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El arte del hombre

En estos días hemos sufrido en México dos fenómenos que han inundado nuestra vida y la República misma. Por un lado las diferentes tormentas tropicales se han abatido sobre el territorio nacional reinaugurado la temporada de inundaciones, promesas de obras y campañas de apoyo. Mientras que, en paralelo, hemos visto como la fiebre mundialista ha desbordado las conciencias y mentes de la gran mayoría de las personas, excepto de aquellos que somos bichos raros poco adaptados a este tipo de modas.

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Escrito en OPINIÓN el

Yo, por pertenecer a este grupo que no pone en vilo su vida por los triunfos o derrotas de la selección nacional de balompié, he sido víctima de bullying en diversas ocasiones sin que mi convicción contraria a la mercadotecnia futbolística ceda terreno. Y es por eso que el día de hoy hablaremos de esos otros deportes que no mueven tantas multitudes  en nuestro país, pero han sido reflejados por diferentes películas y realizadores.

Casi no pasa año en que el deporte inspire una o dos películas acerca de la superación de los propios límites o la que sean francamente motivacionales y hasta emocionalmente manipulativas con sus audiencias. Sin embargo de estás hay diversas películas que además de tratar los temas típicos de este subgénero cinematográfico tienen una excelente factura o incluyen algunos temas políticos o de conciencia social.

Uno de los casos más recientes de este tipo de película es la sorprendente, porque parecía que sería un tremendo bodrio y fue tanto,  Invictus (Eastwood, 2009). En esta historia se señala la relación entre apartheid, deporte (en este caso rugby) y unión nacional a través de dos personajes convergentes: el capitán  del equipo nacional Francois Pienaar (Matt Damon) y el primer presidente negro de Sudáfrica, Nelson Mandela (Morgan Freeman). Lo interesante es el discreto pero importante giro que le da Clint Eastwood transformando la lucha de la gloria personal deportiva en un factor de beneficio social y de cohesión comunitaria. Una visión que escasea en el deporte y en el cine que lo aborda.

Otro buen ejemplo de películas de deportes que trascienden los límites del subgénero lo podemos ver en la ingeniosa Bend it like Beckham (Chadha, 2002), en la cual el deporte de las patadas no es un vehículo para la celebridad plástica, sino una forma  en que la una chica de 18 años procedente de una conservadora familia Sikh intenta romper los prejuicios y eventos predestinados para ella por sus padres y las tradiciones. En esta ocasión, con humor y con un guión ligero, se plantea la responsabilidad social que tienen los deportes y sus estrellas como modelo de conducta a seguir de los millones que los admiran.

De las muchas realizadas sobre el fútbol americano creo que vale mencionar dos por diferentes razones. La primera es despiadada con el star system deportivo de nuestro vecino del norte y de todo el dinero y comercio que diluyen la esencia del deporte y su pasión. La segunda por el poder inspirador que un deporte puede tener.

Any Given Sunday (Stone, 1999), nos muestra la cara oculta de los equipos franquiciados del deporte profesional en Estados Unidos y las fuerzas que conspiran contra los deportistas y el deportivismo al interior del campo de juego. Y por si fuera poco la dirección de Oliver Stone, esta historia cuenta con la actuación de Al Pacino, James Woods, Jamie Foxx y una pasable Cameron Díaz.

La segunda película es la poco conocida Invincible (Core, 2006), en donde Mark Wahlberg encarna un white trash bartender cuyo sueño es jugar para las Águilas de Filadelfia y lograr el éxito en la NFL. En este caso, más allá de la típica historia del self made man que inunda Hollywood, me parece rescatable el deporte como un elemento que puede generar un sentimiento de orgullo y superación en aquellos que lo practican. Claro está que el hecho de que aparezca en la pantalla como coprotagonista de Wahlberg la preciosa rubia Elizabeth Banks no tiene nada que ver con mi gusto por esta película.

Ningún recuento de películas deportivas puede estar completo si no menciona una de las grandes piezas de cine de los años ochenta, una obra que se ha convertido en referente incluso para muchos que no saben que existe por su temática y su música: Chariots of Fire (Hudson, 1981). Un himno al verdadero espíritu deportivo, donde el esfuerzo, el fair play y la determinación de un grupo de atletas asistentes a la olimpiada parisina de 1924 muestran lo que es ser un verdadero deportistas superando todos los obstáculos sin que haya contratos multimillonarios de publicidad de por medio.

Finalmente cabe mencionar la excelente película protagonizada por Brad Pitt, Moneyball (Miller, 2011). La historia podría resumirse de esta forma: el deporte es una actividad creativa que ha caído dentro de los parámetros de la administración financiera pero que con imaginación e inteligencia puede ser rescatado, devolviéndole parte de su esencia y dando cabida aquellos que los estándares profesionales no toman en cuenta de forma sistémica.

El cine refleja y reinventa al ser humano y el deporte es una de las actividades más ampliamente diseminadas por todo el mundo. Esta mezcla permite que la pantalla de plata pueda producir comedias, dramas, documentales (no dejen de ver Senna –Kapadia, 2010), ficciones y reinterpretaciones del deporte. No se queda en la espectacularidad comercializante de un mundial que necesita inundarnos, ahogarnos diría yo, como si se tratase de una tormenta tropical con el puro fin de vender, ni del ego político de unos juegos olímpicos que sirven de escaparate para gobiernos y partidos políticos.

Cuando el cine nos entrega un filme de temática deportiva no estamos viendo el juego del hombre, sino el arte del hombre en acción.

¿Alguien lo duda?

eduardohiguerabonfil@gmail.com

@HigueraB