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De rumberas, ficheras y superhéroes

La época de oro tiene su valor en la estética y las narrativas desarrolladas en su momento.

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Escrito en OPINIÓN el

Esta semana, durante la clase de estética y apreciación de cine que imparto, abordamos de forma somera la llamada época de oro del cine mexicano. Dentro de esta plática hablamos de muchos lugares comunes como Tin Tan, Dolores del Río, el tratamiento hipócrita que se da a los indígenas en la pantalla de aquella época, el cine de luchadores y terminamos hablando del cine de ficheras.

 

Un punto que ocupó un buen rato de la clase fue el tratar de definir qué hace que el cine producido en aquella época sea considerado como la época de oro. Por supuesto que salió a la luz el clásico argumento de que entonces entre la guerra que ocupaba a Estados Unidos y el auge industrializador de nuestro país pudimos ser una potencia en esta industria.

 

A mí me parece que pensar así en la época de oro es en realidad el reflejo de un gran trauma de autoestima nacional. Según esta forma de pensar los cineastas mexicanos fuimos importantes y grandes sólo en la medida que otros países productores de películas, entiéndase Estados Unidos, no se ocupó del mercado latinoamericano y pudimos ocupar por un par de décadas ese nicho. Tras eso todo volvió a su cauce normal y los USA volvieron a dominar el mercado y nos hicieron refugiarnos en historias que no les interesaban con narrativas audiovisuales mal realizadas.

 

La verdad es deprimente darte cuenta que este tipo de razonamiento es el que muchas veces domina en nuestro imaginario. Para mí es algo falso y nos condena a ser siempre las víctimas que no son capaces de influir en su propio destino y, por ende depender de lo que otros crean para definir nuestro arte.

 

La época de oro tiene su valor en la estética y las narrativas que desarrolló en su momento. Mucho se ha escrito sobre el nacionalismo “particular” en la pantalla grande, los planos paisajistas, la historia de los mundos prohibidos de las rumberas y mucho más. No vale la pena abundar demasiado aquí.

 

 

Sin embargo, y también fue en parte discusión en el salón de clases, en la misma semilla se encontraba la muerte y decadencia de esa época de oro. Como bien sabemos, los mexicanos tendemos a ser maniqueos en muchos aspectos de nuestras vidas y amamos u odiamos al extremo. Y esta es una de las razones por las cuales, el cine de la llamada época de oro cayó en decadencia. Incapaces de dejar de amar aquello que nos funcionó y aparentemente daba tan buena imagen hacia el exterior lo usamos una y otra vez hasta que se desgató, mutó y se degeneró en algo diferente y de mucha más baja calidad.

 

El ejemplo más claro de esto es el cine de rumberas.

 

Este nos llevaba a adentrarnos en un mundo donde la moral se volvía ambigua y cada escenario estaba lleno de espectaculares mujeres como Tongolelé, María Antonieta Pons y  Ninón Sevilla que nos incitaban al pecado y la concupiscencia (esta palabra siempre me recuerda a mis abuelos). Estas historias se narraban con una estética propia pero para desgracia del mismo terminó siendo explotado y sobreexplotado hasta terminar en la década de los años 70 en el famoso, desafortunadamente, cine de ficheras que algunos despistados tratan de reivindicar como producto cultural digno de nuestra nación.

 

 

¿Por qué le platicó todo esto? La razón está dentro de una afirmación temeraria que uno de mis chicos me hizo en medio de esa discusión “el cine que se hace hoy en México es diferente, no somos repetitivos”.

 

Es cierto que hoy en día muchos de los cineastas mexicanos han establecido pautas con lato grado de originalidad a la hora de realizar sus obras y que tenemos películas extraordinarias, con calidad mundial y que son cercanas a nosotros. Sin embargo a nivel comercial-masivo (lo que eso quiera decir en México) volvemos a aferrarnos a las fórmulas probadas y tendemos a la repetición.

 

La gran diferencia entre los años 50, 60 y ahora es que ni siquiera las fórmulas repetidas son nuestras, sino simples imitaciones.

 

Simplemente hay que ver las película más taquilleras de los últimos años o algunos de los lanzamientos más sonados (No se Aceptan Devoluciones (Derbez, 2013), Nosotros los Nobles (Alazraki, 2013), Cásese Quien Pueda (Constandse, 2014) y A la Mala (Ibarra, 2015)) y preguntarnos con verdadero sentido de autocrítica: ¿Son copias casi al carbón de las fórmulas hollywoodenses de comedia romántica y comedia de situación o son altamente propositivas y originales?

 

 

La peor parte de esto es que, continuando con este uso de fórmulas ad nausea, ya se anunció la segunda parte de Los Nobles… es decir, nos apegamos tanto a las fórmulas que también queremos generar franquicias en lugar de explorar nuevos escenarios o posibilidades para generar un cine realmente original. Medramos con las fórmulas en el pasado y medramos con las formulas hoy, así de simple.

 

Y ya que hoy en día está tan de moda el cine de superhéroes lo único que falta para que aquellos que hacen cine por medio de la imitación de fórmulas es que hagamos películas superhéroes en live action con temática de luchadores, al fin que ese género lo inventamos nosotros y “casi” no está desgastado.  

 

Quizá Joss Whedon se interese.

 

Final cut: Ni Matrix nos salva…

Siempre que  abordo este tema del abuso e imitación de las fórmulas en el cine de México me acuerdo que parte de la promoción realizada para Matando Cabos (Lozano, 2004) giraba alrededor de que Dalton y Kristoff (no saben cómo me duele tener que meter esos nombres en mi columna) presumían que para la secuencia de persecución de coches en el estadio Azteca habían contratado al coordinador que había realizado el mismo tipo de escenas en la trilogía Matrix… y se nota, casi no hay ni un plano que no sea tomado de otras películas de acción y espías… muy original.

 

eduardohiguerabonfil@gmail.com