Main logo

Las madres del cine: del terror al amor absoluto

¿El arte imita a la vida o la supera? Esta cuestión es una eterna discusión entre aquellos que nos interesamos en la actividad creativa, en especial el cine. Muchas de las mejores películas de la historia, sin importar su origen nacional o temática general, se basan en la importancia de las madres como gatillo detonante de valores, traumas, fortalezas y sentimientos. A veces retratadas como compañeras fieles y columna vertebral, seductoras a veces transgresoras violentas pero sobre todo como mujeres con todas las virtudes y conflictos que eso significa.

Por
Escrito en OPINIÓN el

No hay un solo género cinematográfico o formato que carezca de la presencia de la figura materna y las consecuencias de su peso real en nuestras vidas, o con más acierto debería decir de la vida de los personajes. Para bien y para mal.

Dellado sombrío de esta dicotomía podemos recordar algunas madres despiadadas en películas de culto como Wild at Heart (Lynch, 1990) en la cual Diane Ladd encarna a Marietta Fortune, una madre atormentada al borde una locura,  estimulada por su propia historia inescrupulosa al punto de transformarla en la peor enemiga de su hija y una psicópata despiadada. También encontramos personajes llenos de furia y dolor al punto de escapar de este mundo por culpa del trato que, en su momento, su madre les dispensó. Tal y como es el caso de Norman Baker en la clásica Psycho (Hitchcock, 1960), lo que lleva a Norman Bates (Anthony Perkins) al asesinato durante la emblemática escena de la ducha.

Pero las madres del cine no sólo son figuras que enloquecen y provocan el mal, también son ejemplos vivos de lucha y perseverancia, de transmisión de fuerza y confianza en sí mismas para aquellos que las rodean. Una de éstas mujeres es encarnada por Julia Roberts en la película Erin Brockovich (Soderbergh, 2000), en la cual realiza una de sus mejores actuaciones.  Aquí Roberts logra  trasmitir la fuerza que puede tener una madre desesperada por su situación económica pero dueña de un claro sentido de la justicia y la ética y lo que  puede llevar a cabo, incluso en contra de lo que otras mujeres y la mayoría de los hombres  piensan de ella originalmente.

Julia Roberts también participa, en otra película donde se muestra la lucha de una mujer por salvar a su hija y conservar la esperanza ante el gran dolor de la pérdida  de un hijo por parte de Sally Field, quien interpreta en Steel Magnolias (Ross, 1989)  a M'Lynn Eatenton, mientras nos presenta la  visión norteamericana del enfrentamiento al duelo, una de las facetas más terribles de la maternidad.

Mención aparte en este tipo de historias, donde las madres dejan de serlo y deben aprender a manejar la incomprensión de una sociedad que sólo las considere mujeres tras la muerte de sus hijos,  merece la magnífica película mexicana El Sueño de Lú (Sama, 2012). En ésta se suma el oficio cinematográfico desplegado ante la falta de recursos con una historia sólida y realista. Por su fuera poco la dupla  establecida por Carlos Sama como Director y Úrsula Pruneda  en el papel de  Lucía, una madre que pierde a su hijos de seis años antes de cumplir el sueño de ir al Mar de Cortés para conocer a las ballenas grises, genera una de las mejores  y más veraces actuaciones en nuestro cine de la última década.

Y por supuesto no podemos olvidar en el recuento a las madres transgresoras que por amor, deseo o simple hartazgo de su vida rompen esquemas y se transforman en personas desconocidas para sí mismas. Como referente obligado de una mujer que no se detiene ante nada a pesar de sus prejuicios se encuentra la divertida historia de Julia Solórzano, María Rojo en una gran interpretación, y su búsqueda de amor (¿al rito del baile a la idea de un hombre?) narrada en Danzón (Novaro, 1991) una de las pocas películas de manufactura mexicana que se atreve a buscar un punto de vista que trasciende el de santas o destructoras al hablar de la figura materna como una persona y su forma de encarar los cambios de la vida.

Incluso las películas animadas, supuestamente para una audiencia infantil, juega de forma maniquea con los distintos modelos de mamás. La Saga de Toy Story tiene la presencia permanente de la mamá de Andy en la solución de sus conflictos mientras crece, innumerables películas de Disney nos presentan madres amorosas y preocupadas por su progenie. Valiant, 101 Dalmatians y The AristoCats, entre otras, cuentan ese tipo de historias.

Y podríamos seguir mencionando ejemplos de historias cuyo epicentro es la madre o sus efectos a largo plazo en los hijos-Hablar de Sara García y su encarnación de una madre abnegada y dramática o del personaje de Francesca cuyo amor es capaz de engendrar el sacrificio en The Bridges of Madison County o incluso en  el amor amelcochado y desinteresado de Leigh Anne Tuohy, muejr acomodada del medio oeste estadounidense, por un chico negro y lo lleva a la cima del éxito deportivo.

Podríamos seguir y enfrascarnos en más y más ejemplos. Sin embargo,  no responderíamos a la pregunta inicial sobre el arte y la vida. Y creo que todos debemos preguntarnos si tan profundas creaciones artísticas pueden ser originados de la nada. Y la respuesta es sencilla: sólo las madres tiene el privilegio y responsabilidad de ser, en la vida real, tan hermosa y terrible y fascinante como un personaje de una buena película. Un gran reconocimiento  y admiración a  todas ellas.

eduardohiguerabonfil@gmail.com

@HigueraB