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Grecia: Entre el “austericidio” y la democracia

El NO griego frenó en seco las peligrosas tentativas de injerencia de la burocracia de Bruselas.

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Escrito en OPINIÓN el

La era global ha acrecentado la asimetría entre capital y democracia. Mientras que el primero se erige como poder trasnacional con capacidad de desplazarse sin restricciones por el mundo entero, la segunda sigue cercada dentro de las fronteras de los estados. La ciudadanía cuenta con el voto, pero su elección se vacía de contenido, pues las decisiones cruciales se están desplazando de las instituciones públicas en las que en teoría está representada, a las órbitas de los mercados internacionales en las cuales, en definitiva, no está representada. En otras palabras, los poderes económicos y financieros, no conformes con escapar de cualquier control democrático, determinan el devenir de las sociedades.

 

Pocas veces se da la posibilidad a los pueblos a decidir si aceptan o no las directrices de organismos como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Por lo general, sus recetas se aplican sin preguntarle a la gente aún cuando generan impactos perturbadores en sus vidas. Esta postura se ampara en una falacia neoliberal, según la cual consultar a la ciudadanía en temas de tan elevada complejidad técnica es demagogia pura, una irresponsabilidad populista que pone en riesgo la estabilidad macroeconómica y la salud de los mercados.

 

En el país helénico, tan distante a nosotros en kilómetros como en inventiva política, fue el propio gobierno quien convocó al pueblo a ejercer su poder soberano. Éste respondió contundentemente NO a quienes se creían dueños de sus bolsillos y de sus destinos, a quienes pretendían imponer condiciones de esclavitud en el país que vio nacer la democracia. Alexis Tsipras sabía que en esta encrucijada estaba en juego la permanencia del gobierno que encabeza. Tras conocer que el 62% de los votantes optó por decir NO a las demandas de los acreedores, pudo tomar un respiro. Las urnas le dieron un mandato claro: Endurecer su posición en la negociación con las contrapartes europeas.

 

No obstante, el primer ministro griego ha tomado con prudencia y sentido de responsabilidad el mandato popular. Tendió su mano a los acreedores para juntos encontrar un plan razonable para saldar la deuda. Hay que aclarar que estos números rojos son herencia de los gobiernos antecesores, antagonistas de Syriza y aliados de la troika, los cuales se dedicaron a dilapidar los préstamos en el rescate de los banqueros. Pese a los malos manejos, los prestamistas no se inmutaron y el dinero siguió despreocupadamente fluyendo. Ahora que arribó la tormenta del impago, se hacen los sorprendidos, como si ellos no hubieran tenido nada que ver.

 

El referéndum también constituyó un desafío a un tipo de autoritarismo que se anida en organismos internacionales como el Banco Central Europeo. Se trata de una suerte de golpismo tecnocrático que pone sus miras en países endeudados y gobernados por una izquierda desafiante. El despliegue de la mecánica comienza intimidando y dibujando en el porvenir un escenario catastrófico y funesto para el país no alineado. Prosigue cortando los flujos monetarios para generar una situación caótica e ingobernable en la cual los bancos locales cierran y los ahorradores no pueden sacar dinero de sus cuentas.

 

Todo ello acompañado de una campaña mediática cuyo fin es aterrorizar a la población. Finalmente, establecen condiciones indignas e inaceptables de pago para que el gobierno incómodo no tenga otro remedio que claudicar y transferir el poder a un partido dispuesto a administrar servilmente la crisis.

 

Esta vez le tocó a Grecia, pero mañana con el eventual triunfo de Podemos, podría ser España, y luego Portugal, Italia o Irlanda. Si a la voracidad financiera no se le ponen límites, podría terminar devorando la propia unidad de Europa que tan buenos resultados de paz ha dado en un continente que durante siglos vivió asediado por guerras entre sus países.

 

Por eso es tan significativo el NO griego: Frenó en seco las peligrosas tentativas de injerencia de la burocracia de Bruselas. Como Paul Krugman escribió, por más que el establishment europeo sea incapaz de aceptarlo, los griegos salvaron el proyecto de la Unión Europea de sus peores demonios. De haber prosperado el plan de rescate, los acreedores habrían demostrado una fuerza capaz de tumbar gobiernos, doblegar a un país a los designios de instancias supranacionales y de paso humillarlo para que nadie se atreva a imitarlo.

 

Lamentablemente lo que sigue para Grecia es una elección sin alternativas, ya que  sólo podrá escoger a su verdugo: “Austericidio” o bancarrota. Sea cual sea el resultado en la reanudación de las negociaciones, es inevitable que la recuperación será prolongada y repleta de sacrificios colectivos. Como suele suceder, las mayorías son las que habrán de pagar con el desempleo, el recorte en el gasto social, el aumento de impuestos y la disminución dramática de su nivel de vida por los errores y despilfarros de sus élites. Peor aún, las generaciones emergentes están siendo forzadas a pagar el despilfarro de las generaciones que las precedieron, tanto como el recién estrenado  gobierno por la irresponsabilidad de sus antecesores.

 

En este contexto, economistas de la talla de Thomas Piketty y el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, firmaron una carta pública en la que plantean una alternativa razonable. Pero  el bloque más poderoso de la Unión Europea agrupado en torno a la canciller alemana, Angela Merkel, se resiste a ver más allá de su lógica binaria: O cede Grecia a sus demandas o eclosión apocalíptica.

 

Piketty recuerda que Alemania de ningún modo está en posición de aleccionar a otros países a pagar la deuda, porque ellos no pagaron la suya después de las dos guerras mundiales, lo cual fue el primer paso para una integración exitosa. En efecto, Europa se construyó en los años 50 precisamente sobre el abandono de las deudas públicas del pasado para invertir en infraestructuras, en crecimiento, es decir, en sembrar un futuro de paz y bienestar.

 

Este continente debería reivindicar dos creaciones civilizatorias de las cuales ha aprendido el resto de la humanidad: la democracia y el Estado de Bienestar. Pero como afirma Amartya Sen, al anteponerse la integración financiera y monetaria comenzó a descarrilarse la aspiración original de la unidad europea. El culto a las políticas de austeridad no sólo está socavando estas piedras angulares; de igual manera está crispando la convivencia entre las naciones integrantes. Las deudoras de la periferia son asfixiadas con medidas draconianas que impiden el crecimiento económico, generan despidos masivos y desmantelan las instituciones benefactoras.

 

Todo ello genera malestar en sus poblaciones, cultivando un resentimiento hacia los países que ofrecieron el “rescate”. Por su parte, los liderazgos de países que ofrecen los préstamos se irritan por el incumplimiento de pagos. Este Premio Nobel de Economía concluye que las políticas de austeridad han traído un resultado divisorio y contraproducente al propósito original de la Unión Europea: eliminar la desafección entre sus naciones.

 

Es así como el país helénico se ha vuelto el epicentro de una batalla crucial entre el actual modelo de gobernabilidad internacional, cuestionado y agotado, y alternativas que en el escenario aún aparecen difusas pero que van sumando cada vez más apoyos. Apoyos que, como en este artículo se observa, no provienen solamente de las periferias intelectuales y de posturas anticapitalistas, sino también, de manera inusitada, del mainstream del pensamiento occidental.

 

@EncinasN