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Bergoglio y su “política auténticamente humana”

Es terrible la visión que Bergoglio tiene de México, hasta llegar al punto de compararlo, implícitamente, con la ciudad de Nínive.

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Escrito en OPINIÓN el

Bergoglio y su “política auténticamente humana”

 

La noche nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en estos días he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian la esperanza[1].

 

Jorge Mario Bergoglio, Papa Francisco por la iglesia católica, llegó por la primera vez en México el pasado 12 de febrero. Decidió emprender una peregrinación que lo condujo de Chiapas a Ciudad Juárez, pasando por la Ciudad de México y el estado de Michoacán. Fue evidente la naturaleza simbólica de su tránsito: la elección de los lugares de peregrinaje no fue hecha al azar, sino que constituyó, en sí mismo, un mensaje. Ya sabía lo que iba a encontrar, y lo que quería decir.

 

Se pueden tener muchas interpretaciones del viaje del Papa en México, sin embargo, más allá de los matices de naturaleza política, eclesiástica y social, se vuelve interesante discernir en su discurso su visión del México actual.

 

Hay aspectos de su mensaje que sobrepasan una perspectiva únicamente religiosa, siendo que participan de una dimensión laica y humanista, y sobre la cual vale la pena reflexionar.

 

No hay que olvidar que Jorge Mario Bergoglio es jesuita, y como tal tubo una formación cultural más amplia de lo acostumbrado para la profesión sacerdotal. En esto, se manifiesta el legado que la tradición humanista tubo y sigue teniendo sobre los  Jesuitas.

 

Una tradición que valoriza y potencia de sobremanera la dignidad del hombre, entendida en su capacidad creativa, no para dominar la naturaleza (social y natural), sino para conocerla y respetarla, en su riqueza y diversidad, con responsabilidad y amor.

 

Lo elementos sustantivos de esta tradición se encuentran en el discurso del Papa en México, todavía plenamente actuales.

 

Ahora bien, ¿quiénes son los públicos a los cuales dirige sus discursos Bergoglio? ¿A qué responde el simbolismo de su peregrinaje? Para contestar, tenemos que considerar antes que todo la visión que tiene de la cultura mexicana.

 

En su discursos a los obispos, en la Ciudad de México, Bergoglio menciona, citando a Juan Pablo II, que en México hay: “tres realidades que unas veces se encuentran y otras revelan sus diferencias complementarias, sin jamás confundirse del todo”: las de los pueblos indígenas; lo del mestizaje que se manifiesta a través del culto guadalupano; y “la moderna racionalidad de corte europeo que tanto ha querido enaltecer la independencia y la libertad”.

 

En este sentido, su viaje toca tres lugares emblemáticos de estas realidades: la Basílica de Guadalupe, Chiapas, y Ciudad Juárez.

 

En cada lugar identifica sus públicos y expresa su mensaje.

 

En la Basílica, su discurso identifica claramente el primero, lo de los obispos, piedra angular de la iglesia mexicana, dándole indicaciones muy claras sobre lo que tienen que hacer: custodiar el: “corazón de sus sacerdotes”; “ofrecer un regazo materno a los jóvenes” y: “Una mirada de singular delicadeza les pido para los pueblos indígenas, para ellos y sus fascinantes y no pocas veces masacradas culturas”.

 

En Chiapas, dirigiéndose a los pueblos indígenas menciona que: “Ustedes tienen mucho que enseñarnos, que enseñar a la humanidad. Sus pueblos… saben relacionarse armónicamente con la naturaleza, a la que respetan como fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano”. Y en otro discurso declara abiertamente que:”México tiene necesidad de sus raíces amerindias para no quedarse en un enigma irresuelto”.

 

En Ciudad Juárez, los públicos fueron las: “organizaciones de trabajadores y representantes de cámaras y gremios empresariales”, los reclusos y los inmigrantes. Todo ellos, expresión de una modernidad en profunda crisis en donde por un lado el: “engaño social cree que la seguridad y el orden solamente se logra encarcelando”, y que “las cárceles son un síntoma de cómo estamos en la sociedad, son un síntoma en muchos casos de silencios,  de omisiones que han provocado una cultura del descarte”; y, por el otro: “el tiempo que vivimos ha impuesto el paradigma de la utilidad económica como principio de las relaciones personales”, en donde: ” la mentalidad reinante pone el flujo de las personas al servicio del flujo de capitales provocando en muchos casos la explotación de los empleados como si fueran objetos para usar y tirar y descartar”.

 

Y respecto a los inmigrantes: "Son hermanos y hermanas que salen expulsados por la pobreza y la violencia, por el narcotráfico y el crimen organizado”.

 

La “cultura del descarte”, que tanto menciona  Bergoglio en muchos de sus discursos, es la que domina el panorama político, económico y social actual, y no solo en México, y contra la cual propone sus antídotos.

 

Sin embargo, ¿quiénes son los que deberían emprender el cambio tanto anhelado en la sociedad mexicana?, ¿a quién se dirige, a los políticos, a los empresarios, a los intelectuales? Definitivamente no.

 

Se dirige a los jóvenes, a los indígenas, y a las nuevas levas de la iglesia católica en México, los seminaristas y los sacerdotes.

 

Con esto se declara la magnitud de la crisis, moral, social, económica y política que Bergoglio percibe en la sociedad mexicana actual.

 

Una sociedad devastada por la “metástasis” del narcotráfico, por la violencia, por la corrupción presente en todos los niveles políticos y empresariales, y por una burocracia eclesiástica que "pierde tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías”.

 

Es terrible la visión que Bergoglio tiene de México, hasta llegar al punto de compararlo, implícitamente, con la ciudad de Nínive, una ciudad condenada a la destrucción. En la última homilía, en Ciudad Juárez, menciona: "Nínive, una gran ciudad que se estaba autodestruyendo, fruto de la opresión y la degradación, de la violencia y de la injusticia”, y que “con esa manera de tratarse, regularse, organizarse, lo único que están generando es muerte y destrucción, sufrimiento y opresión…. se han acostumbrado de tal manera a la degradación que han perdido la sensibilidad ante el dolor”.

 

Ahora bien, ¿cuáles son los antídotos que propone Bergoglio?

 

Si bien menciona la necesidad de: “un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”, así como: “oportunidades de trabajo y estudio”, realmente el acento se enfoca en los elementos humanos y personales que permiten conseguirlos.

 

En el discurso del estadio de Morelia, en Michoacán, se mencionan claramente. Michoacán, otro lugar simbólico, expresión de la degradación y del flagelo del narcotráfico en su máxima potencia, pero también de la reconstrucción y de la esperanza. Un discurso dirigido en particular a los jóvenes: “Uno de los mayores tesoros de esta tierra mexicana tiene rostro joven, son sus jóvenes… esa riqueza hay que transformarla en esperanza con el trabajo”. Para ello, se requiere valorizarse, no dejarse menoscabar, fortalecerse interiormente, en una palabra, cultivar la: “dignidad que les da el no dejarse “sobar el lomo” y ser mercadería para los bolsillos de otros”.

 

Eso es, rescate de la dignidad humana en su capacidad transformadora del hombre y de su comunidad.

 

Es decir, valentía, aprecio de uno mismo, solidez moral y, en particular: “la experiencia de sentirse familia, de sentirse comunidad y es la experiencia de poder mirar al mundo, a la cara con la frente alta…. La dignidad”. Se requiere superar la resignación, como si no se pudiere cambiar nada, en este “sistema inamovible”, ir adelante y no “permanecer caído”, una y otra vez, alzarse y luchar.

 

Hay que ser "astutos como serpientes y humildes como palomas”, para luchar contra las “ambiciones ajenas” que “marginan (los jóvenes) para usarlos”.

 

Aquí la profunda lección y herencia humanista, ejercer y fortalecer los elementos éticos que fortalecen la condición humana, necesaria para construir una verdadera responsabilidad ciudadana hacia la comunidad y, de ende, hacia el poder político.

 

El respeto de uno mismo, valorizarse y reconocer su propia dignidad, sin confundirla con el vano orgullo; el sentido de responsabilidad y solidaridad para con el otro, símil y diferente;  la construcción de la comunidad, es decir del tejido social, a través del cultivo y disfrute permanente del encuentro con el otro; la sensibilidad real y sincera hacia el dolor ajeno; estos, entre muchos, son los antídotos que Bergoglio propone para la sociedad mexicana.

 

Por otra parte, si bien fue evidente la falta de posicionamiento respecto la pedofilia de los padres y su encubrimiento por las jerarquías eclesiásticas, así como una denuncia clara hacia los desaparecidos por el Estado y la criminalidad organizada, vale la pena subrayar lo positivo de su anhelo para la sociedad mexicana.

 

No se trata de abstractos planes y proyectos de políticas públicos, algo distante e incomprensible para la gente. Se trata de un cambio interno y ético antes que todo, que recuerda la tradición humanista, que enseña que quién no se sabe gobernar, menos podrá gobernar a los demás, es decir, una: “Política auténticamente humana”.

 

@EhrmanR

 

[1] Cita del último discurso de Jorge Bergoglio en Ciudad Juárez.