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El voto nulo y la perversión del derecho electoral

Los partidos no “trabajan” la participación masiva de los electores, ni la no anulación del voto.

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Escrito en OPINIÓN el

Paco Zorrilla, gran conocedor del derecho electoral, en un reciente artículo aquí en La Silla Rota, afirma que “la efectividad del voto nulo como mecanismo de protesta es metafísica”. Las razones: los votos nulos no se cuentan ni tienen ningún efecto, por ejemplo, en el mantenimiento del registro de los partidos, en la asignación de los cargos de representación, en el financiamiento de los partidos.

 

Luego de leer también los distintos artículos de los profesores Crespo, Aparicio y de Alcocer, me queda la duda de si el problema es el voto nulo o bien nuestro derecho electoral es el perverso. La perversión jurídica y política radica en haber anulado el efecto del voto nulo.

 

Anular el voto es una alternativa válida y plenamente democrática.  Cada ciudadano que acude a votar participa en la democracia electoral y, dentro de ella, toma una posición. No votar por ninguna de las opciones no solamente es una elección lógicamente posible, sino que también lo es como una posición política y que debiera tener un efecto en la democracia. 

 

La situación de anulación de los efectos del voto nulo fortalece el status quo, el sistema electoral es sordo e inmune al descontento, es un sistema con votantes cautivos y forzados a elegir sólo lo que hay. Una democracia con ciudadanos de capacidades disminuidas. Son las reglas las que conducen a ese escenario. Si esto se tratase del mercado, es como si sólo se pudiese elegir entre de dulce y de mole, y si dices que no de todas maneras te cobran el tamal y se lo reparten entre ellos.  Así, aunque no te gusten, terminas con alguno en la mano. No hay un votante soberano, sino vasallo.

 

Claro, han sido los propios “elegibles” quienes han hecho las reglas para predeterminar la elección del votante. Sistema de fortalecimiento de partidos, le llaman. Captura de la regulación por extractores de rentas, se llama técnicamente.

 

Las rentas a los partidos, es decir el financiamiento público se ha desvinculado del destino del país y de la elección soberana del votante. Por una parte, el financiamiento a los partidos es siempre constante y creciente, no importa si los ingresos petroleros disminuyen y hay recortes al gasto público en educación, salud, obras; por otra, se desvincula del comportamiento de los votantes.

 

En tiempo de crisis presupuestaria sería deseable, por ejemplo, que los partidos en conjunto, se comprometieran con el país, acordando reducir su presupuesto en alguna parte equivalente a los recortes en otras áreas. No sucederá. Por el contrario, seguirán rebasándose los topes de campaña y surgirán nuevas formas de financiamiento irregular.

 

Para la bolsa grande del financiamiento, mientras más sean los electores en el padrón, mejor. Presupuestalmente cada elector al inscribirse en el Registro equivale a una cantidad de dinero. Si pensamos que cada votante “aporta” cierta cantidad de dinero al financiamiento, lo que reciben los partidos “es como si” todos los electores votaran, y  aún más: que votaran por alguno de ellos. Pero no es así: hay abstencionismo y votos nulos. La ingeniería política del financiamiento supone un mundo feliz de ciudadanos participativos y de opciones satisfechas; no hay espacio para la insatisfacción y el voto crítico a todos los partidos. Los partidos no “trabajan” la participación masiva de los electores, ni la no anulación del voto.

 

Si el abstencionismo y el voto nulo tuvieran algún costo para los partidos, por ejemplo que la bolsa general de financiamiento disminuyese en la misma proporción; esto es que solamente se otorgue financiamiento “descontando” el índice de abstencionismo y los votos nulos, quizás los incentivos serían distintos. Por una parte se apoderaría al ciudadano ligando a cada voto una parte “alícuota” –decimos los abogados- del financiamiento. Esto es si mi voto equivale a algunos pesos en el financiamiento: si voy a votar por algún partido decidiría aportar “mi” parte al financiamiento general; si anulo mi voto, tal cantidad se emplearía para otro gasto público. Por otra parte, quizás los partidos tendrían mayor interés en fomentar la participación ciudadana y la no anulación.

 

Así las cosas, en mi opinión el problema no es el voto nulo sino la perversión de las reglas electorales.

 

@jrxopa