darse cuenta, sin saber, que el mar inundaba las tierras todos los años.


La madre de “Un dique contra el pacífico”, para mí, la más bella y terrible de sus obras. La madre decide que va a detener el mar. Crea diques. Año tras años. Para detenerlo. Se pasea por la ciudad con las escrituras de su propiedad inútil en la bolsa. Con sus zapatos polvorientos y sus vestidos viejos. Con sus rencores a flor de piel. Y abandona a sus hijos porque no puede ocuparse, no puede mirarlos. Está devorada por sus fantasmas, esa madre. Y el mar se desborda, se desbordó siempre de distintas maneras en la vida de Marguerite Donnadieu, quien un día, para escribir, eligió “Duras” como apellido, el nombre de la comuna en donde nació su padre. Y entonces, esa mujer, la hija, crea diques a su vez. Inventa una escritura que la contenga. Con sus frases breves, sus sintaxis estalladas. Sus personajes que hablan con los otros como si estuvieran hablando con ellos mismos.


Hay dos extremos hipnóticos en los personajes femeninos de Duras: Anne- Marie Stretter, la bella, etérea, idílica esposa del vice-cónsul, en sus distintas versiones, y la imagen repetida de la mendiga. La representación de la belleza. La representación de la miseria. Anne- Marie deslumbra en los salones y la mendiga, ¿tiene la lepra? Vaga gritando por las calles. Nada las une, y sin embargo. Es como si Duras se partiera en dos, se colocará acá y allá en los bordes de una y otra manera de vivir. Ella era las dos. La escritora que en un momento ante la fama comenzó a hablar de sí misma en tercera persona. La escritora que adoraba vagar por horas y horas en auto y beber hasta caerse, en los bares de las afueras de París.



Algunas veces la vi. Primero vi una mano posada sobre el cristal de una tienda de joyas etnológicas. Era una mano pequeñita adornada con un anillo grande con una piedra roja. Una esquina de la rue Jacob, casi a la vuelta de su hogar de siempre, su departamento en la rue Saint-Benoît. Después constaté que esa mano era la suya. Me quedé hipnotizada. Era esa mujer, esa sensibilidad, esa mano, la que tomaba la lengua francesa y hacía con ella lo que se le daba la gana. A veces, se sentaba en la terracita de Le petit Saint-Benoît. Nadie la molestaba. Era su calle, su barrio, su territorio. Le costaba muchísimo trabajo vivir. Eso parecía, eso escribía, eso decía. Cuando retiró su mano de esa vitrina, la forma de su mano se quedó marcada sobre el cristal.


Después de “El amante” (1984), se había convertido en una de las más celebres escritoras del mundo, esa novela, curiosamente, era una re-escritura de “Un dique contra el Pacífico”, escrita en 1950. Con un desplazamiento importante: en la primera el centro de la escritura es la familia, el amante chino está allí, sí. Como de ladito. Como un agregado. Como un “siervo”. Después de meses en el hospital tras un coma etílico, Duras regresó a su casa y escribió “El amante”, de un tirón. Una novela erótica. Fascinante. Con ese fondo tan durasiano esta vez, tantito menos expuesto: la perversión familiar. La violencia de sus relaciones familiares: enclaustradas, incestuales. “Mis libros se relacionan con mi infancia, no sé qué evité decir y qué dije. Creo haber dicho del amor que le teníamos a nuestra madre, no sé si he dicho del odio que también le teníamos, y del amor que nos teníamos los unos a los otros, y del odio igual de terrible”.


Duras llegó a vivir a ese departamento de la rue Saint-Benoît con su primer esposo, Robert Antelme, el escritor de “La especie humana”, la obra que lo ayudó a sobrevivir después de su internamiento en los campos de Dachau y Buchenwald. Fue Mitterrand (“Morland”, era su nombre en la resistencia) quien logró encontrarlo, ya casi moribundo en los días de la liberación de los campos. Después, Dyonis Mascolo fue pareja de Duras y padre de su hijo Jean. Yann Andréa, el joven estudiante de filosofía en Caen, fue su pareja los últimos 16 años. En 1983 Yann escribió “M.D.” y después de la muerte de su compañera: “Ese amor”. Duras lo amaba, y era también muy cruel con él.



De eso se trata la obra de Yann. La narración de un amor, una imposibilidad, un encuentro inevitable, una trampa. La relación de co-dependencia que comenzó cuando él tenía 23 años y ella 61. Las crisis de Duras cuando Yann la dejaba sola por las noches, para salir a buscar compañeros. El talento fascinante de Duras. Sus estallidos. Sus demandas. Su gratitud. Su desdén. Y el alcohol. “Es la historia de amor, el más grande y más terrorífico que me haya sido dado escribir. Lo sé. Uno lo sabe por sí mismo. Se trata de un amor que no es nombrado en las novelas y que tampoco lo es por quienes lo viven (...). Se trata de un amor perdido. Perdido como perdición”. Y sin embargo, podríamos decir que, al menos para Yann Andréa, ni la desaparición física de Duras logró separarlos. Yann murió en 2014. Pasó la mayor parte de esos años, sin Marguerite, encerrado en su departamento en la esquina de esa misma, histórica rue Saint-Benoît.


En 1964, Michelle Montrelay asistía  a los seminarios del psicoanalista Jacques Lacan, estaba atónita ante una obra de Duras: “El arrebato de Lol V. Stein” y se lo lleva al maestro. En 1965 lacan escribe un texto magnífico: “Homenaje a Marguerite Duras, del arrebato de Lol V. Stein”. “…Recordar con Freud, que en su materia, el artista siempre lo precede y que no hay que hacerle al psicólogo allí donde el artista abre la vía. Es precisamente lo que reconozco en el arrebato de Lol V. Stein, donde Marguerite Duras revela saber sin mí, lo que yo enseñó…que la práctica de la letra converge con el uso del inconsciente…”


Duras no apreció mucho el comentario y respondió displicente: “Son palabras de hombre, de maestro… es un homenaje que rebota a su favor”. Se habrá enfurruñado, Lacan. Sobre todo si pensamos que la palabra “maître”, significa a la vez, maestro y amo. Volver a leerla. Cada tanto tiempo. Es casi una adicción. ¿Quién como ella se despoja de las apariencias para nombrar el dolor, las heridas, las cicatrices, con una poesía devastadora y rotunda? Ese inconsciente suyo – tan bellamente ataviado- que nos habla.



Una belleza: la entrevista de Marguerite Duras con Bernard Pivot.

(Por alguna razón no encuentro hoy la parte 1, pero sí existe).



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