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La cárcel de Robin Williams

Dicen que los grandes no llegan ni se van solos de este mundo.

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Escrito en OPINIÓN el

El mundo cinematográfico se sorprendió de forma profunda y triste  esta semana cuando se supo que el afamado actor había muerto en Tiburón, California. El estado de shock general se coloreó de terror cuando las autoridades confirmaron que la muerte por asfixia en realidad era un suicidio.

De inmediato los medios nos dedicamos a hablar del fallecido ganador del Oscar, del profesor que impulsaba a sus estudiantes a salir de su zona de confort, del genial genio de la lámpara que nos hacía sonreír a todos, de  Mindy y Mork y su saludo  Nanu Nanu.

Todo esto me llevó a reflexionar acerca  de lo frágil de la vida de cualquiera de nosotros,  las motivaciones que se debe tener para cometer un acto tan desalentador, egoísta y desesperado como terminar con la propia vida y muchas cosas más.

Todo  me llevó, en última instancia, a la forma en la que recordaremos a Williams.

Entonces me percaté que la historia que se cuenta en los medios es la de un actor de comedia, que nos hizo reír en la televisión y en el cine, nada más. Es cierto que la imagen de Williams fue la de un comediante con conciencia social (fue fundador del Comic Relief), algo que sin duda es una imagen cortada e injusta, ya que fue un gran actor en muchos niveles, un actor que gustaba a la gente pero que nunca recibió un justo reconocimiento por parte de la gran mayoría de los estudiosos y analistas del séptimo arte.

En realidad la vida de Williams transcurrió entre dos cárceles.

La primera la sufrió desde los años 70: Su adicción recurrente y nunca superada a la cocaína que lo tuvo entrando y saliendo de clínicas y programas de rehabilitación durante una buena parte de su carrera. Sin embargo esta cárcel que  lo afectó de manera profunda en lo personal pero no parecía hacer mella en su capacidad como histrión.

La segunda cárcel es aquella en la que la gran mayoría de nosotros, los espectadores y medios,  hemos encerrado al pequeño, peludo y divertido protagonista de Mrs. Doubtfire (Columbus, 1993) como un comediante…y nada más.

Si uno se detiene diez minutos a pensar en las películas que Williams realizó durante su carrera podemos atestiguar su capacidad y amplitud como actor, algo que parece haber pasado de largo para muchos medios que hablan de la muerte de la risa o del hombre que nos hizo reír…y de nuevo, nada más.

El ejemplo más claro de esto lo tenemos en el premio de la Academia de ciencias y Artes Cinematográficas  que recibió como mejor actor de reparto  en 1998 por  Good Will Hunting (Van Sant, 1998), en  donde Williams encarna a un inteligente pero atemorizado psiquiatra que tiene en sus manos la tarea de sacar adelante a un genio matemático y huérfano que nadie puede, ni quiere tratar por su sarcasmo y capacidad de destrozar a los demás.

En esta película hay dos escenas en particular que muestran el oficio que tenía Robin como actor dramático. La primera es la plática con el personaje de Damon ante el lago, en la cual le demuestra que la vida es más amplia que sus lecturas e inteligencia (Video Youtube), y  una posterior en la que logra romper la armadura de Will y lo logra convencer de que “no es tu culpa” (Video Youtube).

Otro excelente ejemplo lo tenemos en la película Fisher King (Gilliam, 1991), donde esta vez el actor encarna a un académico trasformado en vagabundo que se encuentra a la caza del santo grial,  tras ser testigo del asesinato brutal de su esposa por culpa del único amigo que tiene.

En este largometraje la escena conocida como Red Knigth (Video Youtube), es la que resume mejor la capacidad de Williams para poder expresar las partes más dolorosas y oscuras de una persona y su sufrimiento.

Podría seguir con el recuento de escenas y películas en las que se muestra a Williams como un actor que  trasciende la comedia, desde Hamlet (Branagh, 1996) hasta What Dreams May Come (Ward, 1998).

Para mí, Williams está encerrado en la mente de la mayoría de las personas, y de forma errónea insisto, en una imagen de comediante gesticulante, incapaz de abordar temas serios o actuar seriamente, a pesar de que su único Oscar fue por un performance de este tipo.

Ojalá y con su muerte nos planteemos una revalorización de su trabajo para que  no se quede en esa pequeña cárcel en la que lo hemos confinado a él y a otros excelentes actores como Jim Parsons o Jim Carrey. Sacar a Williams de una de sus cárceles sería un   homenaje y la mejor despedida para él.

Descanse en Paz.

Final Cut

Dicen que los grandes no llegan ni se van solos de este mundo. Y para los mexicanos esta semana significó sumar una pérdida a esta semana luctuosa del cine mundial al perder a Columba Domínguez, una actriz de referencia en nuestro cine a pesar del olvido oficial que sufrió. Ella se merece una columna aparte pero no podía dejar de mencionarla.

Descanse en Paz.

 

eduardohiguerabonfil@gmail.com

@HigueraB