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“Me secuestraron por estar en el lugar equivocado"

Plagiado en Nuevo León, Héctor relata su secuestro junto a otras cinco personas por un grupo armado mientras viajaban por el desierto rumbo a Monterrey

Escrito en ESTADOS el

Monterrey (La Silla Rota).- El sol caía a plomo, los 44 grados de temperatura no hacían mella en el cuerpo de Héctor Gerardo, quien en medio de la serranía en un paraje semidesértico, entre mezquites, veía pasar por su mente  toda su vida; sus padres, sus abuelos, su mujer, sus hijos se proyectaban como película.

 “En ese momento lo único que lamenté es haber sido secuestrado por estar en el lugar y con la gente equivocada”.

 Ahora tras horas del plagio sabía que iba a morir, esperaba el balazo, el destino de su cuerpo a una fosa o desaparecido en un tambo con ácido. Junto a Héctor, otras cinco personas temblaban de espaldas a sus captores, según ellos mismos del Cártel del Golfo. 

“Qué nos van a hacer?, ¿ Nos van a matar? Nos van a matar”, exclamaba Ricardo, experto en el manejo de programas computacionales, sollozaba.

 -¿Quién es Ramiro, quién es Alberto; uno es tu hermano y el otro tu sobrino? ¿Dónde están?, ¿Dónde viven?, interrogaba un hombre, quien al parecer era el jefe de unos ocho  hombres armados, a Idalia, otra de las personas plagiadas. 

-Si lo son, mi hermano y sobrino, pero no tengo relación con ellos, casi no los veo, no sé donde estén, estoy alejada, contestaba la mujer, activo importante de un partido político nuevoleonés.

 Desde muy temprano, casi amaneciendo Héctor había salido de Monterrey  con Idalia, quien lo había invitado para realizar una jornada partidista, en su vehículo iba otra mujer, Ana María. En otro auto, tres hombres y otra mujer – Rosalío, Martín, Eduardo y Liliana- , ambos autos formaban el convoy.

 Concluido el evento al filo de las 12:00 horas,  el regreso a Monterrey y los planes de comer en un restaurante de la región fueron truncados. 

“Manejaba el vehículo y no habían transcurrido tres kilómetros al salir del pueblo cuando una camioneta  pick up doble cabina que salió de la nada se atravesó en los dos sentidos del camino. De pronto bajó un hombre, abrió mi puerta y dijo: ‘Bájate hijo de tu chingada madre, te va a llevar la chingada’. Me apuntaba con lo que creí era una metralleta. Por el lado del copiloto, otro hombre hizo lo mismo con Idalia y Ana María”, recuerda Héctor Gerardo.

 “Luego nos subieron a los tres a la cabina de la camioneta, esperamos unos segundos y no arrancaban, por la radio que utilizaban comunicaban que habían agarrado a cuatro más que viajaban en otro coche. Fueron subido a la pick up y amontonados los siete, arrancaron”. “Al parecer ellos no eran el objetivo, pero al ver que nos levantaron y que venían detrás también fueron secuestrados”, explica.

 “Avanzamos kilómetros, muchos, no sé cuántos y entramos a una brecha, cambiaron de chofer y copiloto y pidieron que con camisa los hombres y blusa las mujeres nos cubriéramos el rostro”. Fue una eternidad, un largo camino a toda velocidad en brechas de tierra y piedra y el sol ardiente, sin hablar nadie, sólo ellos.

“Ya se los cargó la chingada. Van a ver cómo les cortamos a unos la cabeza, como los vamos a destrozar. Pinches culeros, no valen madres, sabemos todo de ustedes, de su familia”, decían en el camino rememora Héctor.

 Tras unos 40 minutos de camino, una llanta de la camioneta  sufrió una ponchadura y al menos por media hora, los secuestrados permanecieron amontonados en la cabina del vehículo mientras los hombres bajaron, revisaron y solicitaban ayuda por radio.

Casi deshidratados por el calor, les pidieron bajar y colocarse de espaldas sin ver a sus captores. Los mezquites, conocidos aquí como chaparros, no ofrecían sombra alguna.

 Llegó la ayuda, otra camioneta con toda una vulcanizadora para arreglar la llanta. Seguían los interrogatorios, las amenazas. “¿Dónde está tu hermano y tu sobrino, dónde trabajan?”. Habla y nada les pasará”, decían a Idalia. “No sé nada de ellos”, era la respuesta de siempre.

 Arreglado el desperfecto se retiró la vulcanizadora ambulante y los secuestrados siguieron ahí otras dos horas. “Creí que les iban a disparar por la espalda”, comentó después Idalia, a quien mantenían unos metros del resto del grupo. “Pensé lo mismo”, replicó Martín.

 “Los vamos a llevar a una casa, falta más camino, ahí los van a interrogar, sólo unas preguntas”, dijo uno de los hombres mientras se retiraba a hablar por radio. El promedio de esas dos horas ahí en pleno sol se hizo eterno.

 Unos días antes, Héctor había acompañado a Idalia a una misa en la que conoció la veneración a María Siempre Virgen y escucharon  los relatos de milagros que hace.

 “Llegado el momento recordé la visita a la parroquia e imploré a María Siempre Virgen.  Hazme el milagro, salva nuestras vidas. Si es así, manda una señal. Entre el sol, la desolación, sin viento, un remolino de polvo se levantó y alcanzó una buena altura antes de desvanecerse. Si esa es la señal, pensó, vuélvela a mandar dije en voz baja. Y nuevamente se alzó”, asegura.

 De pronto, otra camioneta apareció. Hombres decendieron de ella y  platicaron con los captores. Pidieron ver a los plagiados. 

“No los vamos a llevar a ningún lado, los dejamos en libertad, vendrá otro vehículo”, dijo uno de los hombres sin dar más explicaciones.Eran rostro curtidos por el sol, morenos, algunos de pelo corto, muy corto, por su habla no eran de la región, tal vez del sur del país, de la costa.

 De regreso, amontonados, pero con más espacio en la caja de una pick up en la que  fueron llevados a la carretera. Ahí esperaron más tiempo, llegaron con sus autos y less señalaron el rumbo a seguir.

 “Fueron más de siete horas ‘levantados’, llegamos a la casa de Idalia, temblábamos, callados. De pronto, alguien sacó una botella de tequila de la alacena, lo bebimos y fue entonces cuando el llanto total nos invadió”, cuenta.

 Acostumbrado a viajar los fines de semana a Laredo o McAllen, Texas, Héctor desistió de viajar. “ ya no voy ni a los municipios de Nuevo León, me da miedo la carretera”.

Aunque hace una excepción: “Cada día ocho de cada mes, viajo los 80 kilómetros que separan a Monterrey de Montemorelos,( donde se ubica la parroquia) para acudir a la misa de María Siempre Virgen; sólo en esa fecha se ofrece el servicio religioso”.

 “Cuando la ves cerca, cuando no hay salida le apuestas, le vas a todo. Y le aposté a María Siempre Virgen”, dice Héctor quien por las noches, agrega, se estremece su cuerpo al recordar el secuestro.