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La guerra contra las drogas y el fin de la inocencia

No dudo que mucha de la crueldad de la criminalidad responda a una demostración de poder o al deseo de venganza.

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Escrito en OPINIÓN el

Quizás el sello distintivo y más impactante de la guerra contra las drogas ha sido la extrema crueldad que los criminales imprimen a sus ejecuciones y masacres. La violencia inefable, esa macabra danza de cabezas rodantes y almas suplicantes, pareciera decirnos que en este choque entre organizaciones criminales no solo se trata de eliminar al otro, al traficante que compite por el territorio, sino que algo más se esconde detrás.

 

Es muy común que para explicar las razones de la crueldad recurramos a elementos como el uso descontrolado de sustancias psicoactivas. Otras veces más pensamos que su origen se encuentra en una dimensión oculta de nuestra naturaleza.

 

Sin embargo, más que drogas o locura son mecanismos sociales los que se encuentran detrás de esas manifestaciones de brutalidad.

 

Este tema de la crueldad criminal es de suyo apasionante como línea de investigación, si bien un tanto chocante y hasta molesto de abordar en la conversación. No podría ser de otra forma. Al fin y al cabo, nos reconforta asumirnos como humanos, como personas equipadas con principios morales y fundamentos éticos que rigen nuestro pensar y actuar. De ahí que en el debate público desterremos el tema de la brutalidad criminal a los sótanos de la incorrección política, a la discusión irrelevante o a las páginas amarillistas.

 

Pero para la ciencia, las múltiples manifestaciones de la crueldad han resultado un desafío intelectual que ha detonado cientos de estudios y miles de páginas en revistas y libros especializados. Desde disciplinas como la filosofía, hasta la etología, y hoy en día la ciencia genómica, se ha buscado explicar los elementos que gatillan la crueldad y brutalidad humanas -esas grotescas pero constantes acompañantes nunca invitadas a la historia universal.

 

En las más diversas disciplinas científicas, las preguntas que sobre el tema se han planteado son más o menos las mismas. ¿Cuál es el origen de esa crueldad? ¿Cómo y por qué se manifiesta? ¿Para qué?

 

Pero regresemos al contexto que nos interesa, el de la actual crisis de inseguridad que afecta regiones enteras del país y sobre todo, regresemos al campo de la guerra contra las drogas, ese espacio nada inocente en el que ocurren las salvajes matanzas y ejecuciones entre criminales.

 

A pesar de que el discurso gubernamental busca convencernos de que la guerra ha terminado, que los criminales se han agotado y que el crimen va en descenso, una semana sí y la siguiente también, nuevos hechos de brutal violencia lo desmienten.

 

Por un lado, la tasa de homicidios dolosos continúa en su ruta ascendente. Recordemos que entre 2007 y 2012 el INEGI registró el asesinato de 121 mil 163 personas, es decir, el doble de homicidios reportados durante la presidencia de Vicente Fox, que fue de 60 mil 162. Sin embargo, los números totales del actual sexenio podrían ser incluso más altos que durante la administración de Felipe Calderón, de acuerdo con el analista Alejandro Hope, quien ha perfilado un estimado de 130 mil homicidios.

 

Por otro lado, si bien la violencia expresada en términos cuantitativos, es decir, en el número de homicidios y ejecuciones, no ha cesado en su trayectoria ascendente, también vemos que esta violencia experimentó una transformación en términos cualitativos. En otras palabras, las cifras no solo crecieron, sino que además, la forma de cometer los homicidios cambió. De pronto se hicieron más crueles y más brutales.

 

Desde aquellas primeras imágenes de unas cabezas humanas arrojadas en un bar de Uruapan, Michoacán, hasta el reciente vídeo del suplicio de un presunto miembro de Los Zetas en Veracruz, cualitativamente hablando, la brutalidad bien pronto se hizo presente en esta guerra entre criminales. Al mismo tiempo, se fue intensificando y expandiendo regionalmente.

 

Repentinamente, ya no solo eran los kaibiles, aquellos exmilitares contratados como sicarios por la organización criminal de Los Zetas quienes cometían estos inhumanos actos de martirio, sino que ahora esa brutalidad se había convertido en una expresión cotidiana de la violencia. 

 

En la explicación de esta crueldad, los estudiosos del tema han encontrado dos mecanismos: 1) el de comunicación de la violencia y 2) el de retaliación o venganza.

 

En el primer caso, la crueldad responde a una estrategia de comunicación de la violencia. El objetivo es demostrar poderío y generar miedo, para así asegurar el control de los territorios. Se ha demostrado que en contextos en el que operan múltiples organizaciones criminales, como sucede en México, la competencia aumenta y con ello crece la necesidad de los criminales de ser contundentes en la demostración de supremacía.

 

En el segundo caso, la crueldad responde al deseo de venganza. En contextos de guerra como el mexicano, los enfrentamientos dejan de ocurrir entre extraños que disputan una ruta de trasiego de drogas. Paulatinamente el conflicto involucra a vecinos, antiguos aliados, amigos y familiares. En este sentido, las pasiones y los sentimientos de retaliación entran en el juego de la violencia, por lo que ésta deviene más cruel y personal.

 

Esto dice la literatura científica sobre el tema. Sin embargo, en un trabajo reciente he propuesto un mecanismo más, que he llamado los rituales de mortificación de los cuerpos. En efecto, creo que la crueldad y brutalidad criminal no se explican –exclusivamente-, por una estrategia de comunicación de la violencia, o por los deseos de venganza entre criminales.

 

Este mecanismo de crueldad que propongo es más complejo y oscuro, pues es difícil observarlo empíricamente. Sin embargo, se activa en el momento mismo de la ejecución, en el instante del encuentro entre víctima y victimario. En la interacción que se establece entre dos seres que se hallan en una situación extrema, de la que solo uno saldrá vencedor.

 

No solo se trata de una manifestación de poder o de venganza, sino que aquí se involucran nuestros prejuicios sociales de género, sexualidad, de condición social. En efecto, basta leer algunas notas periodísticas sobre esos crímenes para observar cómo el machismo, el racismo, el clasismo juegan un papel clave en el surgimiento de esa brutalidad y crueldad.

 

Ayotzinapa es un claro ejemplo de esto. Los jóvenes masacrados no solo se encontraban en el lugar y momento equivocados (según las autoridades), sino que además eran jóvenes, eran normalistas, críticos (o revoltosos, según los criminales), con rasgos étnicos no mestizos y, por si fuera poco, eran pobres.

 

Yo no dudo que mucha de la crueldad de la criminalidad responda a una demostración de poder o al deseo de venganza. Pero también creo que en esos instantes de mortificación de los cuerpos emergen nuestros prejuicios sociales. Se activa un sutil mecanismo que hace que los crímenes de drogas también adquieran un contenido de odio étnico, clasista, homofóbico, etcétera.  

 

En este sentido, la ruta crítica para erradicar la violencia criminal y la crueldad que le acompaña es sumamente compleja y el panorama desalentador. Se trata de recuperar nuestras calles, de devolver la tranquilidad y seguridad a la vida cotidiana desarticulando y venciendo a los criminales. Pero también, se trata de ganarle terreno a una parte de nosotros mismos, a esos –atávicos- prejuicios sociales y culturales que aun norman muchas de nuestras conductas. En ambas vertientes, el camino es a muy largo plazo.  

 

@EdgarGuerraB 

@OpinionLSR