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Cuando el futuro nos aplastó

Desde hace más o menos dos siglos existe en occidente una narrativa que nos muestra los contrastes en la lucha constante del ser humano por comprender y dominar su entorno y las circunstancias que lo rodean. Dependiendo de la voz que aborde esta saga podemos encontrar dos vertientes básicas: la lucha por arrancar con sacrificio y esfuerzo pedazos reales de conocimiento a la naturaleza, y de paso salvar el día o el planeta, y su contraria que narra la continua degradación ecológica y social que deriva del alejamiento del humano de los límites morales y la búsqueda del conocimiento por el conocimiento mismo.

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Escrito en OPINIÓN el

Curiosamente en estas fechas se juntaron dos eventos que pueden ser buenos ejemplos de ambas posiciones. Por un lado hoy se celebra el día mundial de internet, símbolo del poder que la tecnología tiene para lograr acercarnos al conocimiento, y por el otro se estrena una película a nivel nacional donde se muestra el gran horror que la ciencia mal comprendida o su utilización sin escrúpulos podría producir: Godzilla.

Originado en el Japón de posguerra Gojira, nombre original, es un monstruo producido por la era atómica y es heredero de una tradición de terror tecnológico que podemos rastrear hasta Frankenstein o el Moderno Prometeo, de Mary Shelley. Así como en el pasado lo terrorífico se nutría de una noción del mal puro, de  la magia, las maldiciones, del uso inescrupuloso del nombre de Dios o cualquier otra situación rayando con lo divino y paranormal, Godzilla es en muchos sentidos la suma de muchos de los miedos tecnológicos  que nos aquejan desde la revolución industrial y en especial desde el inicio mortal de la era atómica.

La lista de filmes dedicados a explorar de una u otra forma el miedo a la guerra atómica es muy extensa, pero aquí mencionaremos dos que son favoritos personales. En primer lugar la sarcástica y terriblemente despiadada, con la gente que defendía la “disuasión nuclear”, podemos ver  Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (Kubrick, 1964), realización tan estrambótica como el mismo título que eligieron para ella. En segundo lugar es ideal para entender este miedo desde el punto de vista del único pueblo que ha sufrido un ataque nuclear, sublimado por la visión del cineasta, es necesario ver Hachi-gatsu no kyôshikyoku (Rapsodia en Agosto, en español) (Kurosawa, 1991).

El cine abunda en estos terrores producidos, al menos dentro de la pantalla, por la estupidez humana y su soberbia científica y no se detiene en el uso de la energía producida por los átomos.

Así podemos ver en 28 Days Later (Boyle, 200) versiones de zombies o no muertos asesinos producidos por una ciencia sin escrúpulos y un grupo de bienintencionados activistas en favor de los derechos animales que no tiene ni idea de lo que destan. Otro terror tecnológico recurrente es la guerra descontrolada, aunque me cuesta pensar una guerra que no lo sea de verdad.

En este rubro podemos hablar de la hermosa y trascendental película francesa La Jetée (Marker, 1962), donde la ciencia juega un papel central en el fin del mundo por medio de la guerra atómica, pero al mismo tiempo presenta una posible y fantástica solución con un viaje en el tiempo. Esa misma película generó un remake bastante decente décadas después, cuando Terry Gilliam dirigió en 1995 a Bruce Willis y Brad Pitt en su propia versión de la historia, titulada Twelve Monkeys. Aunque se debe señalar que en esta versión el terror de las explosiones nucleares fue sustituido por  la ingeniería genética y las armas invisibles que produce.

Y la tecnología digital, sea la red o una IA, no se queda atrás. En este día internacional de  internet podemos ver que los creadores audiovisuales también han puesto su mira en éste avance para transformarlo en la herramienta de monstruos humanos o volverla un Leviatán por derecho propio.

La primera película comercial exitosa que tocó este tema, sumado al miedo a la bomba atómica, fue War Games (Badham, 1983) en la cual la computadora súper inteligente a cargo de la defensa de USA logra ver, gracias a un hacker adolescente, que una guerra nuclear es un problema irresoluble. Con una premisa muy cercana y una resultado completamente diverso  se inicia la Franquicia de The Terminator (Cameron, 1984), aquí el villano es skynet, otra súper inteligencia artificial,  que toma el control de las armas de destrucción masiva del vecino del norte para deshacerse de los molestos humanos.

La más famosa dentro de este tipo de películas de terror tecnológico es la revolucionaria, en su tiempo, The Matrix (Wachowski y Wachowski, 1999), dónde se ve un enfrentamiento entre lo metafísico, las percepciones y la tecnología de la realidad virtual.

Sin embrago, parece ser que a pesar de todas estas pesadillas y muchas más (reuscitados, desastres cósmico provocados por experimentos, genética manipulativa, discriminación producidas por la industria de los humanos perfectos, guerras de todo tipo), el mensaje del cine y sus creadores no llega a profundizar realmente en la conciencia de las personas de nuestro tiempo.

Quizá ocurre que al verlo en una pantalla le quitamos todo significado de terror real o creemos que sólo son fantasías, un poco como los cuentos de hadas. O quizá es que de tanto ver las posibilidades del apocalipsis cinematográfico no podemos creer que existan peligros reales hacia nosotros, mientras no haya una toma de closeup y música retumbante y rítmica a nuestro alrededor.

El día de internet y el estreno de Godzilla son, como ya dije, buenos puntos de partida para nuestra reflexión acerca de aquello que el arte nos muestra e intenta informarnos. No se trata de emitir un juicio maniqueo sobre el bien o el mal de la ciencia y la tecnología, sino crear conciencia sobre lo que nuestra sociedad hace y así evitar  que las películas del futuro tengan un nuevo género de terror, en el que se muestre que fuimos tan obtusos que terminamos aplastados por las consecuencias de nuestro propio avance y conocimiento.

eduardohiguerabonfil@gmail.com

@HigueraB