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La justicia, instrumento del no pago

Una vez que la justicia ha dictado sentencia una de las partes acciona jurisdiccionalmente una y otra vez para evitar que ésta jamás se cumpla.

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Escrito en OPINIÓN el

A la justicia se le representa con los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra. La venda significa la igualdad de las partes ante la justicia, de suerte que el que juzga no sabe si juzga a su padre o al peor de sus enemigos, debiendo tratar a las partes sin sesgo alguno. La balanza es para valorar el peso de los hechos, pruebas y derechos sujetos a su jurisdicción. Finalmente la espada personifica la fuerza de la ley para hacer prevalecer su sentencia.

 

Siempre he pensado que estos símbolos son atinentes a una justicia estática, porque cuando la observamos en movimiento entran en conflicto.

 

La venda debe prevalecer hasta que se dicta sentencia, toda vez que el juzgador no puede cerrar los ojos e ignorar su propia resolución. Una vez que el juez dice a quien corresponde el derecho, sería ilógico que no viera lo que él mismo ha decidido sobre las partes y negara sus propias determinaciones tratándolas sin distinción. Tras la sentencia las partes ya no son iguales, a una le asiste el derecho, mientras que a la otra le condena. La cosa juzgada es un reconocimiento de que la justicia no es ciega ante sus propios fallos.

 

Tampoco podría la justicia blandir su espada con los ojos vendados, sin saber y ver a quién impone su sanción, si al condenado o al inocente.

 

Lo mismo pasa con la balanza; una vez alcanzada la resolución, las partes dejan de tener el mismo peso ante la ley, ya que a una de ellas le corresponde el derecho y a la otra no. Sus dichos, sus pruebas y sus derechos ya fueron pesados y no pueden ser ignorados por el juzgador.

 

Bajo ese tenor, la justicia no siempre debe ser ciega.

A una justicia siempre vendada podrían presentársele una y otra vez versiones del mismo caso de suerte que el propio accionar de la justicia impida que la justicia sea.

 

Lo anterior, por desgracia, priva en México. Una vez que la justicia ha dictado sentencia condenando a una de las partes, ésta, abusando de la propia justicia, acciona jurisdiccionalmente una y otra vez para evitar que ésta jamás se cumpla.

 

La justicia mexicana devora sus propias resoluciones; hace de ellas tabla rasa permitiendo que la parte condenada inicie nuevos juicios -cual si fuesen genesiacos- en impedimento de la ejecución de la sentencia original que la condena.

 

En México la justicia es una pesadilla surrealista, donde la propia justicia se muerde la cola en un circuito interminable e incremental de juicios sobre juicios enderezados con el único fin de que una sentencia condenatoria jamás se ejecute.

 

Ganar un juicio en México no es en muchos casos obtención de justicia, sino condena a una eternidad de juicios sin fin.

 

Por supuesto, esta perversión sólo aplica para la parte que no tiene el dinero ni las relaciones venales para hacer del aparato jurisdiccional rehén de la injusticia y el latrocinio.

 

La venda priva sobre la espada, la balanza y la propia justicia. El condenado toca su puerta en reclamo de supuestos derechos violados y la justicia lo recibe ciega y acríticamente, no obstante saber quién es, qué ha hecho y qué es lo que pretende. Para la justicia es notorio que el condenado abusa de su venda para que su sentencia nunca se cumpla.

 

La justicia no debiera ser ciega ante quien abusa de ella, de la ley y de su sentencia.

 

Cuando la ley se esgrime a favor de su ineficacia, debe defenderse la ley del abuso de la ley. El deber ser no debe ser utilizado para que no sea.

 

El sistema de evaluación judicial es perverso al primar la estadística por sobre la justicia. Importa y cuenta el número de sentencias “dictadas”, no el de ejecutadas. Bajo esta perspectiva, a los juzgadores mexicanos no les es tan importante y redituable en su expediente las sentencias cumplidas y los asuntos totalmente concluidos, cuanto el número de sentencias que dicten, aunque ninguna de ellas jamás se cumpla ni ponga fin al conflicto.

 

Sobre una sentencia que condena a alguien a pagar pueden acumularse cientos de juicios y decenas de años bajo el exclusivo afán de no pagar. El daño, sin embargo, no es tanto a la parte agraviada, cuanto al sistema en su conjunto y a la justicia en su esencia. Millones de horas hombre, de hojas impresas, de horas computadora, impresora y fotocopiadora, de toneladas de tinta, de horas de luz y teléfono, de trámites burocráticos, de paqueterías, de exhortos y notificaciones, de audiencia y de neuronas jurídicas dedicadas, no a ver cómo sí se cumple una sentencia, sino cómo no. Recursos que la justicia mexicana desperdicia en casos emblemáticos por los personajes y despachos que los patrocinan –de suyo conocidos por la judicatura-, en detrimento de justiciables sin recursos y relaciones, y de la propia justicia, cuya esencia y vigencia queda sepultada bajo cordilleras de juicios cuya única y exclusiva finalidad es que la justicia en México jamás se cumpla.

 

El Poder Judicial debiera desarrollar un sistema especial de revisión de casos con sentencias no ejecutadas asociados a la interposición sucesiva y eterna de juicios frívolos. El Poder Legislativo debiera legislar sobre el abuso del ejercicio profesional del derecho en detrimento e ineficacia del sistema de justicia.

 

El aparato de justicia no debiera prestarse a ser el principal instrumento de la cultura del no pago.

 

@LUISFARIASM 

@OpinionLSR