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Democracia a diferentes velocidades

Hay partes del país, y no son pocos, en que las complicidades entre intereses privados y políticos están tan enraizados que la llegada del narcotráfico sólo ha servido para sumirlos más en la miseria.

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Escrito en OPINIÓN el

 

Cuando los académicos hablaban de la democratización unos años atrás, siempre parecía como si fuera un carro automático, en que un país pasara por etapas más o menos comunes desde iniciar con las elecciones competitivas (arrancando en primera) hasta consolidarse como un país moderno y plural (a toda velocidad, con el estado de derecho, transparencia y rendición de cuentas). 

 

Hoy sabemos que las democracias se parecen más bien a carros manuales, en que hay que ir, con mucho esfuerzo, cambiando velocidades poco a poco, para ir acelerando hacia una sociedad en que los ciudadanos se sienten fielmente representados y en control de su gobierno. Y en el caso mexicano, y quizá de cualquier país grande, la democracia ni siquiera se parece a un carro manual, sino más bien una autopista con muchos carros manuales, cada uno en su propia velocidad, algunos acelerando muy rápido y otros estancados o quizás hasta echándose en reversa.

 

Los eventos del último mes y medio en México traen esto a reflexión.  No creo que México vaya para atrás en cuanto a su democracia, sino muy al contrario, es un país que ha ido avanzando en derechos, acceso a información, instituciones para el estado de derecho y, sobre todo, expectativas ciudadanas, pero estos cambios se están dando de una forma muy desigual de lugar a lugar en el país.  México es una autopista con carros que no van a la misma velocidad, y si bien algunos están ya en tercera o cuarta (quizás ninguno todavía en quinta, pero muchos más avanzando que retrocediendo), otros siguen en primera, en neutral o hasta en reversa. 

 

La violencia ha sido la prueba de fuego de la democracia mexicana.  El crimen organizado ha coptado espacios de poder público y puesto en evidencia la debilidad de las instituciones de procuración de justicia.  Sin embargo, en muchos lugares del país, desde DF a Tijuana, Ciudad Juárez y Monterrey, se ha hecho frente a este reto con creatividad y fuerza ciudadana, construyendo nuevas instituciones, imperfectas sí, pero mejor que antes.  Son, sin duda, los lugares con más recursos, pero también son las ciudades grandes que crecieron al margen de los nudos de poder local, de las complicidades entre partidos e intereses económicos locales, del clientelismo más arcaico. 

 

Estas ciudades han vivido lo peor del crimen (acordémonos del DF de los noventa o Juárez, Tijuana y Monterrey en recientes años) pero han perseverado y construido algo nuevo y esperanzador. Y habría que agregar a Yucatán, un estado que está ubicado en un corredor de potencial interés del narcotráfico internacional pero que se ha mantenido estable y floreciendo económicamente, gracias a un orgullo y sentido de autogobierno local.  Y valdría la pena inclusive ver a partes de Oaxaca, que han vivido el embate dual del crimen y la pobreza, pero han tenido la fuerza de resistir y seguir adelante en parte por las fuertes raíces del autogobierno local.

 

Todas estas experiencias tienen velocidades diferentes -de la democracia plural y moderna del Distrito Federal al reconocimiento de tradiciones históricas en Oaxaca, de la sangre y rabia convertidas en soluciones en Ciudad Juárez, al derrame de recursos del sector privado en Monterrey para construir una policía estatal nueva- pero todos tienen en común que representan soluciones basadas en el contexto local de cada lugar y muestran una conciencia y una capacidad de los ciudadanos para tomar las riendas de los asuntos públicos.

 

Desafortunadamente estas condiciones no existen en todo México.  Hay partes del país, y no son pocos, en que las complicidades entre intereses privados y políticos están tan enraizados que la llegada del narcotráfico sólo ha servido para sumirlos más en la miseria y socavar las nacientes instituciones democráticas.  Guerrero es el ejemplo más evidente en estos momentos, si bien no es el único en el país.  Ahí la resistencia al autoritarismo ha sido fuerte, pero los nudos del poder son tan fuertes que es difícil de imaginar cómo se rompen sin una intervención determinada desde el centro del país para cambiar el balance y dar voz a los ciudadanos.

 

México sí está avanzando en la democracia, aún en medio de verdaderas pruebas de fuego, pero no todas las partes del país avanzan al mismo tiempo, y quizás algunas han quedado profundamente rezagadas en cuanto a la idea central de la democracia, que es el control de los ciudadanos sobre su gobierno, que requiere mucho más que simplemente las elecciones competitivas. 

 

@SeleeAndrew