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Brasil: No todo lo que brilla es el oro olímpico

La abundancia y cobertura mediática en torno a las Olimpiadas no reflejan la diversidad y complejidad de lo que es Brasil en su conjunto.

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Escrito en OPINIÓN el

Con la inauguración de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en días pasados, los ojos del mundo han estado enfocados en Brasil. En 2009, la candidatura de la ciudad carioca logró imponerse a Chicago, Madrid y Tokio, las otras competidoras para albergar las Olimpiadas. Desde entonces, el país suramericano ha estado de júbilo, no sólo porque sería la sede de los Juegos Olímpicos en 2016, sino porque con su triunfo sería la primera vez que se organizaban en una ciudad del sur de América Latina.

 

Vale la pena recordar que Brasil es miembro del grupo del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y del G-5 (Brasil, China, India, México y Sudáfrica), ambas asociaciones económicas y comerciales que agrupan a las economías nacionales emergentes más importantes del mundo.

 

Según datos del Banco Mundial (BM), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), entre otros, Brasil mostró un importante desempeño en materia social y económica en los últimos años. Logró incrementar anualmente su PIB en 4.5% entre 2016 y 2010. A su vez, sacó de la pobreza a 29 millones de personas entre 2003 y 2014, disminuyó los niveles de desigualdad bajando en 11% el coeficiente de Gini para ubicarse en 0,515 y aumentó en 7.1% los ingresos del 40% de la población más pobre entre estos años. En este sentido, parecía que el gigante suramericano contaba con las credenciales para asumir la tarea organizativa de estos Juegos Olímpicos.

 

Por lo que pude ver de la inauguración de la cita olímpica y las competiciones de los subsiguientes días, la capacidad organizativa del país quedó demostrada. En muy poco tiempo, el gobierno de la ciudad y del estado de Río de Janeiro impulsaron sendas labores de infraestructura construyendo la ciudad olímpica que albergaría a las delegaciones nacionales participantes, túneles, carreteras, así como ampliando y mejorando la red de transporte público, especialmente el metro, mejorando las instalaciones del estadio Maracaná, construyendo un estadio especial para el voleibol de playa, etcétera.

 

Pero más allá de estas demostraciones de eficiencia, desempeño económico y bienestar, lo cierto es que el país atraviesa por una profunda crisis económica, social y política desde hace al menos un año, el país que ganó la candidatura en 2009 para organizar las Olimpiadas no es el mismo de ahora.

 

En el campo político, las disputas han llevado a la destitución de la presidente Rousseff y la aprobación por parte del Senado de un juicio en su contra. Su vicepresidente, Michel Temer, asumió como presidente interino y una de sus primeras decisiones que generó polémica fue la designación de un gabinete de gobierno conformado exclusivamente por hombres blancos, reavivando la discusión sobre las inequidades de género y el racismo en el país.

 

Basta ver el despliegue de recursos invertidos por el gobierno en la jornada inaugural de los Juegos Olímpicos y los registros fotográficos realizados desde las favelas aledañas al Maracaná, para saber que Brasil, al igual que toda la región Latinoamericana, sigue inmersa en el laberinto de la pobreza, el desempleo y la desigualdad: más de 12,000 personas quedaron sin hogar por la construcción de las nuevas instalaciones, los datos de BM y BID demuestran que desde que desde 2015 hay un estancamiento en los esfuerzos por reducir la pobreza y las brechas de la desigualdad, más de 12 millones de brasileños se encuentran en situación de desempleo, etcétera. En este sentido, la abundancia y la cobertura mediática que ha girado en torno a las Olimpiadas no reflejan la diversidad y complejidad de lo que es Brasil en su conjunto.

 

A esto se suma el descontento de la población en general, que se ha hecho evidente en los intentos por apagar la llama olímpica mientras recorría la ciudad carioca, las manifestaciones contra el gobierno de Temer en las calles y los recintos deportivos, lo cual ha llevado a los cuerpos de estatal a aplacar cualquier tipo de manifestación que empañe el desarrollo “armónico” de la cita deportiva.

 

En las últimas semanas ha quedado en evidencia que Brasil es un país complejo en el que se viven dos realidades opuestas una de la otra: por el lado de la opulencia y el bienestar para unos, tenemos un país donde empresarios y gobierno han invertido enormes recursos para realizar las Olimpiadas donde, junto a las delegaciones nacionales, son participantes protagónicos del evento; por el otro, el país de las grandes problemáticas sociales y económicas –desempleo, delincuencia, pobreza, desigualdad–, aquel que debe conformarse, a lo sumo, con ser un espectador desde la distancia. Por esta razón, es que sostengo que en Brasil no todo lo que brilla es el oro olímpico.

 

@hhurtadog

@OpinionLSR

 

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