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La Constitución, esa utopía de papel

La acción de las policías federal y del gobierno del Distrito Federal, fue más allá, mucho más allá, de contener o detener a los violentos.

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Escrito en OPINIÓN el

 

La manifestación del 20 de noviembre ha sido un acontecimiento extraordinario. Nos unió en torno a un dolor y a una exigencia, pero también hay expectativa y búsqueda. La manifestación, plural, horizontal, con motivos más que con liderazgos personales, va más allá del reclamo, es un ejercicio colectivo, espontáneo, demanda justicia y busca alternativas que, lamentablemente los políticos profesionales  han sido incapaces de dar. Leo a la manifestación del 20 de noviembre, también como el acto más claro de desmarcaje de esta población que se expresa, respecto de los políticos del status quo. Pero también hay una cruda línea de separación de los gobiernos con quienes se manifiestan. Hay ya rumbos y motivos distintos. Lamentablemente, los signos y membretes de los gobiernos se han confundido ya, hay concierto de acciones.

 

La Constitución supone una ordenación que, de ser eficaz, posibilitaría el ejercicio de los derechos, de manifestación por ejemplo, la seguridad pública, la sanción a conductas ilícitas, y funcionaría la división de poderes como contrapesos y frenos. De ser eficaz, los derechos se disfrutarían y los abusos del poder se frenarían. Lamentablemente en lo sucedido en estos días no es el caso.

 

El Estado de derecho, el frío Estado de derecho, supone un espacio de neutralidad y de objetividad en la aplicación de la ley por igual. No importa la filiación política, la ley nos iguala. Este principio básico parece haberse quebrado.

 

Lamentablemente la quiebra se expresó en palabras del presidente. La aplicación de la fría ley a quien la infrinja dista mucho de ser verbalizada en el lenguaje amigo/enemigo. Cuando el presidente coloca como adversarios políticos a quienes busquen “desestabilizar el proyecto de nación”. No es ya un problema de ley, sino de política. No es ya sólo un problema de quienes bloqueen una vía pública o quemen una puerta o un palacio municipal, se trata de quienes por cualquier acción “quieran” desestabilizar. De ahí lo peligroso de las palabras que encierran un mensaje que tiene receptores y ejecutores. Hay amigos y enemigos.

 

La acción de las policías federal y del gobierno del Distrito Federal, fue más allá, mucho más allá, de contener o detener a los violentos. Para estos efectos, parafraseando a Buscaglia, los “anarquistas” son los tontos útiles de una acción que tiene otros alcances. Distintos testimonios dan indicios de que hay algo más, probablemente provocadores de los propios cuerpos de seguridad, quizás esquiroles. Pero independientemente de las conjeturas, lo que se observó fue una acción conjunta de las policías contra la población reunida. Ni siquiera es un exceso, fue una acción violenta con el propósito de crear temor, de advertir, de disuadir, de ejemplarizar. No se concibe una acción como la realizada sin órdenes expresas. Los cuerpos de seguridad están sujetos a una disciplina particularmente fuerte donde un mando manda, o no hay mando. No hay terceras opciones.

 

Más preocupante resulta si se considera que el Jefe de Gobierno estuvo atento a la manifestación  y que el secretario de Seguridad Pública declarara que los policías solamente “se defendieron”. El PRD que había anunciado estar al pendiente de sus gobiernos, enmudece.

 

La agresión a los manifestantes pacíficos consta en testimonios ampliamente difundidos como los de Layda Negrete o Tryno Maldonado: “Pinches putas, ¿pero querían venir?”. “El uniformado seguía rociándome con el extinguidor directo a la cabeza”, “los muchachos hincados cantando el himno nacional como último recurso… antes de ser reprimidos”. A éstos, se agregan otros testimonios, fotografías y videos de la policía golpeando con sillas de un restaurante o a personas con niños en brazos.

 

El freno al abuso del poder, los contrapesos están en los poderes judiciales y en los órganos no jurisdiccionales. Al respecto, las palabras del presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, Edgar Elías, en el marco del Encuentro Nacional de Procuración y Administración de Justicia dan un contexto del ánimo y de las posiciones políticas. Se refirió al presidente de la República como “nuestro líder”, agregando, “usted nos genera confianza y la función judicial de la República está con usted señor presidente, toda ella, con sus decisiones apegadas a derecho y con su firme prudencia para llevar los rumbo de la nación…”, “esperamos con usted, con su dirección clara y su sentido de justicia, ocupar un lugar, ese que nos corresponde en los quehaceres de la patria…”.

(Discurso completo aquí).

 

No se trataba de una reunión del partido, sino de instituciones y poderes de la República. El discurso se dirige por completo al presidente, pero tampoco es una interlocución; se trata de una adhesión y de una función que se subordina. El referente de la función de los jueces no es la ley o la Constitución: es el liderazgo, la voluntad, la inteligencia, el libro escrito por el Presidente entonces candidato. Alarmante el tono y el mensaje, más si en efecto fuese la posición de toda la judicatura. Los silencios de otros órganos judiciales sobre tales palabras, serían en verdad preocupantes.

 

Resta saber qué resulta de las investigaciones que supongo están realizando las Comisiones de Derechos Humanos local y Nacional y qué papel adoptan. ¿Serán amigos o enemigos?

 

Desde la distopía.

 

@jrxopa