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Idoneidad y política

Cuauhtémoc Blanco pudo haber sido un gran futbolista, pero esas cartas de presentación no garantizan que pueda gobernar Cuernavaca.

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Escrito en OPINIÓN el

No hay actividad humana legítima que no merezca el mayor de mis respetos, entre ellas la política.

 

Como en la Grecia antigua, considero a la política como una de las más dignas e importantes actividades del hombre. La considero, además, indispensable para la supervivencia humana.

 

En el mundo moderno, sin embargo, la política ha sido objeto de la más de las despiadadas de las depreciaciones. Razones para ello hay de sobra. La más señalada de sus devaluaciones es la que los hombres que se ocupan de ella perpetúan cotidianamente, pero también ha sido objeto de una embestida feroz para reducirla al papel de gendarme de barrio al cuidado de los intereses del capitalismo salvaje y su voraz e inhumana depredación.

 

Lo primero que tuvo que socavar la globalización financiera fue la soberanía de los Estados y los lazos societales que la nutren. La forma de hacerlo fue depreciando la política y a los políticos, aprovechando, sin duda, el propio desmerecimiento de sus excesos y resultados.

 

Así llegamos a la desfiguración total de la política y de la función pública; tan vilipendiada que, a diferencia de cualquier otra actividad, se antoja puede ser asumida por cualesquiera.

 

Para ser deportista o artista se requieren ciertas habilidades, para ser empresario o campesino por igual. No todo mundo puede ser ama de casa, aunque todos tengan (o deban tener) casa. Si se descompone mi coche sería suicida intentar arreglarlo a propia mano y jamás seré capaz de dibujar nada remotamente aceptable y menos tocar un instrumento musical. Pero resulta que hoy se cree que cualquiera puede ser político y, peor aún, gobernar, habida cuenta, se sostiene, que si el escenario político está “poblado de las fantochadas de pícaros y tontos” por qué no cualquiera pudiera hacerlo mejor.

 

Así llegamos al suicidio colectivo de optar por la persona más inepta que pueda haber de la política para ocuparse de ella. Nótese que no hablo de cercanía, sino de aptitud. En otras palabras, se puede ser y estar en la política y, sin embargo, ser lo menos idóneo para ella. Por igual y con más razón, se puede serle ajeno y ser tan o más inadecuado para dedicarse a ejercerla.

 

Hoy lo que más cuenta es ser un totalmente apolítico. Reitero, no me refiero a cercanía o pertenencia a la política, como a capacidades aptas para ella. Así la gente vota por payasos, futbolistas, jóvenes ignotos, figuras bravuconas o bien mediáticas. Me preguntó si un equipo de futbol optaría por quien jamás pateó un balón por sobre los jugadores de sus canteras, o si una empresa contrataría para sus finanzas a un joven producto de los despachos de imagen antes que a un financiero de carrera. ¿Por qué entonces partidos y electores preferimos a inexpertos en política?

 

En esto cabe una excepción a cual más inexplicable: se puede haber sido político toda la vida y haber tenido una vida ostensiblemente partidista, pero basta renegar del partido de origen (o del que en que actualmente se milite, ya sabe usted, la moda de los saltarines) para recibir el bautizo de la castidad política. El peor de los priístas es el mejor de los perredistas o de las coaliciones antiPRI con el sólo renunciar, sin ningún acto de constricción, a él horas antes de su nueva unción. Por igual, ahora con las candidaturas independientes, basta con salirse del partido que no lo postule para que el manto purgante del independientismo acoja al nuevo e inmaculado demócrata en su seno.

 

El problema, sin embargo, no es lo antes dicho, sino sus consecuencias. Cuauhtémoc Blanco pudo haber sido un gran futbolista, pero esas cartas de presentación no garantizan que pueda gobernar Cuernavaca. Jaime Rodríguez puede ser hoy el más fiero enemigo de los partidos y de los medios, pero no es lo mismo desgobernar García que Nuevo León. La lista sería casi infinita: Duarte en Veracruz, Borge en Quintana Roo, Medina y su papá en Nuevo León; la mayoría de los ex delegados y delegados en el DF, una pléyade de diputados y senadores, Fox y agregue usted de su ronco pecho hasta que el agotamiento serene su memoria.

 

Nada ganaríamos si nos concretamos a listar los desencuentros entre personajes y política, si ello no nos lleva a la reflexión sobre si excluimos la política del quehacer humano, cosa que es de suyo imposible por más que así lo pretenda la globalización, o excluimos de la política a quien no esté capacitado, tanto en aptitud como en actitud, para ella.

 

Dicen que la política es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos, entonces por qué la ponemos en manos de los apolíticos. Lo que requerimos son verdaderos políticos y éstos de verdaderos ciudadanos, no una ciudadanía de temporal electoral.

 

A Cuauhtémoc Blanco le bastó menos de un día en el poder para acreditar su absoluta incapacidad política. ¿Cuánto tiempo nos tomará asumir la nuestra como electores?

 

@LUISFARIASM