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De compradores compulsivos y cosas peores

Las compras compulsivas reflejan nuestra falta de carácter.

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Escrito en OPINIÓN el

Uno de los temas torales en nuestra vida –y pienso que de cualquier sana sociedad que se precie de serlo–, es la buena administración de las llamadas finanzas personales, ya que tarde que temprano, no importa cuál sea nuestra actividad laboral, todo mundo deberá enfrentarse a la necesidad del manejo de los recursos financieros, y toma mayor relevancia cuando se trata de la dirección de nuestros recursos particulares.

 

Lamentablemente ésta no es una materia que se brinde en la educación básica de nuestros sistemas educativos, aunque bien podría serlo, ya que repercute de forma drástica en todos los niveles y áreas de nuestra vida, así como en las relaciones humanas del día a día al adquirir bienes, alimentos, ropa, invertir ahorros, o al pagar servicios como agua, luz, gas, o qué me dicen sobre la decisión tan trascendental, porque lo es, como la de adquirir una tarjeta de crédito o comprar o no un artículo, aunque si la compra de estos artículos es de manera habitual, bien podríamos estar frente a un caso de “comprador compulsivo”.

 

Y es que la sociedad mexicana en su conjunto, se enfrenta a una grave situación financiera, por lo que si no aprendemos a mantener un control adecuado de nuestras finanzas, el suceso podría derivar muy pronto en que nuestro país se enfrente a una deplorable salud financiera y por lógica se vea reflejado en nuestro bolsillo, con récords sin precedentes de déficit presupuestarios y bancos en quiebra, escenarios como los que se viven en Grecia y que no nos son nada distantes.

 

En un mundo donde las economías son más mundiales que locales, y muestra de ello es el caso griego, que pese a que el flujo de efectivo de aquel país representa menos del 2% de la economía de la eurozona y menos del 0.3% de la economía global, la crisis en el país helénico provocó que a finales de julio los mercados accionarios mundiales se cimbraran.

 

Las bolsas de España, Italia, EU, México y Brasil fueron de las más castigadas; registraron pérdidas entre 1 y 2% ante el temor de la insolvencia del gobierno griego, lo que estimula una probable recesión en la eurozona, provocando que empresas europeas con sucursales fuera de Europa apoyen a sus matrices, por lo que tanto la inversión como reinversión de capital europeo se frenaría en dichos países: de ahí el cisma en las bolsas de valores.

 

Las estadísticas de quiebras financieras muestran claramente que este declive es un hecho, éstas no revelan ciclos, sino, más bien, una alarmante baja constante y no muestran conexión con la inflación, el desempleo, la recesión ni ninguna otra tendencia nacional, a excepción del aumento de las deudas personales.

 

Trasladándonos a 1929 y tomando como ejemplo a los Estados Unidos –la llamada “superpotencia” económica mundial–, que actualmente es la nación más endeudada del orbe, se sabe que para ese año de “la gran crisis” únicamente 2% de las viviendas de los americanos estaban hipotecadas, y que para 1962 sólo 2% no lo estaban.

 

Las cifras actuales son más alarmantes, simplemente en nuestro país 80% de la población económicamente activa está comprometida con una línea de crédito. No debemos engañarnos creyendo que estos problemas sólo los enfrentan las grandes compañías, los países “irresponsables” o los buenos para nada. Al contrario, son las típicas familias con uno o dos niños, una mascota y con rutinas cotidianas e incluso profesionistas con trabajos estables quienes lamentablemente perdieron el control de la situación cayendo en compras compulsivas, o bien, suponen que la tarjeta de crédito “es dinero extra” sobre su sueldo, ¡craso error!

 

Como sociedad hemos olvidado cómo demorar las satisfacciones. Vivimos en una época en la que todo se hace al momento, como las comidas rápidas “cocinadas” en el horno de microondas, ya que con tan sólo desear algo lo queremos tener al instante, y desgraciadamente aniquilamos nuestras finanzas dejándonos llevar por el consumismo que los medios de comunicación ejercen sobre el público con la finalidad de elevar la bien nombrada “materialitis” de la que esta generación es presa.

 

No importa cuánto dinero tengamos, todos podemos –debemos– aprender a administrarlo mejor, ahorrando con la finalidad de fijarnos metas a corto, mediano y largo plazo, y así acceder a un mejor nivel de vida de manera planificada y consumiendo de forma reflexiva… y no emocional.

 

Si nos administramos lo mejor posible, seremos conscientes de cómo gastamos nuestro dinero y podremos sacar un mejor provecho de él con tan sólo pequeños ajustes, evitando el gasto hormiga por ejemplo; o la sobre adquisición de alimentos que al final de la semana seremos incapaces de consumir, y que se traduce en fugas de dinero.

 

Las compras compulsivas reflejan nuestra falta de carácter; nuestra incapacidad de jerarquización de las cosas verdaderamente esenciales a las irrelevantes para vivir; a nuestra nula aceptación de nuestra situación financiera.

 

El ser compulsivos en nuestra manera de adquirir bienes materiales para nosotros o bien para nuestros seres queridos ponen en riesgo nuestras finanzas, porque sólo refleja nuestra incapacidad personal de nunca “decirnos no”.

 

Pienso que antes de exigir al gobierno y funcionarios públicos vigentes responsabilidad en el manejo de los recursos monetarios, debemos corregir nuestras propias fallas y sanear nuestras finanzas personales, ya que el deterioro del Estado es únicamente el reflejo de una sociedad que actúa en detrimento de todo el sistema nacional.

 

Por tradición, las fechas navideñas son ocasión para comprar y regalar, sin embargo, antes de salir corriendo a gastar el mucho o poco dinero que tengamos, pensemos que el tener dinero sin gastar nunca nos afectará.

 

Al final del día, nuestro comportamiento de consumo debe primero cubrir nuestras “necesidades” y luego nuestros “deseos”. El vivir por debajo de nuestros ingresos, siempre nos mantendrá a flote ante cualquier turbulencia financiera.

 

@plumavertical