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La inmortalidad

El hombre anhela el conocimiento y la sabiduría para “mejorar” la imperfecta naturaleza del ser humano, tal vez el verdadero horror de nuestro mundo.

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Escrito en OPINIÓN el

Hace unos días leía un artículo en el que un científico –de nombre Minsky– afirmaba que en algunos años podremos los seres humanos alcanzar la tan anhelada inmortalidad, lo que me puso a reflexionar en lo siguiente.

La idea de poder infundir vida a la materia inerte o a un cuerpo ya sin vida, ha cautivado al ser humano desde milenios. La eterna pretensión humana a través de sus prácticas científicas de igualarse a Dios, por ejemplo, la de reanimar un cadáver.

El hombre anhela el conocimiento y la sabiduría con la finalidad de “mejorar” la débil e imperfecta naturaleza del ser humano, tal vez el verdadero horror de nuestro mundo.

La búsqueda de ese conocimiento y perfección, ha puesto al hombre en una carrera de velocidad máxima y sin freno. La ciencia hoy día, pretende desarrollarse y controlarse hasta el punto de ser capaces de detener el curso de la naturaleza hacia la disolución muy al estilo del Dr. Frankenstein.

Esta idea de la reanimación la encontramos en gran parte del terror moderno, por otra parte, “la tentativa de alterar el orden natural caótico en aras de una certidumbre lineal es algo que la sociedad moderna hace continuamente”.

En la actualidad, “estamos decididos a forzar la naturaleza hasta en sus últimos reductos y lo hacemos con un ardor apasionado y una constancia inquebrantable; todo porque nuestros ojos permanecen insensibles a los encantos de ella, la naturaleza”.

Hay quienes afirman que incluso ahora vivimos en una época formalmente secular –al menos desde el punto de vista político y científico–, las sociedades continúan evadiendo el miedo a la muerte mediante sistemas de pensamiento que permiten creer al hombre en su inmortalidad. En el fondo lo verdaderamente humano consiste en aceptar nuestro carácter finito, pues los experimentos colectivos para intentar negar la muerte han producido gran dolor y destrucción, en aras de evitar aquello de lo que jamás podremos escapar.

Una necesidad que siempre ha tenido el hombre –ya sea a través de la religión o de la ciencia– de creer en la inmortalidad, por ello se continúa experimentando y alucinando en tan inquietante tema.

Creo que en realidad se trata de un profundo miedo a lo ingobernable, a esa contingencia que rige el destino de todos los seres humanos y que habría que aceptar con humildad: “El más allá es como la utopía, un lugar donde nadie quiere vivir”, como dijera John Gray.

Como en la novela de Mary Shelley Frankenstein, donde un doctor inspirado en la filosofía ocultista, desea crear una criatura de apariencia humana y darle vida, ¿con qué finalidad?, ninguna otra que la de la vana satisfacción personal, que aun sabiendo que traerá desgracia a un pueblo entero, continúa con el proyecto hasta su término. <<Y, sin embargo, cuando mi obra estaba ya lista, mi sueño perdía todo atractivo y una repulsión invencible se apoderaba de mí>>.

Esta idea de la reanimación la encontramos en gran parte del terror moderno, por otra parte, “la tentativa de alterar el orden natural caótico en aras de una certidumbre lineal es algo que la sociedad moderna hace continuamente”.

Nosotros, en la actualidad, “estamos decididos a forzar la naturaleza hasta en sus últimos reductos y lo hacemos con un ardor apasionado y una constancia inquebrantable; todo porque nuestros ojos permanecen insensibles a los encantos de ella, la naturaleza”.

Metafóricamente, al igual que el doctor Frankenstein, en nuestro diario vivir infundimos vida a objetos inertes a través de electricidad; los medios de comunicación, de transporte y la explotación de los recursos naturales del planeta no serían posibles sin la aplicación de algún tipo de energía, y todo esto tiene a la Tierra al borde de su destrucción.

La criatura creada por el doctor Víctor Frankenstein sólo es de apariencia grotesca, sin embargo el verdadero monstruo es su hacedor; los objetos y medios inventados por el hombre no son los que han sumido a nuestro género en una crisis constante, sino el hombre mismo que es el culpable de la desgracia humana.

Quizá fuera posible fabricar artificialmente  las partes que componen el cuerpo de una criatura humana, ensamblarlas y dotarlas de vida, o mejor aún, a partir de nuestros códigos genéticos “crear” un ser con las características que nosotros deseemos.

Deberíamos de tener la capacidad de reconocer nuestras limitantes tal y como lo hizo en su momento Víctor Frankenstein diciendo: <<jamás creí que la amplitud y complejidad de mi proyecto fueran argumentos válidos para probar la imposibilidad de su consecución>>.

Al final de todo el discurso Frankenstein revalora sus ideales. <>.

Mientras continuemos con la fabricación de entornos antinaturales pasando por los intentos de retrasar la muerte, el envejecimiento o de elevarnos a niveles que no nos pertenecen, nuestra sociedad seguirá sumida en el “horror” que plantea Frankenstein.

 

@plumavertical