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Alucinaciones distorsionantes

Falsas imágenes y sonidos producidos mentalmente por los ciudadanos ocultan la realidad de crecimiento del país.

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Escrito en OPINIÓN el

De acuerdo con Oliver Sacks, las alucinaciones “se definen como las percepciones que surgen en ausencia de ninguna realidad externa: ver u oír cosas que no están presentes”. Alguien que alucina vive una experiencia sensitiva en la cual ve objetos y escucha ruidos que en realidad no existen y que, por tanto, nadie más ve a pesar de lo reales que puedan parecer.

 

El punto es que no se trata de sueños, ilusiones, fantasías, para quien padece alucinaciones las imágenes y sonidos inexistes se presentan como hechos objetivos, eventos y acciones que tienen lugar como parte de su vida cotidiana (Alucinaciones, Anagrama 2013, p. 9). 

 

Un elemento distintivo es que las alucinaciones “son involuntarias, incontrolables, y pueden poseer colores y detalles prodigiosos, o formas y transformaciones extravagantes, muy distintivas de las imágenes visuales normales”. Por estas razones, y aunque en ocasiones se les vincule a la creatividad o un tipo de conciencia especial, las personas que las padecen pueden ser estigmatizadas como dementes o locos (Idem, p. 10).

 

¿Por qué es relevante discutir el significado de las alucinaciones en el México contemporáneo? ¿Por qué tiene importancia en este México de la extrema violencia, de la inseguridad sin límite, la desigualdad creciente o de impunidad rampante? Porque esta semana descubrimos que de acuerdo a nuestro gobierno los mexicanos vivimos en un estado de alucinación colectiva: Vemos crisis económica donde las reformas han generado crecimiento; vemos conflictos de interés y corrupción donde prevalece la ética en el ejercicio del servicio público; vemos inseguridad y violencia cuando las cifras oficiales nos dicen que en realidad cada vez vivimos más seguros; vemos violaciones graves a los derechos humanos en donde hay logros y avances acumulados a lo largo de cincuenta años; vemos investigaciones deficientes sobre crímenes atroces en donde hay autoridades que investigan a fondo y con transparencia.

 

Distorsiones alucinantes, nos dicen, que nos impiden apreciar en su justa dimensión la labor justiciera, demócrata y civilizatoria del PRI-gobierno a lo largo de tantas décadas. Un México alucinado, donde las falsas imágenes y sonidos, producidos mentalmente por los ciudadanos, ocultan la realidad de cambio, crecimiento, prosperidad, honestidad, vocación democrática y seguridad que al parecer gozamos.

 

Al menos eso es lo que nos ha diagnosticado el presidente esta semana en sus entrevistas con Excélsior y El Universal. De acuerdo con el titular del Ejecutivo, el ritmo de cambios acelerados que viven México y el mundo, “ha generado enojos entre la sociedad que no necesariamente tienen sustento”. Desde esta lógica, ¿quién en su sano juicio podría seguir enojado luego de que Virgilio Andrade aclaró que no existen conflictos de interés, mucho menos corrupción? ¿Qué sustento puede tener la indignación ciudadana ante la “pulcra” y “eficiente” investigación de la PGR sobre el caso Ayotzinapa?

 

El problema, en la visión del presidente, es una sociedad que alucina y ve cosas que no existen: “Porque yo creo que hoy como la información va corriendo de manera muy rápida, a veces es información distorsionante, que parte de falsedades o de mentiras, y que llegan a generar, a veces, o a generar una percepción de verdad, cuando no es así entre la sociedad”.

 

El problema, en otras palabras, está en la sociedad que no entiende ni puede entender las acciones y logros del gobierno, la verdad objetiva, porque su visión está inevitablemente distorsionada.

 

¿Qué es lo que la sociedad mexicana en su profunda alucinación es incapaz de entender? La misión y la tarea de “un gobierno que ha buscado siempre hablar con la verdad y de decir las cosas con toda claridad de lo que podemos hacer, de los problemas que nos toca vivir, cómo los estamos enfrentando, qué decisiones tomamos ante distintos escenarios que hoy el mundo nos está planteando, y cómo esperamos actuar o cómo estamos actuando de manera responsable, para que el país mantenga su grado de estabilidad, de orden, de armonía, de poder seguir manteniendo nuestra estabilidad económica, política y social, entendiendo esta vorágine con la que hoy estamos viviendo como sociedad”. En otras palabras, por un lado la vorágine desinformativa, por otro la acción responsable de las autoridades. No molestar, hombres de gobierno trabajando. #YaCholeConTusQuejas reloaded.

 

¿Tenemos solución o estamos condenados a vivir como zombies distorsionadores de la profunda verdad gubernamental? Afortunadamente hay solución, la alucinación nacional no es incurable en palabras del propio presidente: “La sociedad, creo que gradualmente estará entendiendo de mejor manera y dándole crédito a ciertas plataformas, cuando las tengan, y descartando las que eventualmente llegan a distorsionar escenarios de la realidad”. Respiremos aliviados, siempre tendremos la medicina de la comunicación y el discurso gubernamentales para curar nuestro mal distorsionante.

 

Las entrevistas con el presidente publicadas esta semana por Excélsior y El Universal, representan una visión de la política, la democracia y el ejercicio del gobierno que parte de un profundo desprecio a los ciudadanos, reducidos a menores de edad políticamente, en sujetos incapaces de reflexionar por su cuenta asuntos públicos y distinguir la verdad de la mentira. Francamente no puedo imaginar a líderes como Barack Obama, Angela Merkel, Francois Holland, Juan Manuel Santos o de hecho a cualquier gobernante democrático, descalificar abiertamente a los ciudadanos de esa forma.

 

Algunos análisis del discurso presidencial han señalado que la comunicación gubernamental falla sistemáticamente porque en el fondo no tiene nada que decir. Hay algo de cierto en esto, pero me parece que el problema más grave es que dice cosas equivocadas, que los principios políticos del proyecto de gobierno expresadas en el discurso oficial, su cinismo y desprecio por el debate público, son incompatibles con un sentido mínimo de vocación democrática.  

 

@ja_leclercq

@OpinionLSR