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Crónica: La noche más oscura para los demócratas en México

Un día como hoy, pero de hace 27 años, se derrumbaba el Muro de Berlín; hoy el mundo amanece con alguien que quiere construir otro

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Las copas de vino se entregaban una a una -como escena de prosperidad, alegría y esperanza en carnaval tropical de sudamérica- en el University Club de la Ciudad de México, donde anoche se congregó parte de la comunidad estadunidense de negocios que reside en este país, mayoría demócrata. Vino, tequila, whiskey, hamburguesas, alitas, hot dogs. Ramilletes de un festín previo al festejo que muchos creyeron inminente.

 

Eran las 7:00 pm cuando me encontraba sobre mi cálida cama siguiendo Telemundo, Milenio, Foro TV –como desde hacía horas en mi escritorio- con el fin de estar atenta a la jornada electoral y reflexionar sobre un texto que escribiría al otro día acerca del poder latino, la movilización, las causas y la quizás engañosa idea de que Hillary era votar “por el bien”.  El fenómeno de las masas organizadas, las minuciosas campañas de invitación al voto contra Trump (el mal), la comunidad dormida que despertaba en Estados Unidos para empoderarse me pareció motivo suficiente de estudio y análisis horas posteriori a que todo se definiera “oficialmente”.

 

 

Entonces recibí una llamada de una amiga de la infancia, que ahora es actriz, y que mantiene cierto apego con la comunidad estadounidense en México. Me invitó de pronto a vernos en el University Club, en Reforma 150, aquí en la capital chilanga, donde habría “drinks” y demás atavíos “para pasar esta noche histórica”.

 

Tras pensarlo dos minutos decidí estar ahí porque quería registrar de alguna manera el ánimo gabacho en la jornada histórica por dos posibles vías: la primera mujer en llegar a la presidencia de Estados Unidos; o el primer idiota abiertamente racista en tomar el poder de ese país.

 

“Va, los votos van abajo, pero siempre es así, de este a oeste”, decía un asistente en el salón de esa casona inmensa porfiriana donde el glamour, la elegancia, pero sobre todo el regocijo del triunfo anticipado se respiraba en cada palabrería, movimiento, gesto de confianza. “Venimos de blanco por Hillary, la futura ganadora”, decía sin parar de sonreír una mujer de ojos claros ataviada toda de los tonos que dictaban su mirada.

 

 

Trump 24, Hillary 3, el conteo a esas horas. “Es cuestión de tiempo y de que cierren estados importantes”, decía el vecino de la mesa mientras alzaba su copa de vino. Trump 68 Hillary 48, avanzaba la jornada. Una sonrisa discreta y jalada nada más de un lado vestía el rostro del mismo compañero de al lado.

 

Trump 138, Hillary 102, “de 270 necesarios” dictaban las pantallas enormes dispuestas en varios salones del Club University, mientras el silencio empezaba a hacerse más presente no sólo en la sonoridad del recinto, sino en los párpados, gesticulaciones y movimientos de los presentes. Un piano empezó a tocar Für Elise, esa balatela de Beethoven. La plática de mi amiga y sus novedades de andares cotidianos por la vida empezó a disminuirse como quien corría a paso apretado y después de un rato ya no puede ni andar.

 

El club se empezó a vaciar poco a poco. 58% de probabilidades para el magnate, decía el periodista en CNN. La balatela Für Elisa tiene tonos simples, su complejidad reside en la fastuosa yuxtaposición de sus acordes do mi la si, y sus sostenidos que ensanchan la gravedad de los acentos. Me sentía como esa escena cuando el Titanic se va hundiendo y los músicos esperanzados no dejan de tocar.

 

Falta California, falta Nevada, oía decir al fondo; una frase que provenía de una boca desconocida. De frente veía cómo una a una las mujeres con su chal bordado, bolsas de diseño y peinados de fiesta se iban yendo al lado de sus parejas y amigos mediogringos sin mediar palabra.

 

Los salones se vaciaban como estadio de futbol ante la inminente derrota, minutos antes de que el marcador escriba por sí solo la historia final.

 

 

Ante un pasto pisoteado y después vacío, ante un salón majestuoso después triste, se daba a conocer en una esquina de la Ciudad de México, Reforma y Lucerna, que ni la esperanza ni la movilización ni la razón ni la campaña del bien y el mal ni el conocimiento de la historia fue suficiente. Que no habría textos que escribir al otro día sobre el poder del voto latino, la organización social, ese remillete de fenómenos digno de estudio que explicarían el ascenso de la primera mujer a la presidencia de Estados Unidos.

 

Las anotaciones sobre los grupos comunitarios que se formaron en varias ciudades latinas, el porcentaje de participación que representaban, el significado de confiar en una candidata –que para muchos no era la ideal- a quien debían exigir cumpliera sus promesas quedaron en las páginas traseras de un cuaderno que no se va a usar.

Es como si el resultado de una generación educada durante décadas en centrarse en su poder adquisitivo, más que en su potencial intelectual y cultural, se hubiera expresado para hacernos reflexionar. “Hay que esperar que esto sea lo peor que le pueda ocurrir a esta generación”, me dijo un amigo por la madrugada en franca cavilación positiva del caos.

 

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Mi hermano, ciudadano americano que vive en Arizona y casado con una mujer irregular en temas migratorios, se fue a dormir abrazado de ella antes de ver los resultados finales, con la esperanza de que la pesadilla acabara al despertar.

 

Pero es curioso que las pesadillas empiecen al despertar. Hoy abro los ojos de un sobresalto, tengo las piernas enroscadas hacia mí en posición caracolea. Veo las noticias, veo los tuits, veo las redes llenas de mensajes amorfos. Llenitos de esas estructuras que pueden adoptar los materiales de patrón regular y repetitivo de átomos o iones formado de estructuras tridimensionales periódicas. Hace frío, más que nunca en los últimos días. Una crisálida gélida, esa fase intermedia y larvaria antes de que pase algo. La verdadera pesadilla está al despertar.

 

 

Como dijo Cortázar, probablemente de todos nuestros sentimientos el único que no es verdaderamente nuestro es la esperanza. La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose.  18% del voto latino a Trump;  millones de ciudadanos procedentes de otros países no fueron suficientes.

 

Un día como hoy, 9 de noviembre, pero de hace 27 años se derrumbaba el Muro de Berlín. Hoy amanecemos con ciudadanos que votaron por alguien que quiere construir otro; aquel era de 45 kilómetros, este sería de 3 mil 185. 

 

No todo puede ser tan malo con estos resultados. No todo puede ser tan malo si el que dirigirá la nación económicamente más influyente del mundo –que aparte lo hará con el apoyo de los republicanos en el congreso- piensa que el odio, la división y la discriminación deberían hacerse símbolo para estamparse en una bandera. No todo puede ser tan malo si el reflejo de la nación más poderosa del mundo escupe náuseas de una decisión basada un principio fácil de describir: el alejado de la paz, la igualdad y solidaridad.

 

No todo puede ser tan malo si dentro de este caos podemos reflexionar acerca de lo que quiso esa generación, y los abismos culturales que esas decisiones expresan. Es hora de tirar varias teorías, para empezar otras. Como decía Benedetti, cuando crees que tienes todas las respuestas, el universo te cambia todas las preguntas.

 

 ape