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Fuero

Los legisladores no legislan; los partidos les tienen terror a las personas pensantes.

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Escrito en OPINIÓN el

Toda mi vida he sido defensor del fuero legislativo. Su implantación responde al necesario equilibrio entre poderes y a la experiencia histórica de que todo totalitarismo comienza por desaparecer Congresos.

Pero ya Hegel enseñó que dialécticamente la solución de hoy será el problema de mañana, y el fuero no es la excepción.

No es que éste haya perdido su naturaleza protectora de la función legislativa; sino que aquélla se ha prostituido y el fuero, más que garantizar el ejercicio de la función, protege pillastres.

El mal uso del fuero ha hecho de nuestros congresos reductos de impunidad.

Nada más absurdo que confiar la fabrica de leyes a quienes haciendo de ellas befa y escarnio convierten a aquella en santuario del abuso.

En una buena mayoría de casos, los partidos no envían a las Cámaras a los hombres indicados para diseñar el entramado normativo de nuestra convivencia, sino a personajes que sin la protección del fuero estarían en la cárcel.

Bajo esta óptica es fácil entender las actitudes y remilgos de nuestros próceres en torno al sistema anticorrupción.

A diferencia de otros países, donde los legisladores con más legislaturas acumuladas son naturalmente los más experimentados y los más respetados; en México, salvo contadas excepciones, es exactamente lo contrario, porque la perpetuidad legislativa no responde a desempeño, sino a temor de cárcel.

Líderes de toda calaña y partido, exgobernadores y mediocridades que nadie sabe que son legisladores, pero se eternizan como tales, responden a la necesidad de protegerse de la justicia tras el fuero, no a ningún propósito legislativo.

Estos personajes matan por llegar. Ser o no ser legislador les deviene en algo de vida o muerte. Para ellos la carrera política no tiene nada que ver con La Política y los ciudadanos, sino con su impunidad. Por eso también vemos legisladores que han pasado por todos los partidos; su poca convicción doctrinaria no responde a cuestionamientos metafísicos, cuanto a cálculos de sobrevivencia impune.

Algunos se robaron (o roban) cuotas sindicales, otros han violentado la ley y derechos de terceros en supuestos actos de lucha política, unos más desfalcaron a sus Estados o a instituciones públicas, y no faltan quienes han defraudado al sistema bancario, empresas o personas en lo individual. Por supuesto hemos de considerar algunos que lo que deben a la justicia son vidas humanas. El caso es que en nuestros congresos el fuero se ha convertido en seguro de impunidad.

Así, al perder su razón primigenia de proteger la función legislativa frente a los otros dos poderes políticos e, incluso, de cara a los poderes fácticos que hoy tienen mayor poder que los públicos, el fuero se ha devaluado tanto o más que el prestigio de la función legislativa y sus impresentables personeros.

Sumémosle a ello que hoy los legisladores no legislan; los partidos les tienen terror a las personas pensantes y de criterio independiente, por tanto llevan a las cámaras a espíritus pusilánimes y tan pequeños como voraces; dispuestos a la ignominia, disfrazada de disciplina, a cambio de permanecer en el tablero del poder. Los grandes debates brillan por su ausencia, la mayoría de las veces los legisladores no saben ni siquiera qué diablos están votando. El debate legislativo lo marca la coyuntura mediática del día. Las iniciativas tampoco son hechura legislativa; o vienen del ejecutivo o se encargan a despachos especializados, o son expresiones de particularismos personalizados por cabilderos profesionales. El procesamiento de las iniciativas tampoco es legislativo ni por los legisladores; las iniciativas se mercan en las oficinas de partidos y gobiernos: tu iniciativa a cambio de la mía. Qué dice una y otra es lo de menos; quieres sacar la tuya, apoya la mía y ahí nos vamos. Hecho el pacto se ordena a las bancadas a honrarlo en la abyección.

Bajo esa dinámica, el fuero ha perdido su razón de ser: qué función sustantiva habría que defender, dónde está el Belisario dispuesto a enfrentar al chacal; cuál la independencia del poder que habría que garantizar; cuando nuestras cámaras han perdido su naturaleza legislativa para quedar reducidas a oficinas que formalizan negociaciones ajenas al quehacer y ámbito parlamentarios.

Finalmente, si desapareciese el fuero legislativo se perdería el incentivo de estos pillastres para ocupar curules y escaños, los partidos se liberarían de sus presiones para llegar a los congresos y, quizás, la función legislativa pudiera rescatarse algún día.

Pero éstos son sueños guajiros, ¿qué legislador con cuentas pendientes con la justicia pero protegido tras la impunidad e impudicia del fuero estaría dispuesto a eliminarlo y quedar sometido a la ley, como cualquier ciudadano de a píe?

 

@LUISFARIASM 

@OpinionLSR