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Los retos de Manlio

Los partidos son organizaciones pesadas, piramidales y reacias al cambio. Dinosaurios en una modernidad cuya constante es el cambio vertiginoso.

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Escrito en OPINIÓN el

Múltiples y difíciles son los retos que tiene Manlio Fabio Beltrones en su horizonte personal y político: Elecciones locales cuesta arriba en 2016 y 2017; en asociación, además, con un partido político oneroso (política y económicamente), desprestigiado, ensoberbecido, quebrado y, para colmo, necesario. Un Presidente en pasmo, en crisis y bajo acoso sistemático. Un gobierno diseñado para un fugaz e idílico Mexican Moment; esquizado en una lucha fratricida de colaboración-pugna por la cooptación del ánimo presidencial y desconfiado de todo lo que no caiga dentro de los ámbitos de control político del triunvirato en pugna.

 

Circunstancias social, económica y política de extrema dificultad y abierta desesperanza, sin visos de corregirse en el mediano plazo. Un cascarón por PRI; prerrogativizado, sin liderazgos consistentes, con gobernadores de los que no se hace uno; cooptado por mexiquenses y asediado por quienes generacional y políticamente se sienten desplazados. Un priísmo burocráticamente metastásico; ideológicamente anémico, organizacionalmente yermo y corruptamente adicto. Una sucesión adelantada que debilita instituciones, fortalece facciones y distorsiona de desconfiable todo análisis y acción políticas, al tiempo que incentiva desencuentros políticos e interpartidarios.

 

Sistema de partidos en crisis, sufragio balcanizado, voto duro a la baja y electorado mayoritariamente conformado por jóvenes refractarios a la política. Instituciones electorales en descrédito y en proceso de renovación (tres Consejeros en el INE y todos los Magistrados en la Sala Superior del Tribunal el año que entra). Implantación social y territorial de movimientos sociales y sindicales radicales y antisistémicos con ramificaciones en entidades de interés público; inseguridad desbordada, tentaciones autoritarias y economía mundial en franca hecatombe. Finalmente, un equipo beltronista tan probadamente leal cuan hermético.

 

No obstante ello, todos estos retos son pastillas de clorato frente a la desafección política y democrática que se expresa en un profundo proceso de desciudadanización, descomunalización y furia antipartidista.

 

Hoy la política a nadie subyuga, los políticos gozan del mayor desprestigio y nuestra democracia florece en desencanto e irritación social.

 

El ciudadano ha mutado a consumidor, la Re-pública a mercado, la participación política a masa pasiva y espectadora, y la deliberación pública a onanismo cibernético.

 

La vida en comunidad también va en retirada, con ella los lazos societales, la identidad y la pertenencia. La sensación de que en la colectividad encontraremos protección a nuestras debilidades, infortunios y sus consecuencias, de que en ella privará la igualdad y sobre ésta nos construiremos en confianza y solidaridad, y, por tanto, que la comunidad es un bien común que requiere del concurso y cuidado de todos, es cada vez más añoranza que realidad. Hoy el modelo de sociedad, urbi et orbi, no incluye, excluye.

 

El desmantelamiento de la comunidad responde a la misma dinámica que se siguió en la devastación laboral. La flexibilización del trabajo exigió a los Estados nación romper los lazos de identidad y solidaridad de la fuerza trabajadora, de suerte que el capital global pudiera negociar directamente con individuos aislados y sin protección comunitaria y gremial. El siguiente paso fue hacer lo mismo con el ciudadano: “No existe sociedad… Sólo hay individuos y familias” sostuvo Thatcher cuando extendió el certificado de defunción a la sociedad, a las defensas colectivas, a la solidaridad, a la Cosa Pública.

 

Sólo conglomerados inconexos y desorganizados de individuos, indolentes, excluyentes y excluidos, sin conciencia social, sin lazos solidarios, sin agenda política, sin proyecto común, sin compromiso; masa consumista, maleable y apolítica.

 

Llego finalmente a la furia antipartidista. Durante años he sido un ácido crítico de los partidos, su autismo y voracidad. Nada de la repulsión social generalizada de que gozan les es ajeno y gratuito; pero sin partidos no hay democracia posible. Una cosa es la perversión que hemos permitido se haga de los partidos y otra que éstos dejen de ser procesadores, organizadores, mediadores y expresión de la voluntad ciudadana.

 

Sin ellos se difumina y licua la expresión y participación ciudadanas; el pluralismo deriva en amasijo y ruido, y la representación política se pulveriza en impotencias. Así como por la flexibilización laboral la clase trabajadora quedó reducida a individuos aislados y sin derechos, y por la globalización las comunidades se pulverizan en enjambres de excluidos, incertidumbre y desencuentros; así, sin partidos, la política, la democracia y la Re-Pública fenecen.

 

Los partidos son organizaciones pesadas, piramidales y reacias al cambio. Dinosaurios en una modernidad cuya constante es el cambio vertiginoso, con organizaciones líquidas que toman la forma del envase o cause que las contiene, tejidas en red altamente flexible que crece o disminuye por evento y tema, sin estructura vertical de mando-sumisión, sin complejidades ideológicas, sin cargas programáticas, sin compromisos, sin lealtades.

 

Movidas por emociones, miedos y deseos, demandantes de satisfacción inmediata y renuentes a construir futuros lejanos, inciertos y exigentes de responsabilidad.

 

Manlio es, sin duda, el mejor hombre para el PRI, pero el modelo de nuestro sistema de partidos responde a un mundo ido. El reto no es saber, sino desaprender e idear desde cero.

 

@LUISFARIASM