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El temblor en la memoria

El terremoto de 1985 marcó de forma determinante el curso de la historia de la capital del país.

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Escrito en OPINIÓN el

Desde aquel fatídico terremoto ocurrido hace 30 años, el 19 de septiembre de 1985, el Distrito Federal y el país entero se han transformado; dicho suceso dejó muchos detrimentos, algunos perdimos a entrañables amigos y compañeros de trabajo, otros quedaron huérfanos, algunos más perdieron hermanos o hijos, la ciudad por instantes lo perdió todo.

 

La capital de México era en ese entonces la conexión entre el norte y el sur del país, después del temblor durante semanas no se pudo cumplir esa función, en el interior de la República durante algunas horas e incluso días existió la percepción de que el DF había desaparecido, que se había sumido entre las grandes edificaciones que lo caracterizaban, algo había de cierto, después del sismo todo era un caos cubierto con nubarrones de polvo, después llegarían los olores fétidos, en fin un desastre total.

 

Para muchas familias aún duele la ausencia de quienes perdieron la vida en dicho suceso; para otras, cada año más tenue llega el melancólico recuerdo de aquel hogar que se perdió entre los escombros; también hay otras que aunque hayan pasado tres décadas, continúan en la espera de ese ser querido desaparecido aquella mañana de septiembre.

 

El temblor del 85 marcó de forma determinante el curso de la historia de la capital del país, empero no todas las consecuencias fueron negativas, desde entonces en México se empezó a gestar una amplia cultura de la protección civil, de protocolos de acción y de recursos de toda índole para reaccionar ante las grandes catástrofes.

 

Pero el costo fue alto, de acuerdo con un documento del Fondo Internacional para la Construcción y el Desarrollo del Banco Mundial, el 19 de septiembre de 1985 murieron 3 mil 192 personas, pero se reportaron hasta 20 mil desaparecidos. Los daños económicos fueron calculados en 8 mil millones de dólares, 250 mil personas perdieron de forma instantánea sus hogares y otras 900 mil tuvieron que abandonarlos en los días posteriores. http://bit.ly/1OWa0SP

 

Con dos años de haber llegado al Distrito Federal, proveniente de mi natal Torreón, Coahuila, la perla de la laguna, el sismo del 85 fue el primer temblor que sentí en mi vida, desvelado por haberme mantenido despierto hasta muy tarde preparando una reunión de trabajo que se celebraría el 19 de septiembre, me desperté asustado ya que al vivir en la colonia Narvarte, el movimiento telúrico fue realmente desestabilizador.

 

Después que transcurrieran los segundos que duró el temblor ?los cuales fueron incómodamente largos?, salí a las calles rumbo a las instalaciones de las oficinas donde trabajaba en aquel entonces, la Procuraduría General de la República (PGR), las cuales estaban ubicadas en la calle de Eje Central Lázaro Cárdenas, fue ahí durante el trayecto que comprendí la magnitud de los daños y la catástrofe que con cada minuto que pasaba se acentuaba.

 

Al igual que el desaparecido Jacobo Zabludovsky, quien en su emblemática crónica del terremoto fue descubriendo la magnitud del desastre http://bit.ly/1dA6Cjh, primero pensé que los daños no habían sido tan graves; sin embargo, al ver los no pocos edificios destruidos, escuchar el sonido de las incesantes sirenas de las ambulancias, bomberos y patrullas, respirar el penetrante olor a gas, observar las continuas fugas de agua y escuchar los desesperados llamados de ayuda, entendí que la catástrofe era algo a lo que el México moderno nunca antes se había enfrentado.

 

El equipo de trabajo del entonces procurador Sergio García Ramírez, de inmediato nos solidarizamos con la población, las horas subsecuentes al sismo, todos los trabajadores incluidos los mandos directivos, colaboramos activamente en las labores de rescate, a la par de cientos de mexicanos que durante horas participamos tratando de localizar a los sobrevivientes.

 

Vale la pena destacar la colaboración de la embajada de los Estados Unidos de América, pues gracias a su intervención contamos con ayuda extra proporcionada por el país vecino como: Equipo técnico y estratégico; perros especializados en rescates y búsquedas, agua potable, alimentos y medicamentos; personal especializado en el rescate de personas; entre otros.

 

Ese día yo perdí a un amigo y colaborador de trabajo, Alejandro Bustos, a 30 años de su muerte aún mantengo un respetuoso y entrañable recuerdo de su persona.

 

Una de las grandes enseñanzas del terremoto del 85 es la solidaridad del pueblo mexicano, pueden pasar 30 años y cada uno de quienes experimentamos en carne propia este lamentable suceso, nos reconocemos como activos colaboradores, pero sobre todo recordamos cómo la ciudanía se volcó para ayudar a quienes habían resultado más afectados, superando incluso nuestro propios límites.

 

simon@inprincipioeratverbum.com.mx

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