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Desigualdad por destino

Exclusión y extinción, enseña la historia, se conjugan al unísono.

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Escrito en OPINIÓN el

La desigualdad no es un efecto secundario del modelo de desarrollo imperante; es su esencia, definición y destino.

 

Visto desde su envés, el modelo de desarrollo se conceptualiza e implanta desde el privilegio por sobre la miseria y exclusión. Privilegio de unos cuantos y miseria y exclusión de la humanidad en su conjunto.

 

Este privilegio, para ser y seguirlo siendo, no puede por definición hacerse extensivo más allá del círculo cerrado de sus beneficiarios. Su univerzalización es impensable e imposible: hoy se requerirían al menos los recursos naturales de tres globos terráqueos para sostener un mundo con privilegios ecuménicos (Bauman), y bajo las expectativas en aumento, consubstanciales al modelo, sería necesario un planeta expandible al infinito.

 

Bajo esas condiciones infranqueables, el modelo fue ideado para la exclusión, la miseria y la desigualdad con coberturas universales.

 

La globalización muestra así su verdadero carácter negativo. Puede que la sabiduría del mercado sea muy sabia, según sostienen; pero mi padre decía que lo inteligente no quita lo pendejo, y el problema no es de sapiencia, sino de justicia y sobrevivencia.

 

El sustrato irracional, injusto y suicida del modelo brilla como sol. Siendo finitos los recursos naturales y limitada la capacidad de resistencia planetaria, los privilegios, en su carrera de derroche “continua, obsesiva y compulsiva”, aún siendo reservados para unos cuantos, devienen autodestructivos. En otras palabras, aunque los beneficios se concentren en una élite numéricamente minúscula, más temprano que tarde habrán de caer en una curva de menor rendimiento hasta que, agotada toda fuente de recursos, alcancemos la igualdad pérdida y la justicia ansiada en la extinción planetaria.

 

Corremos pues al vacío. El 19 de agosto del 2014 la humanidad consumió su presupuesto anual de recursos ecológicos. A partir de ese día empezamos a explotar la “Sobrecapacidad de la Tierra y a dejar nuestra huella ecológica más allá de lo que podamos regenerar de lo consumido.

 

Pero no nos confundamos, mucho antes que los límites físicos y económicos planetarios, los límites de lo humano fueron pisoteados y tirados al olvido. El primer recurso despreciado y destruido fue el hombre y con él su naturaleza social y su dignidad ontológica, es decir, su capacidad de convivencia solidaria y su derecho al mérito, a ser merecedor de sus valores, fines, felicidad y destino.

 

Bien visto, la modernidad nos trajo de regreso a las disquisiciones de Fray Bartolomé  de las Casas sobre la humanidad de los americanos, así como al sermón de Montesinos en la Española: “Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? (…) ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís?”.

 

Con el agravante que la globalización puso en la misma circunstancia de los Tainos a la humanidad entera. Para los que desconozcan la historia de los Tainos, valga decir que fueron los primeros aborígenes americanos borrados del planeta por la civilización occidental. Por eso se tuvo que repoblar gran parte del Caribe con esclavos africanos. Tras los Tainos, prácticamente siguieron todos los demás pueblos asentados primigeniamente en América.

 

Exclusión y extinción, enseña la historia, se conjugan al unísono. “La exclusión, sostiene Bauman, es, a fin de cuentas, el residuo del progreso”. De lo que malentendemos por él.

 

A fines del siglo pasado Fossaert escribió El mundo en el Siglo XXI; en él señalaba que “el predominio incontrolado de la acumulación capitalista, por medio de un mercado libre de obstáculos, conduciría a crisis económicas tan asoladoras como las del siglo XIX europeo, pero esta vez a escala de todo el mundo”. Y alertándonos de las diásporas que marcan ya a este siglo, concluía: “El mundo que adquiere forma desde 1985-1990 (escribe en 1994) es peligroso. Su resorte más esencial –la acumulación del capital- tiene una extraordinaria eficacia para producir mercancías y crisis, desigualdades y guerras”.

 

Dos siglos hace que Marx caracterizó al capital de derrochador e inicuo, la diferencia entre entonces y hoy es su escala planetaria (Bauman, nuevamente).

 

No podemos más que coincidir con Woody Allen: “La humanidad está hoy, más que en ningún otro momento anterior de la historia, en un auténtico cruce de caminos. Uno de ellos lleva a la desesperación y la desesperanza más absoluta. El otro, a la extinción total. Recemos para que tengamos la sensatez de elegir correctamente”.

 

@LUISFARIASM