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Confiar en los demás

No nos damos cuenta que nuestra desconfianza tiene consecuencias nefastas para nuestro país.

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Escrito en OPINIÓN el

En estos días tuve la oportunidad de visitar México (por trabajo) y como siempre que regreso a mi país, me sirve el viaje para entender todavía más las enormes y profundas diferencias y similitudes que tenemos con los Estados Unidos. Digo diferencias y similitudes por que las hay de los dos tipos, y en cada ocasión se aprende algo nuevo. En este viaje me sucedieron algunas cosas que provocaron la reflexión y que quiero compartir en esta colaboración. Y me referiré de modo prioritario a la confianza.

 

En México no tenemos confianza en nuestros compatriotas, colegas, conciudadanos, socios, clientes, o lo que sea. Nuestra cultura parte esencialmente de la desconfianza y por naturaleza cultural, no nos creemos lo que dice el otro porque quizá está mintiendo; o bien, no queremos parecer “tontos” o “ingenuos” y por ende, preferimos mejor tener una actitud sospechosa y suspicaz cuando se trata de creer en lo que dice el otro. Pondré algunos ejemplos.

 

El primero de ellos sucedió hace algunos años, cuando recién me había mudado a los Estados Unidos y acudía al supermercado a comprar mercancías y comida. Las primeras veces me olvidé de llevar una bolsa apropiada y noté que muchas personas utilizaban la suya propia para cargar los productos, para después pagarlos en la caja. Yo me pregunté qué pasaría si en México hiciéramos eso.

 

La respuesta me parece que sería la siguiente: alguien nos acusaría de estar robando la mercancía. ¿Por qué? Porque no creemos en los demás, ni confiamos en sus buenas intenciones. Preferimos ser escépticos, quizá por precaución, o quizá porque ya nos hayan robado antes de esta manera. Es un ciclo sin fin: La desconfianza se genera en la deshonestidad, y así sucesivamente.

 

Leí en la prensa mexicana el caso de una mediana empresa cuya cuenta bancaria fue cancelada impunemente por el banco. Y la reflexión final giraba en torno a la dificultad que enfrentan las empresas para hacer negocios y ser productivos en México, cuando todo el sistema está basado en la desconfianza: un cliente que no va a pagar, un proveedor que no cumplirá sus tiempos de entrega, un banco que prefiere no dar crédito y arriesgarse, etcétera.

 

Todo nuestro sistema político por igual: Las elecciones, los institutos electorales y los tribunales electorales, todo ello basado en la profunda desconfianza que los mexicanos nos tenemos unos por otros. Pareciera que el mantra es: quien te puede dañar, lo hará; mejor ser precavido y desconfiado que ingenuo. Como dije antes, es un ciclo sin fin.

 

Pero no nos damos cuenta que nuestra desconfianza –basada la actitud ventajosa y deshonesta de algunos– tiene consecuencias nefastas para nuestro país. En primer lugar nadie puede hacer negocios de esa forma. No hay certidumbre, ni estabilidad. Los tratos con los clientes no tienen ningún tipo de seguridad y como ya hemos dicho antes, todos en México diríamos que sí (para no tener que decir que no) y jamás cumpliríamos nuestra palabra.

 

¿Qué clase de sociedad económica puede funcionar de ese modo? Y las consecuencias políticas, ni se diga. Gastamos miles de millones de pesos al año en organizar elecciones y luego en juzgarlas, y después en impugnarlas y volverlas a llevar a cabo (al fin de cuentas es dinero público, pensarán algunos) y no tenemos un sistema que sea confiable.

 

Siempre se pone en duda la transparencia, neutralidad y veracidad de nuestras elecciones: somos desconfiados. Y la terca realidad demuestra que en muchas ocasiones nuestra desconfianza está basada correctamente y hay ventaja mal habida de parte de algunos.

 

Pero nada de esto nos construye y edifica como sociedad. Al contrario, nos destruye. Esta situación de desconfianza perpetua solamente nos previene de tener un estado de derecho firme y consolidado, que parta de la buena fe de todos. Nos previene de tener un sistema de justicia que realmente parta de la presunción de inocencia para que las personas tengan un juicio justo y jueces imparciales, sin la sombra de la desconfianza. Nos previene de que las leyes se cumplan a cabalidad y sin restricciones, y que las normas vigentes sean las que nos regulan y nos contienen. Nos previene de tener un sistema de certidumbre para hacer negocios o para invertir, o sencillamente para que nuestra calidad de vida sea mayor.

 

Luego entonces, uno de los daños más grandes que México se inflige a sí mismo diariamente es esto: la desconfianza y la ventaja deshonesta. Y lo digo, porque esta es precisamente una de las grandes diferencias que tenemos con Estados Unidos. Vale la pena analizarlo a profundidad y preguntarnos qué estamos haciendo nosotros mismos –cada uno– para contribuir a que en México podamos confiar unos en otros.

 

@fedeling