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Ante la represión de los demás

La represión de Nochixtlán se veía venir cuando menos desde que Aurelio Nuño caracterizó a los docentes como criminales.

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Escrito en OPINIÓN el

Más allá de las simpatías o animadversiones que cada quien tenga con las causas y estrategias de la CNTE, difícilmente podrá rebatirse que en los últimos meses se puso en marcha una furibunda campaña mediática cuyo objetivo fue ir creando las condiciones para que la represión fuera una opción socialmente aceptable. Nochixtlán es el trágico desenlace.

 

Con tal de imponer la reforma educativa a como diera lugar, diversos grupos de poder confeccionaron y reprodujeron un discurso que estigmatizó al magisterio disidente. El fin era volcar a la sociedad en su contra. Y en buena medida lo consiguieron. Sin este preámbulo, el uso excesivo e ilegal de la fuerza pública hubiera sido reprobado por parte de amplios sectores que hoy lo aplauden y lo califican como una medida que restaura el orden.

 

Teun A. van Dijk, un teórico del Análisis Crítico del Discurso, plantea que quien es capaz de influenciar las mentes de la gente –sus conocimientos y opiniones– puede controlar indirectamente sus decisiones  y acciones. La mayor parte de nuestras creencias y formas de interpretar la realidad social las adquirimos a través de los discursos, los cuales pueden presentarse en forma de textos, noticias, conversaciones, clases, sermones y comerciales.

 

Las élites emplean su acceso preferente a los medios de comunicación masivos y a otras instituciones fabricantes de conocimiento tales como la academia, para conservar y legitimar su poder. Los discursos hegemónicos tienen la función de hacer pasar al orden social y sus desigualdades como elementos inherentes al orden natural. Para lograr el consenso, de manera sigilosa transfieren a los grupos subalternos sus valores e ideología.

 

Esto implica no sólo que mucha gente interpretará el mundo del modo en que las élites se lo pintan, sino también que inconscientemente actuará en consonancia con los deseos e intereses de los poderosos. Por eso el luchador social Malcolm X advertía que si no somos precavidos, los medios de comunicación nos harán odiar al oprimido y amar al opresor.

 

En la disputa en contra del magisterio, el discurso hegemónico dividió el campo de disputa entre un Nosotros y un Ellos. En tal dicotomía no hay cabida para matices ni puntos medios: Nosotros, que queremos que los niños aprendan y tengan futuro, que exigimos que los responsables de la enseñanza sean evaluados, que estamos hartos de los bloqueos viales y de protestas de gente incivilizada que altera la paz pública. Ellos, los maestros mediocres que no quieren ser evaluados, que niegan a nuestros hijos una educación de calidad, que quieren conservar sus privilegios, que heredan y venden sus plazas; son ellos los violentos, los que humillan públicamente a los docentes que no asisten a sus marchas. Conjugando verdades a medias con calumnias completas, se fue construyendo una representación social de los maestros como agentes perturbadores que, como tales, había que excluir de la sociedad.

 

Estas caracterizaciones son fácilmente comunicables y asimilables porque se enmarcan en el egoísmo, la piedra de toque de esta época. Cuando en el sentido común impera la ley del sálvese quien pueda, los derechos laborales son calificados como privilegios; el retiro digno tras toda una vida de trabajo es un lujo incosteable. Los sindicatos, esas organizaciones concebidas para moderar al capital, ahora pasan por mafias que deben ser eliminadas.

 

La coartada de este antagonismo consiste en eximir de toda responsabilidad al gobierno pese a que administra el presupuesto, define planes de estudio e implementa las políticas educativas. El culpable del rezago educativo del país es el docente de la sierra que tiene que caminar horas para llegar a una escuela sin piso y recibir un salario miserable a cambio de educar a niños que llegan al salón de clases con el estómago vacío.

 

Puesto que alguien tiene que pagar los platos rotos, el discurso dominante opera para que la irritación social se enfoque en los síntomas y no en las raíces del problema: El hartazgo es provocado por las marchas y los cortes viales (efectos), pero no por el saqueo al erario público ni por la decisión de convertir la docencia en una de las profesiones más inestables (causas). A muchos indigna que los maestros no estén en sus salones (efectos), pero no cuestionan las severas deficiencias técnicas de la evaluación de la que depende la permanencia en su trabajo (causas).

 

La Secretaría de Educación Pública está en manos de un político cuya trayectoria se ha desarrollado en el Olimpo burocrático, por lo que jamás ha estado en contacto con las múltiples y desgarradoras realidades del territorio nacional. Podrá desenvolverse hábilmente en eventos de alcurnia, pero carece de la formación política para resolver conflictos con movimientos sociales.

 

La represión de Nochixtlán se veía venir cuando menos desde que Aurelio Nuño caracterizó a los docentes como criminales. En el momento en que demonizó a su contraparte, la descartó como interlocutora. Cuando se cierran las vías del diálogo, la única salida del conflicto es el sometimiento de una de las partes a la voluntad de la otra. Los once muertos y el centenar de heridos son los saldos de su arrogancia e incompetencia.

 

Guiado por una soberbia tan sólo equiparable a la del autoritarismo priísta de los años sesenta, el gobierno federal pretendió apagar el fuego con gasolina. Que alguien los ponga al día y les diga que Jacobo Zabludovsky ya no es el único proveedor de información. Con Internet han surgido contrapoderes informativos que jamás se prestarían a reportar solo el pronóstico del clima al día siguiente de una masacre.

 

En las culturas autoritarias hay una tendencia a maravillarse con el poder y a venerar a las figuras que lo encarnan. Mucho más difícil será sacar al PRI de las mentes que de Los Pinos. Con qué doble rasero se mide, por ejemplo, a los empresarios que la semana pasada protestaron en el Ángel de la Independencia en contra de las leyes anticorrupción.

 

No hubo quien los calificara de revoltosos o les gritara que eran unos flojos, unos indios mugrosos que deberían ponerse a trabajar. Si acaso había policías a la redonda, era para proteger a los encorbatados, no para reprimirlos. Esa misma semana la CNTE convocó a una movilización en la que había alrededor de cinco granaderos por cada maestro. Además de macanas, los inconformes fueron embestidos por los peores prejuicios racistas y clasistas que perviven entre nosotros.

 

Tras Nochixtlán el problema reside en cómo buena parte de la sociedad ha reaccionado ante la represión de los demás. ¿Solidaridad con los docentes? Que se jodan y regresen a sus pueblos. Sus problemas no me afectan a mí, ni a mi entorno inmediato–… o al menos eso se cree.  Los otros podrán mantenerse apartados, hasta que las últimas líneas del famoso poema que Bertol Bretch jamás escribió nos alcanzan: “Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista (…) Luego vinieron por mí, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada”.

 

@EncinasN

@OpinionLSR