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Enredados por las redes (anti)sociales

El uso salvaje de las redes sociales ya está generando consecuencias.

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Escrito en OPINIÓN el

Uno de los productos más benéficos de las llamadasTecnologías de la Información y la Comunicación (TICs) fue el nacimiento de las redes sociales. Estas, en su corta vida, han ayudado a conectar personas como nunca antes se podía hacer, a informar noticias en tiempo real, a denunciar indignantes actos antes impunes y hasta jugar un importante papel en las renuncias de políticos como Anthony Weiner o en los derrocamientos de dictadores como Hosni Mubarak.


Las redes sociales han tenido un peso en nuestras vidas de tal magnitud, que no sería exagerado afirmar que cada red social se ha convertido en nuestra Hidra de Lerna fungiendo como noticiario, profesor, mejor amigo, bully, policía y porrista a la vez. Estas Hidras son las causantes de nuestra conducta muchas veces antisocial (vaya paradoja) que nos hace interrumpir una conversación cara a cara para poder revisar las notificaciones de nuestro celular.


El uso salvaje de las redes sociales ya está generando interesantes consecuencias alrededor del globo que vale la pena analizar: En China ya existen centros de rehabilitación de adicción a las redes sociales, y de acuerdo con un artículo del New York Times, estos dieron terapia de electroshock a 6,000 adictos al internet. En Occidente y en particular Inglaterra, se viene alertando desde hace años que los niños están desarrollando malas posturas difícilmente corregibles a causa del uso exacerbado de celulares y hasta le dieron un término: “text neck”. Y en México una diputada local de San Luis Potosí salió con el disparate de penar con cárcel a quienes se burlen vía memes de otros en redes sociales.


Por todo lo anterior y como ejercicio de introspección, a continuación me atrevo a señalar algunas de las principales causas que en mi opinión han generado ese indómito uso de las redes sociales al que aludo en líneas anteriores:


FOMO

El ser humano históricamente ha buscado siempre formar parte de una comunidad. Esto se entiende como un instinto de supervivencia que engloba la frase de John Donne “ningún hombre es una isla”.


Esta búsqueda por formar parte de la sociedad, ha tomado una mayor relevancia en las llamadas generaciones millennial y Z mismas que acuñaron la palabra fomo (iniciales para las palabras en inglés “miedo a no ser parte”). Y el fomo es precisamente uno de los grandes culpables de que naveguemos incansablemente en las redes sociales para no perdernos de nada, obligándonos a estar actualizados de todos los memes, tendencias y videos virales que estén de moda.


Dosis de validación social

 

Existe un capítulo de la serie Black Mirror en el que la sociedad se rige por una red social que califica a las personas en base a estrellas que van del uno al cinco. Estas calificaciones impactan su situación social, laboral y económica. De tal manera, las personas están preocupadas por obtener altas puntuaciones, generando por consecuencia una atmósfera plástica en la que todos buscan desesperadamente la aprobación de la sociedad en su red social.


Pudiera sonar descabellado llegar a ese aterrador y Huxleyano futuro estado de las cosas, pero; ¿no tiene algo de cierto que (salvo por Snapchat) el trasfondo de todas las redes es precisamente ofrecer a sus usuarios algún tipo de validación social?


Poco o nada aporta ese nocivo ejercicio en el que nos otorgamos calificaciones los unos a los otros en base a nuestras publicaciones en redes sociales. En ocasiones incluso, las dejamos incidir en nuestras vidas al grado que nuestro estado anímico está íntimamente correlacionado al número de amigos, seguidores, me gusta, favoritos y/o retuits que tengamos.


Máscaras Griegas

 

En la antigua Grecia los actores usaban máscaras en el teatro para enfatizarle al espectador qué papel les tocaba actuar. De tal manera usaban una máscara para mostrarse sabios, otra para representarse como bufones y así sucesivamente con diferentes rasgos o personalidades.


Hoy en día, pareciera que usamos a las redes sociales para mostrar nuestras cualidades (o las que quisiéramos tener) al resto del mundo. En Facebook buscamos vernos populares y con muchos amigos, en Twitter intentamos vernos inteligentes y chistosos, en Snapchat queremos que piensen que somos ocurrentes y que la pasamos bien en donde sea que estemos, en Linkedin tratamos de vernos exitosos y en Instagram buscamos mostrarnos artísticos y refinados.


Falsa sensación de eruditismo


Una de las ventajas de las redes sociales es la oportunidad de dejarnos pensar lo que diremos antes de decirlo, evitando los silencios incómodos o la poca originalidad de un diálogo cara a cara. Nos hacen exudar soberbia cuando reprobamos al que cometió un error (que en ocasiones y silenciosamente verificamos por nuestra cuenta). Nos hacen darle mayor credibilidad a una persona por su número de seguidores que por sus credenciales o argumentos en los que se funda su opinión.


Además, nos hacen sentirnos doctos y agudos conocedores de todo lo que ocurre en el mundo porqué leímos nuestro TL en Twitter u ojeamos infografías que aparecieron en nuestro newsfeed de Facebook. Esa sensación de informarnos en segundos se ha convertido en adictiva hoy en día cuando hay tanto por hacer y poco tiempo para hacerlo. Es como el producto milagro que promete al obeso bajar de peso en semanas poniéndose únicamente una crema por 2 minutos cada día.



Linchamiento social

 

Las redes sociales también han sacado a relucir una de nuestras más oscuras características; la de dejarnos llevar por instintos de hacerle montón al que creemos necesita ser ajusticiado. Esto no es nuevo sino simplemente una manifestación de ese gen que nos incita a linchar por miedo a ser linchados.


La inquisición virtual consiste en utilizar las redes sociales como plaza pública en la que colgamos al culpable en turno mientras nos horrorizamos y divertimos con su sufrimiento. Como saldo de esto, quedan ridiculizadores memes, amenazas de muerte y hasta ofertas de trabajo a los herejes señalados por los cibernautas.



No cabe duda que habrá de encontrarse un equilibrio para el uso de las redes sociales. No hay que perder de vista que aportan mucho más de lo que afectan si su uso es responsable. El internet y las redes sociales han hecho lo que ningún ente privado o público ha logrado hacer; democratizar al conocimiento. Gracias a ambos, no es necesario pagar sumas de dinero en educación, libros o suscripciones para acceder a un contenido de información tan cuantioso, que ninguna biblioteca del mundo puede albergar. La clave estará en ganarle a las redes sociales esa batalla por dominar o ser dominado.