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Chespirito: Termina una era

Nos puede gustar o no el legado mediático de Gómez Bolaños, pero no podemos negar que su deceso ha marcado un final, el de la era de la inocencia y la esperanza televisiva.

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Escrito en OPINIÓN el

Hubo un momento en la historia de la televisión mexicana que las producciones se realizaban más por amor al oficio y por tozuda necedad que por  satisfacer ratings o tratar de establecer historias “novedosas” y “especiales”. De esos años surgió poco a poco un nombre que terminó marcando una era en la pantalla chica de México y gran parte de Latinoamérica: Chespirito.

 

La larga y productiva carrera de Roberto Gómez Bolaños pasó por muchos ámbitos creativos. Fue director, escritor, guionista, actor de comedia y abarcó cine, televisión, libros y escenarios teatrales. En esa época donde la televisión tenía pocos recursos y mucho oficio, él se dedicó a crear personajes entrañables para varias generaciones: el Chavo, los caquitos, los loquitos y el doctor Chapatín, entre decenas más.

 

Pero en realidad no lo recordaremos por la cantidad de creaciones o de producciones, los años que sus distintos programas estuvieron transmitiéndose y siendo repetidos, el número de países que conocen a sus personajes y que aún hoy en día lo quieren y consideran un representante del México popular. No, a Chespirito lo recordaremos, en especial aquellos que fuimos niños en la década de los ochenta, como una emoción y una idea.

 

 

En mi caso particular el personaje que más me divertía y encarnaba estos dos aspectos era aquel que tenía la fuerza de un ratón y era más noble que una lechuga, el súper héroe originario de México, el de las pastillas de chiquitolina y el chipote chillón: el chapulín colorado.

 

Y es que este personaje, al menos para mí, identifica a muchos de los mexicanos que trabajamos y vivimos el día a día. Valiente pero no temerario, noble sin ser tonto, lleno de recursos pero capaz de caer en la trampa de su propia ingenuidad y sobre todo entregado y dispuesto a hacer el bien sin mirar a quién.

 

Era por el Chapulín que me sentaba a ver la televisión, me emocionaban sus chascarrillos y comedia física salpicada de pésimos efectos especiales en los que el Chapulín se hacía diminuto y atacaba a sus contrincantes con lápices gigantes (comparativamente) que eran de vil unicel y no lo ocultaban. 

 

Chespirito y su héroe sin musculatura propia de Supermanes y Vengadores encarnaban además el espíritu, la idea para ser más precisos, de una época donde todos podíamos crecer y ser especiales o mejores, dónde todo era posible a pesar de la falta de recursos dentro y fuera de la televisión. Los mexicanos nos veíamos capaces de muchas cosas sin importar cuál era el reto o nuestras circunstancias.

 

 

Nos puede gustar o no el legado mediático de Gómez Bolaños, pero no podemos negar que su deceso ha marcado un final, el de la era de la inocencia y la esperanza televisiva que sus personajes nos mostraban semanalmente, su fallecimiento solo lo corrobora.

 

Dejemos a un lado los análisis sesudos sobre los contenidos y estereotipos socioeconómicos que presentaban sus personajes y mundos imaginarios, olvidemos el sentimiento edulcorante que muchas veces trasmitía y recordemos a Chespirito retomando su emoción de vivir y trabajar sin importar los obstáculos y recuperemos esa idea de inocente autoconfianza que tanta falta hacen en estos días aciagos.

 

Otro pionero de los medios se adelanta en el camino y creo que en esta ocasión lo mejor sería aceptar que con su muerte la era de la televisión mexicana inocente y blanca se ha terminado definitivamente, a la vez que recuperamos sus mejores aspectos y su visión de lo que antes sabíamos de nosotros: todos podemos ser un superhéroe capaz de desfacer entuertos sin importar la falta de recursos.

 

Descansa en paz Chapulín, te extrañaremos.

 

eduardohiguerabonfil@gmail.com

@HigueraB