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EPN y el ocaso de un gobierno

Difícilmente se puede aspirar a un futuro promisorio en medio de una crisis de credibilidad.

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Escrito en OPINIÓN el

Desde ninguna perspectiva puede considerarse como positivo el hecho de que cuando apenas está concluyendo la mitad del periodo gubernamental del presidente Peña Nieto, se haya desatado la carrera por la sucesión presidencial que tradicionalmente esperaba por lo menos a que finalizara el cuarto año.

 

Los aspirantes -declarados o encubiertos- no pierden ocasión para hacerse presentes sin importar cómo o dónde, las encuestas ya dan cuenta de sus niveles de conocimiento e intención del voto y los partidos de oposición, hasta hace no mucho tiempo desdibujados, empiezan a dar color y a endurecer su discurso contra una administración que pareciera va de salida aunque todavía le falten tres años.

 

Sin duda Ayotzinapa, la Casa Blanca y la fuga del Chapo Guzmán marcaron a este gobierno que desde entonces no ha sabido reaccionar. Perdió iniciativa y capacidad de respuesta dedicándose mas bien a tratar de administrar los problemas no siempre con buenos resultados.

 

Como ejemplo, a la fecha no se sabe nada del decálogo para “mejorar la seguridad, la justicia y el estado de derecho” que con bombo y platillo presentó Peña Nieto en Palacio Nacional hace un año y que mereció el rechazo inmediato de especialistas y organizaciones por ser a todas luces insuficiente, las violaciones graves a los derechos humanos siguen siendo una constante como lo han señalado organismos internacionales -ante el enojo de las autoridades mexicanas-, y la iniciativa de ley general en materia de desapariciones forzadas a la que se comprometió el Ejecutivo Federal aún se encuentra en espera.

 

Por más que se empeñen en convencernos con una lluvia de datos de que se ha avanzado y vamos en el rumbo correcto, la realidad con que se topa la mayoría de la población parece muy distinta.

 

Siguiendo con los ejemplos, las cifras de beneficiados por los dos programas estelares de la administración priista, la Cruzada contra el Hambre y Prospera, contrastan con el incremento de dos millones de pobres en tan sólo dos años; los logros en materia de infraestructura con nuevas carreteras se ven opacados por los escándalos en que están involucradas dos empresas favoritas del gobierno (Higa y OHL), y ante la supuesta -y muy cuestionada- disminución en los índices de secuestros y homicidios dolosos se contrapone el predominio de los cárteles en diversas regiones del país.

 

También llama la atención que los voceros gubernamentales -oficiales y oficiosos- sigan utilizando a las reformas estructurales como su principal estandarte, siendo que además de que se trató de un logro colectivo en el que mucho tuvo que ver la participación del PAN y del PRD, poco significan para la sociedad pues no han contribuido a mejorar de manera importante sus condiciones de vida como se les prometió. Quizá a lo que se le podría conceder algún mérito es a las acciones desplegadas para cumplir con la evaluación educativa.

 

Los resultados de las encuestas son muy elocuentes, el gobierno esta reprobado empezando por el presidente que apenas llega al 39% de opiniones positivas y las expectativas no son mucho mejores. Difícilmente se puede aspirar a un futuro promisorio en medio de una crisis de credibilidad de enormes dimensiones y en un contexto de corrupción, impunidad, pobreza, desigualdad, inseguridad y violencia.

 

Tampoco ayuda el que a partir de ahora la agenda sea determinada por la disputa electoral, pues los espacios para la construcción de acuerdos se reducirán al mínimo y se desviará la atención de los asuntos prioritarios. No es una buena noticia, pero todo indica que a la mitad del camino estamos ante el ocaso del gobierno.