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¡German Time!

Esta generación vive una gran oportunidad, la de cristalizar las promesas de un país democrático, de fortalecer el Estado de Derecho.

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Escrito en OPINIÓN el

En los próximos meses el Senado deberá aprobar una reforma fundamental para el país, una reforma que podría ser un hito en la historia de nuestro país con relación a cómo los mexicanos nos relacionamos con las normas, con las instituciones, con lo público: El sistema anticorrupción.

 

Esta reforma, anunciada en campaña, tardó mucho en concretarse y generó descontentos y suspicacia. Finalmente, la Cámara de Diputados aprobó una serie de medidas que buscan fortalecer a la Auditoría Superior de la Federación, a la (recién resucitada) Secretaría de la Función Pública, donde el titular deberá ser ratificado por el Senado, que ven el nacimiento de una fiscalía especializadas en materia y la transformación del Tribunal Federal de Justicia Fiscal y Administrativa en Tribunal Federal de Justicia Administrativa, con facultades para sancionar a los servidores públicos federales por faltas administrativas graves. La idea es promover mayor responsabilidad, aumentar los candados en contra de posible ilícitos, aumentar atribuciones y sanciones y generar contrapesos para que la diferentes autoridades puedan supervisar, atraer casos, combatir y castigar eficazmente la corrupción.

 

Los mexicanos debemos mucho a activistas, académicos e instituciones como la Red por la Rendición de Cuentas, Edna Jaime, María Elena Morera, Eduardo Bohórquez, el CIDE, sólo por citar algunos de los tantos que participaron ya que de verdad este es un logro de una sociedad civil que logró verse cohesionada, fuerte, determinada y eficaz.

 

Si nuestros representantes en el Senado no modifican una gran reforma, habremos dado un paso decisivo como país para decir no a la corrupción. Sin embargo, para que podamos ver los cambios constitucionales requeridos, esta gran reforma requerirá del apoyo de gobernadores y congresos locales que deberán aprobar una mayor y más eficiente fiscalización. En resumen, los mexicanos debemos hacernos muy presentes para que tantos esfuerzos no se transformen en palabras vacías.

 

¿Qué tanta voluntad tendrán los poderosos para investigar a los poderosos? ¿Qué tantas atribuciones decidirán poner en práctica el auditor Superior de la Federación o el secretario de la Función Pública en contra de un secretario de estado, un senador o un gobernador? Que la ley les dé atribuciones no significa que los funcionarios las quieran usar, por eso es fundamental un frente común de la sociedad en pro del cumplimiento de la ley.

 

Para quienes hemos dedicado nuestra vida profesional a los temas anticorrupción éste debería ser un momento de satisfacción por ver una sociedad unida en contra de este cáncer social. Sin embargo, hay algo que me sigue dejando inquieto, México es un país de leyes, con un débil Estado de Derecho; en México aún dependemos de la voluntad de algunos para que las cosas pasen y, reformas o no, quienes realmente debemos cambiar somos nosotros.

 

Me gustaría compartirles un ejemplo que demuestra que ninguna reforma es suficiente, si la sociedad no decide poner en práctica la Cultura de la Legalidad: acabo de concluir un seminario internacional sobre liderazgo social en Alemania, una interesante experiencia donde pude compartir con alguno de los líderes del movimientos de los paraguas en Hong Kong, con líderes sociales que se oponen a nepotismo y neonazismo en Hungría, como a activistas que han dado años de su vida en prisiones de Sudáfrica, Zimbawe, Cambodia por luchas por el respeto a derechos humanos más básicos.

 

Los organizadores del evento, coherentes con sus costumbres, hicieron todo de manera impecable y de la misma manera impecable fueron claros en decirnos que, no importa que fueses argelino, palestino, libanés, pakistaní, latinoamericano, fumar en el edificio era prohibido; los alimentos se servían en ciertos específicos horarios, los traslados eran en tales horarios, los horarios del curso estaban establecidos, las entregas de trabajos individuales y por equipo igual. A cada instrucción le seguía el mantra "german time", para que a todos nos quedara claro que tiempo y normas no se podían negociar.

 

No niego que el primer día pensé que la cosa no iba a funcionar: participantes con orígenes culturales e ideológicos diferentes, en el grupo un 60% de los participantes hablábamos inglés como segundo idioma, otros se manejaban en francés y otros sólo ruso y todos veníamos de países emergentes, por decirlo de una manera políticamente correcta, donde el respeto de la norma no es el rasgo que nos distingue.

 

Sin embargo, debo admitir mi error y sorpresa, ni una sola vez tuvimos problemas de incumplimiento o retardo, no con alimentos, no con transporte, no con trabajos o entregas. Rusos y Ucranios, Palestinos e Israelitas trabajamos por un objetivo y cumplimos un programa ambicioso en tiempo germánico.

 

¿Será que el agua local nos contagió? ¡Para nada! Algunas tensiones ideológicas y culturales las hubo, pero el marco institucional nos motivó a ser responsables y precisos. En un marco donde todo funcionaba como reloj, todos cumplían impecablemente, era impensable fallar.

 

Este aprendizaje me confirma que cambiar es posible, que el determinismo genético que  se busca en los mexicanos, el gen de la corrupción, no existe, y que lo que está en la cultura se puede cambiar, ante una cultura de la corrupción e improvisación, puede existir una Cultura de la Legalidad.

 

Esta generación vive una gran oportunidad, la de cristalizar las promesas de un país democrático, de fortalecer el Estado de Derecho dejando atrás el país del nepotismo, compadrazgo, impunidad. Para que esto se logre, se requiere una masa crítica que sea crítica, observadora, que se comprometa con el país, respete las normas y exija que se respeten, que entienda que el marco normativo está en favor y al servicio del bien común y  que rechace cualquier conducta que lo vulnera.

 

Esta generación es la que puede transformar a México y que debe empezar por exigir que la nueva Ley de Transparencia se acompañe de una eficiente Ley de Archivos (de poco sirve tener un marco normativo que obliga a transparentar información pública, si no existen los requisitos mínimos de cómo ésta se debe resguardar). Y sobre todo, debe exigir un sistema anticorrupción independiente que use las atribuciones que le da la ley para combatir conductas y no adversarios políticos y claro, empezando por lo mínimo básico: cumpliendo con la ley.

 

Todos los mexicanos debemos agradecer a aquellos activistas y académicos que dieron su tiempo, esfuerzo, cara, para que pudiésemos contar con un gran sistema anticorrupción, ahora todos debemos arroparlos y arropar la ley para que ni en el Senado, o en algún congreso local, ningún gobernador, atente en contra de este gran avance. Confío que tenemos todo para que pronto podamos usar la expresión Tiempo Mexicano como ejemplo de cumplimiento, exactitud y excelencia. Porque el capital humano ya existe, lo que falta es que asuma su compromiso por el Estado de Derecho, un marco institucional suficiente para prevenir y combatir la corrupción y, claro, la voluntad de los poderosos.

 

@frarivasCoL