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Gasolinazos: efectos y sentimientos encontrados (I)

El vigoroso rechazo a los gasolinazos se explica en buena medida porque se interpreta como un atentado a la economía familiar.

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El clamor general cada vez que se anuncia un nuevo incremento al precio de las gasolinas es, evidentemente, de rechazo. Aunque la fuerza del reclamo es especialmente intensa entre los millones de automovilistas que dependen del automóvil para realizar sus actividades cotidianas, hay muchos otros sectores o grupos que también resultan afectados. Pero hay algo más, por muy contraintuitivo que parezca el incremento del precio de las gasolinas también trae algunos beneficios importantes a la sociedad en su conjunto. Vislumbrar el balance neto de los efectos finales de un incremento de precios es bastante complejo, por lo que nos limitaremos a tratar de deshebrar un poco la madeja para entender por qué al final llegamos, invariablemente, a un escenario de efectos y sentimientos encontrados.   

 

Empecemos aclarando que los incrementos en los precios de las gasolinas generan una enorme cantidad de efectos que se van distribuyendo temporal y espacialmente a lo largo de un complicado enjambre de cadenas relacionadas entre sí.

 

En las sofisticadas sociedades de hoy los precios de este combustible inciden sobre una multitud de aspectos, como por ejemplo: en la inflación, en el poder adquisitivo de la gente y en la organización de la vida cotidiana, en las ventas de vehículos por tipo, en los ingresos tributarios y no tributarios del gobierno federal y por lo tanto en el gasto público, en el consumo de gasolina en cada localidad o región, en las decisiones de la industria automotriz sobre la velocidad con la que piensan mejorar la eficiencia energética de sus vehículos, en las decisiones de inversión de la industria petroquímica, en la generación de emisiones atmosféricas contaminantes y por lo tanto en los impactos sobre la salud de la población y de los ecosistemas, en la cantidad de residuos peligrosos generados por el uso de vehículos de combustión interna, en la cantidad de accidentes de tránsito, en la productividad y en la competitividad de las ciudades.

 

La lista no limitativa anterior nos da una idea de lo difícil que es seguirle la pista al incremento de los precios de una variable como la gasolina en los ecosistemas complejos que hemos construido. En algunos casos los efectos van en el mismo sentido que el precio y en otros van en sentido contrario. A veces los efectos se notan de inmediato y a veces pueden tardar meses o años, y por si fuera poco, siempre observamos resultados geográficamente diferenciados.

 

En lo que resta de esta entrega empezaremos a comentar algunos aspectos relacionados con el uso del automóvil. Como es evidente, el uso del auto se ha convertido para millones de personas que habitan en muchas ciudades mexicanas, en un servicio indispensable. Ha pasado a ser, como la insulina para el que la requiere, algo insustituible o extremadamente costoso de abandonar. En efecto, para todas aquellas personas cuya vida depende de contar con un auto el tenerlo disponible marca la diferencia entre poder ir a trabajar o no, entre llevar a los hijos a la escuela o no, entre poder llevar a un familiar al médico o al hospital, o no. 

 

Pero para usar el auto es imprescindible comprar gasolina, uno de tantos bienes o servicios entre los que hay que repartir el ingreso familiar. Por eso, cuando sube el precio de la gasolina el escenario se complica: si queremos seguir realizando las mismas actividades cotidianas, entonces tenemos que destinar una mayor parte del gasto familiar a la compra de gasolina, lo cual implica reducir el gasto en algunas otras cosas. Para muchas familias el presupuesto ya no da para más y la decisión se torna difícil: si no se puede comprar el mismo número de litros de gasolina a la semana o al mes, los kilómetros que pueden recorrer son menos y por lo tanto habrá algunas actividades que tendrán que eliminar, a pesar de lo importantes que puedan ser para la familia. Queda claro que el vigoroso rechazo a los gasolinazos se explica en buena medida porque se interpreta como un atentado a la economía familiar.

 

La solución más popular sería que se reduzcan los precios de las gasolinas, pero como decíamos arriba la cosa no es tan simple debido a todas las implicaciones que un movimiento de precios puede tener. Algunos de los efectos de la reducción serían negativos, por ejemplo, tendríamos más emisiones atmosféricas contaminantes y mayores impactos sobre la salud de la población y los ecosistemas. 

 

¿Habrá entonces alguna manera de no afectar tanto la economía familiar, sin empeorar la contaminación del aire e incrementar los efectos negativos sobre la salud de la población? Bueno, el límite de espacio nos obliga a dejarlo en suspenso para la próxima entrega. 

 

@lmf_Aequum 

@OpinionLSR

 

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